Por mucho tiempo, el nombre de Rubén Vargas rompió el silencio de mi entorno entregado a lecturas poéticas, narraciones y comentarios, como si su voz hecha escritura acompañara aquellas horas en las que disfruté de las columnas periodísticas por él llenadas. Hoy todo es distinto; escucho su nombre, leo su nombre, repito su nombre en medio de un estremecimiento que por momentos nubla todo entendimiento, parecido a un día tormentoso, tras haber amanecido con el esplendor solar bajando desde las montañas.

Horas tempranas de jueves 21, fecha a ser recordada en la memoria y humedecida por el adiós pronunciado, aun sabiendo que siempre quedará aquí su espíritu ligado a su pensamiento.

Aún es otoño, cuando la noticia se expande por los cuatro vientos, impulsada por ráfagas lacerantes. Sí, hirientes en la paradoja de nuestra existencia. Hoy, 21, escribo con el pulso tembloroso estas palabras que se desgranan entre recuerdos, voces y lecturas, trayendo a la memoria aquellos días en el matutino Presencia, cuando cubrí páginas culturales junto a Rubén y Jesús Urzagasti, el otro poeta que se fue de nuestro lado.

Mis palabras, agregadas a todas las palabras que se difunden en publicaciones, pueden lograr significados imprevistos, como ocurre en la poesía de los bardos, talentosos trovadores que entienden de distinta manera el mundo que habitamos. Ellos cantan, no hablan; ellos sueñan, sin cerrar los ojos, pues pertenecen al universo del encanto. ¿Cómo sentir el amor por una rosa encarnada o entristecer con la soledad de un lirio? No siempre podemos comprender esa alquimia del verbo, cuando los sentimientos se anidan en la oscuridad de nuestro ser ante contrastes inesperados. Es como si quisiéramos entender lo incógnito de la interpretación freudiana del sueño.

¿Qué inspiró a Rubén cada estrofa de sus versos? Los leemos con emoción. Gustamos cada verso expandido. Quizá los interpretamos con la esperanza de acercarnos a la verdad de su mensaje, quizá… Hoy tomo al azar un fragmento de un poema suyo que, en algo, tranquiliza mi alterado pensamiento: “Quisiera reparar lo irreparable. / Pero la tormenta sopla del Paraíso / y las ruinas se elevan / como una torre hasta el Cielo. / Y para ese viento / ya ni siquiera / tenemos nombres”.

Pasan las horas y se irán los días. Su imagen permanecerá junto a su obra, agigantada entre las sombras. Los poemas estarán llenando el vacío de su ausencia.