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Arquitecto

El pasado viernes se presentó el libro Juan Carlos Calderón. Arquitecto, ante un espacio abarrotado en su mayoría por estudiantes que querían estar cerca de un maestro de la arquitectura boliviana. A través de una puerta pude atisbar y oír su discurso reproducido en una pantalla de proyección. No pude evitar asociar su imagen y sus palabras con los documentales de su mentor Frank Lloyd Wright, al que conoció personalmente en Nueva York.  En esos momentos (que los puedo catalogar como mágicos) en que el joven estudiante escuchaba al genio universal, Calderón sabía que iba a dedicar su vida entera a la arquitectura. Lo que nuestro amigo no percibía era que conseguiría el éxito en su tierra natal y que el destino le deparaba una categoría mayor: maestro.

En un oficio tan exigente y difícil como la arquitectura pocos alcanzan el denominativo de maestro. Primero, y ante todo, se debe nacer con un talento innato para “proporcionar a la vida una estructura más sensible” y para ser “el hombre sintético, el que es capaz de ver las cosas en conjunto antes de que estén hechas”, Aalto y Gaudí dixit. Pareciera anacrónico afirmar esto pero es así: debes nacer con un soplo divino que no llega a todos, porque un arquitecto nace, no se hace. Si no me crees, abre tu ventana y mira la ciudad que tenemos.

A ese talento debes sumar una pasión y un carácter indoblegables que te permitan soportar la enorme tarea que es hacer buenas obras en un medio que, por miserable o angurriento, desprecia la buena arquitectura. Y durante muchos años, obstinadamente, Calderón logró sobreponerse a varios momentos políticos, a varias crisis económicas y a muchas caídas existenciales de la profesión. A pesar de todo ello, deja una obra arquitectónica trascendente que, dicho sin mezquindades y apartando nuestras diferencias, sorprende por su cantidad y calidad.

El libro resume una obra que es visible en toda la ciudad. Es el arquitecto que tiene el mayor número de edificios públicos y privados en La Paz y en Bolivia. En todos ellos se compendia esa idea geométrica del tiempo y el espacio organicistas que la supo mantener desde sus inicios. Y persistir en tu concepto, realizando obras (con más aciertos que fracasos) en un medio que absorbe con su mediocridad son muestra de un talento y un apasionamiento notables.

Calderón terminó su discurso con una exhortación. Declaró que, a pesar de todas las atrocidades que puedan perpetrar contra nuestras obras, aunque se pierdan en la memoria o desaparezcan de la faz de la tierra, y aunque quieran denigrarte: “alégrate de haber nacido”. En medio de la confusión infinita que se nos viene, arquitecto, nos alegraremos.