La única misa que celebrará el papa Francisco en Bolivia será desde un altar muy peculiar, que está siendo construido a los pies de un monumento cuya historia a Jorge Bergoglio le interesaría conocer. En 1961, con la Guerra Fría de trasfondo y las figuras emergentes de Fidel Castro y Ernesto Che Guevara como referentes socialistas en América Latina, Estados Unidos desplegaba su poderosa campaña anticomunista en la región, que incluía propaganda, represión y la utilización de la fe cristiana.

A pesar de que en Bolivia, y especialmente en Santa Cruz, el comunismo era políticamente inexistente, esa campaña sirvió para reprimir al campesino que luchaba por integrarse a una sociedad de blancos que lo rechazaba. Eso desató una larga batalla entre las milicias civiles del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), defensoras de la revolución de 1952, y las de la extrema derecha, que al carecer de poder político se habían reinventado como “cívica”.

El centro de la capital cruceña era el reducto inexpugnable de la élite que había estigmatizado como “elemento indeseable” a la clase plebeya que vivía fuera del Segundo anillo, marginada pero luchando por ingresar. En medio de esa batalla, la Iglesia Católica tenía planificado celebrar allí un congreso eucarístico a partir del 9 de agosto de 1961, e inaugurar el monumento al Cristo redentor, ubicado en plena vía pública, justo en la intersección del Segundo anillo de circunvalación y la carretera al norte, donde estaban las colonias de campesinos “collas” que habían sido relocalizados del altiplano como mano de obra para la industria agropecuaria. El Cristo daba la espalda al norte y protegía a la clase citadina, que se adjudicaba la cruceñidad; pero la protección contó también con la ayuda de las Fuerzas Armadas, las cuales tomaron sorpresivamente la ciudad de Santa Cruz y la declararon zona militar. El general René Barrientos Ortuño fue nombrado Jefe departamental interino del MNR, en sustitución del doctor Luis Sandóval Morón, quien se encontraba en La Paz. Los “indeseables” de Sandóval no ofrecieron resistencia, y en esas condiciones se inauguró el congreso y se entregó el monumento.
Una semana después, el Gobierno todavía retenía a Sandóval en La Paz, y a los “indeseables” de Santa Cruz fuera del centro de esa urbe.

El 19 de agosto una protesta marchó desde la periferia hacia la plaza principal, pero fue repelida a balazos por la Policía y el Ejército, con un saldo, según Sandóval, de 16 muertos, 300 heridos y 800 arrestados. De acuerdo con el Gobierno, fueron ocho muertos, 30 heridos, y 304 prisioneros. Después, la élite adoptó al Cristo redentor como trofeo de guerra contra la clase popular y contra el “colla”, convirtiéndolo en otro de los símbolos de su “cruceñidad”, aunque fuese un símbolo del clasismo, racismo, militarismo, separatismo y, por sobre todo, del colonialismo; lacras que en aquellos tiempos no le molestaban a la Iglesia Católica, pero que al papa Francisco sí le molestan.

La élite cruceña, que sigue usurpándole el poder al pueblo, ha construido en el Cristo un altar permanente que recrea la imagen glorificada de la criminalidad colonial, pero el uso político de estos dos símbolos está revolviendo un oscuro pasado que no tiene cabida en el presente, porque no condice con la visión moderna de Francisco, y porque no aporta a la reconciliación entre los bolivianos. La elección del Cristo para este evento tiene una agenda oculta, pero creo que al Papa no se lo debiera engañar. Hubiese sido mejor celebrar la misa en la humilde pero muy amada parroquia de la Virgen de Cotoca.