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Policía: fuga sin reforma

Regalitos envenenados, como brebaje-mandato, para que se lo tomen a plazo fijo. Hace cuatro años, el entonces flamante Comandante de la Policía Nacional, en acto público, sin sonrojarse, asumió el reto, en 90 días (no semanas, no meses), no-ven-ta-dí-as, de “erradicar el cáncer de la corrupción” en la Policía Boliviana. Antes de cumplirse el plazo, el cáncer en la verde olivo erradicó al comandante. Misiones imposibles, como preludio-fracaso, para que hagamos exigencia de cuentas.

Luego vinieron otros comandantes. Y renovadas promesas de “drástica reforma institucional”. Y agravadas demostraciones de crisis con/sin uniforme. Y más o menos sentidas invocaciones, incluso presidenciales, para hacer algo. Y cambios veloces en el Ministerio de Gobierno… ¿El saldo a la fecha? Inequívoco: por mucha conminatoria, buena fe, declarado voluntarismo, impostergable necesidad, pactos sectoriales, reflectores mediáticos, etcétera, la corrupción en la Policía, ay, sigue viviendo.

¿Qué hacer con la institución del (des)orden? ¿Llegará el día en que la Policía, en sus patios interiores, deje de cobijar-cultivar volteos, encubrimientos, sobornos, estafas, coimas, fugas y otras conocidas prácticas de algunos guardianes del verde olivo? ¿Tendremos finalmente en el país una institución policial a la que, también, si acaso, le llegue el “proceso de cambio”? En otras palabras: ¿cómo impulsar la reforma de la Policía, su reestructuración, en el marco de la refundación del Estado?

El asunto no es nuevo. Y ha merecido no solo reiterados cuestionamientos y malogrados debates, sino también algunos valiosos estudios. Uno de ellos es un informe temático realizado por el PNUD hace ocho años: “Policía Nacional y seguridad ciudadana”. Se trata de algo así como un examen por mano propia de un paciente que se asume muy enfermo, pero quiere sanarse (o al menos así lo declara). No es para menos: el 96% de la opinión pública y el 95% de los policías consideraron necesario realizar una reforma.

¿Cuál es la agenda que plantea esta investigación tras declarar la demanda-necesidad de la reforma? El estudio identificó tres prioridades, que hoy conservan plena vigencia: a) erradicar la corrupción, b) mejorar las condiciones laborales (en especial salarios) de los uniformados y c) fortalecer el sistema de formación policial. Para ello es fundamental, como garantía, “colocar en el centro” a policías y ciudadanos. ¿Parece obvio?  Pues casi nada se ha podido hacer durante esta década de cambio.

Pero también se identifican algunas aspiraciones. La primera es recentrar las prioridades de la Policía Nacional en torno a la seguridad ciudadana. La segunda es (re)articular el tejido social interno de la institución. Y la tercera apunta a crear un nuevo vínculo de confianza entre la institución y la sociedad.

¿Se imaginan? Todas y todos estaríamos felices. ¿Cómo hacerlo? No hay manuales. Ni milagros. Lo que se repite son fallidos/inacabados intentos. Lo que abundan son atajos y resistencias.

Hace algunos días debía iniciarse un plan, moderado, para avanzar en la reestructuración de la Policía Boliviana, impulsado por el ahora exministro de Gobierno. Abortó. De manera muy conveniente, este anunciado cambio coincidió con la estropeada/ruidosa fuga de Martín Belaunde, que alteró bruscamente la agenda. Si hasta parece broma: ahora resulta que, tras la captura del personaje, tenemos “una Policía eficaz”. Qué tal. ¿Y la reforma de la institución policial? Se la postergó sin fecha con una patada en el culo.

¿Cuán lejos estamos hoy de “erradicar el cáncer de la corrupción” en la Policía Boliviana? ¿Noventa días? Es evidente que tomará un poco más de tiempo.

¿Noventa años? No lo sabemos. Por ahora al menos debiéramos hacer el esfuerzo de mantener en la agenda pública de debate/reforma, como asignatura pendiente, esta recargada crisis verde-olivo. Tarea inexcusable, está visto, con metástasis y sin fecha de caducidad.