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El obispo Angelelli y el papa Francisco

En 1968 monseñor Enrique Angelelli fue nombrado obispo titular de La Rioja, la patria chica del futuro presidente Menem, entonces muy ligado a las oligarquías locales, con las que pronto entró en conflicto por su decidido apoyo a los sectores populares. El 24 de marzo de 1976 llegó el golpe militar y se amplió la “guerra sucia”. Tres meses después fueron secuestrados y asesinados dos sacerdotes de la diócesis, fray Carlos de Dios Murias y el cura francés Gabriel Longueville, destinados un año antes a la parroquia campesina de Chamical por monseñor Angelelli. En 1976, ya iniciada la dictadura militar, Murias comenzó a recibir avisos y citaciones en los cuarteles, donde los soldados le explicaban que “la tuya no es la Iglesia en la que creemos”. En una de sus últimas homilías, fray Carlos de Dios Murias dijo: “Podrán callar la voz de este sacerdote. Podrán callar la voz del obispo, pero nunca podrán callar la voz del Evangelio”.

El 18 de julio, él y su compañero de parroquia fueron secuestrados de la casa de unas religiosas donde habían cenado. Unos desconocidos que portaban credenciales se presentaron diciendo pertenecer a la Policía Federal y solicitaron a los sacerdotes que los acompañaran hasta la ciudad de La Rioja. Sin embargo, en vez de conducirlos a la capital, fueron trasladados y encarcelados en la base de la Fuerza Aérea de Chamical, donde se los interrogó y torturó con alevosía antes de matarlos. Dos días después aparecieron los cadáveres de ambos a 5 km de la ciudad de Chamical, acribillados a balazos, maniatados y con signos de haber sido brutalmente torturados. Al fraile le habían arrancado los ojos y mutilado las manos antes de morir. El 22 se tuvo el funeral, presidido por Angelelli, quien en la homilía dijo: “Es muy simple y muy difícil en la vida ser consecuente. Porque en la vida fueron consecuentes, tuvieron el privilegio y la elección de Dios de atestiguar, rubricar, lo que es ser cristiano, con su propia sangre”. El proceso de beatificación de los dos mártires está bastante avanzado al nivel de la diócesis, pero aún no se ha concluido.

Angelelli fue asesinado dos semanas después, el 4 de agosto, en un nuevo crimen que se intentó camuflar como accidente de tránsito. Los asesinos simplemente interpusieron su vehículo al del Monseñor y lo desbarrancaron. Por entonces, en plena represión de la dictadura, solo algunos obispos excepcionales como Nevares, Novak y Hesayne, junto al premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel y Emilio Mignone, se animaron a denunciar la verdad. Recién el 19 de junio de 1986 el juez riojano Aldo Morales sentenció que efectivamente se había tratado “de un homicidio fríamente premeditado”.

El 4 de agosto de 2006, al recordarse los 30 años de su asesinato, se hicieron diversas celebraciones en la zona. El entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, estuvo allí. En este caso concreto, Bergoglio, ya papa Francisco, ha jugado un rol muy oportuno. Sacó a la luz documentos antes secretos, que envió enseguida a la Argentina y aceleraron la condena a cadena perpetua de los dos altos mandos militares más directamente implicados: el exgeneral Luciano Benjamín Menéndez y el excomodoro Luis Fernando Estrella.

Adolfo Pérez Esquivel pintó un célebre cuadro, muy divulgado por Adveniat y Misereor en toda América Latina, en el que aparecen juntos, a la derecha de Cristo, los obispos Angelelli y Óscar Arnulfo Romero y, entre ambos, nuestro Luis Espinal.