La ley de leyes
En Bolivia existen muchas leyes, pero la mayoría no se cumple. Hay muchas leyes que se gambetean para no cumplirse. Hay muchas leyes que se derogan o reforman o chicanean para no cumplirse. Pero hay una ley que todos tratamos de cumplir a rajatabla, que buscamos maneras de cumplir aun cuando no deberíamos hacerlo, y esa, la ley de leyes, es la ley del menor esfuerzo.
La ley de leyes comanda que pisemos el freno en plena avenida, sin darnos la molestia de estacionar ni de evitar la trancadera. Que construyamos el muro, la vereda, el edificio o la carretera “como sea”: sin darnos el trabajo de elegir los mejores materiales, de fraguar bien la mezcla, de revisar que las ventanas y las puertas sean herméticas, de evaluar si usamos los métodos más seguros o más limpios. La ley de leyes nos obliga a botar la basura en el suelo, sin tomarnos el trabajo de buscar un basurero. Nos fuerza a hacer nuestro trabajo cotidiano “así nomás”: sin dar un paso adicional, sin sonreír, sin ofrecer un consejo o una solución si no es estrictamente necesario hacerlo.
La ley de leyes, enquistada como está en nuestra forma de vivir, causa todo tipo de desmanes. Para evitar el esfuerzo de entrar a un mercado compramos en la calle, generando desorden, suciedad y conflictos entre gremiales que venden en el mercado y gremiales que venden en la calle. Para evitar el esfuerzo de caminar un poco más, paramos el transporte público en cada esquina, generando desorden, estrés y retrasos. Para evitar el esfuerzo de hacer bien las cosas nos conformamos con lo tibio, con lo “más o menos”, y terminamos instaurando lo mediocre como objetivo a alcanzarse. Y no nos damos cuenta de que, al no exigir que las cosas se hagan bien, somos culpables de generar una sociedad donde nadie alcanza su potencial y donde los talentos se quedan sin materializarse; pues, de todos modos, no hay quién aprecie el esfuerzo adicional, y eso unido a las dificultades estructurales desmotiva hasta al más valiente.
Es en las disciplinas que requieren constancia y práctica donde más se nota el retraso que genera la ley del menor esfuerzo: la ciencia, el deporte, las artes. ¿Hace cuánto que no logramos en una de esas áreas un reconocimiento verdadero, y no simplemente un bienintencionado premio consuelo? ¿Por qué seguimos celebrando las clasificaciones como si fueran triunfos? ¿Por qué nuestros jóvenes tienen que salir del país para encontrar espacios que los motiven a hacer propuestas, generar inventos, lograr descubrimientos? ¿Por qué seguimos sin descollar en el mundo del arte, a pesar de tener tanta cultura, tanta historia y tanto talento?
Lo más triste de la ley del menor esfuerzo es que se perpetúa en nuestra sociedad desde el propio lugar donde debería empezar a derogarse: la escuela, el colegio y las universidades. Es en esos espacios donde deberíamos demandar, promover y generar excelencia. Esa palabra, excelencia, es la que deberíamos grabar en la mente y el alma de nuestros niños y jóvenes para contrarrestar la pésima influencia de la ley del menor esfuerzo. Erradicar el “así nomás que sea” para siempre de su vocabulario. Promover una pasión por apuntar arriba, por no conformarse con poco, por no dejarse vencer hasta lograr los objetivos, y no dejar de intentar hasta completar las cosas bien hechas. Esta es la batalla que deberíamos emprender, pues solo cuando la excelencia guíe nuestro enseñar, nuestro aprender y por tanto nuestro actuar, tendremos la oportunidad, como sociedad, de derogar la ley del menor esfuerzo.