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Un cuarto de siglo con estilo

Hace más de 20 años empecé a escribir en La Razón. El culpable fue Carlos Toranzo, director de un suplemento denominado Tiempo Político, una publicación que entre 1993 y 2006 cambió las pautas de la reflexión y el análisis político congregando intelectuales de aquí y allá para realizar seguimiento a la coyuntura, esa afición que tenemos por las cosas que suceden. Se inauguró un estilo que, por suerte, se ha convertido en un formato casi generalizado para realizar periodismo sobre la realidad política. Entre sus huellas y herencias se destaca la incorporación del humor corrosivo sobre lo público/político, con el Mosquito y la Muraleja como estandartes de la desacralización de un ámbito periodístico caracterizado por la solemnidad y el aburrimiento.

Traigo a la memoria ese suplemento porque su publicación hubiera sido impensable si no hubiera ocurrido un hecho fundamental en la historia del periodismo boliviano: la aparición de La Razón en 1990. Su creación transformó la forma y el estilo del periodismo nacional, pese al anacronismo de su nombre, casi decimonónico, en medio de la atmósfera posmoderna que empezaba a rodearnos. No fue solamente por el tamaño y el color, aspectos formales pero importantes. Fue por la calidad en la cobertura noticiosa y en la orientación editorial que La Razón se convirtió en el periódico más importante. Esa innovación tuvo un nombre: Jorge Canelas, su fundador; una figura excelsa como pocas, con quien —en las escasas oportunidades en que tuvo la gentileza de llamarle por teléfono a mi oficina universitaria— conversaba erguido porque mi primer impulso ante sus palabras era abandonar la silla y ponerme erguido para demostrar (a mí mismo, en realidad) mi respeto hacia su talento, seriedad y sencillez. Esa fue la marca de origen de La Razón —su momento constitutivo, diría un sociólogo— que por suerte se reprodujo durante un cuarto de siglo para fortalecer el espacio mediático y aportar a la forja de una conciencia ciudadana.

A principios de este siglo me invitaron a colaborar en este diario escribiendo una columna que denominé “Sin máscaras ni espejos”, otro título con pretensión racionalista y anacrónica. Una columna quincenal cuya secuencia no cumplo religiosamente, porque, simplemente, a veces no tengo nada que decir. Y respetan mi silencio circunstancial en una muestra de respeto. Ya lo dije: La Razón es un estilo.

Tuve un breve lapso de ausencia de estas páginas cuando emigré a otro periódico debido a una decisión personal más vinculada al apoyo a un joven periodista —uno de los muchos talentosos formados bajo la tutela de Jorge Canelas— que a un distanciamiento con sus responsables. Esos días corrían rumores malintencionados —perdonen la redundancia— acerca de la pérdida de independencia editorial de La Razón respecto a los poderes formales y fácticos, pero decidí retornar a sus páginas ante la invitación de su —entonces— flamante directora. Menciono una anécdota personal no por vanidad, sino porque me interesa resaltar que —en casi dos décadas de colaboración como columnista y sociólogo— nunca recibí presiones ni sugerencias para definir la orientación de mis opiniones. El respeto a la autonomía intelectual y honestidad académica fue y es la marca de la conducta de sus directores/a, jefes de redacción y editores de suplementos; desde Ventana, publicado en los años 90, y Animal Político, una muestra actual de seriedad y talento. También tuve el honor —y me pongo de pie con la mano en el pecho como muestra de homenaje— de ser entrevistado por Rubén Vargas, editor de Tendencias, cuyas páginas nos proporcionaban placer y aprendizaje. Será difícil ojear La Razón dominical sabiendo que no encontraremos sus escritos y sus lecturas. Otro aporte de este diario a la cultura y al pensamiento crítico y creativo.