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Una alianza verde con Europa

Los países de la región han preparado el terreno para la mayor asociación contra el cambio planetario.

/ 14 de junio de 2015 / 04:39

En el próximo mes de diciembre, los dirigentes mundiales se reunirán en París en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, de la que se espera que resulte un nuevo acuerdo para abordar el calentamiento planetario, pero en el periodo previo a la conferencia, los jefes de Estado y los ministros se reunirán en otros diversos actos conexos. Después de haber asistido a incontables cumbres, podemos atestiguar que, si se preparan correctamente esas otras reuniones y los jefes de Estado tienen una participación importante en ellas, las perspectivas de éxito en París podrían mejorar.

Una de dichas reuniones en particular podría ser decisiva: la cumbre bianual entre la Unión Europea y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que se celebró en Bruselas el 10 y 11 de este mes. Las gestiones hechas por Europa y los países de Latinoamérica y del Caribe prepararon el terreno para la mayor asociación birregional del mundo sobre el cambio planetario. Los dirigentes de las dos regiones expresaron su compromiso con miras a mantener el aumento de la temperatura mundial por debajo de dos grados centígrados y lograr en París resultados legalmente vinculantes.

Los jefes de Estado de la Unión Europea (UE) y de la Celac pueden —y deben— forjar una estrecha alianza y capitalizar las condiciones políticas favorables para hacer avanzar un programa progresista sobre el clima, que encomiende a sus negociadores la misión de esforzarse por lograr un acuerdo justo, equitativo y ambicioso en diciembre. Juntas, esas dos regiones representan casi la tercera parte de las 195 partes que han subscrito la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y representan el 20%, aproximadamente, de las emisiones de los gases que provocan el efecto de invernadero. En vista de los desorbitados costos económicos relacionados con los asuntos climáticos que afrontan Europa y América Latina, las dos partes se beneficiarán (y ahorrarán) mucho con un régimen mundial que reduzca en gran medida las emisiones y fortalezca la capacidad de resistencia a los riesgos climáticos.

Ese propósito común se refleja en las políticas de nuestra región. Los países de América Latina y del Caribe están adoptando medidas concertadas para contribuir a reducir las emisiones mundiales, y podrían hacer mucho más con transferencias de fondos y tecnología de los países desarrollados. Brasil, por ejemplo, ha reducido drásticamente la deforestación en el Amazonas, contribución muy importante. Chile va camino de lograr su objetivo de producir el 20% de su electricidad con fuentes renovables de aquí a 2025 y en 2012 México promulgó una ley sobre el cambio climático encaminada a reducir las emisiones en un 30% por debajo de su nivel habitual de aquí a 2020 y en un 50% hasta 2050.

A su vez, la Unión Europea va a ofrecer la mayor promesa hecha hasta ahora con miras a la consecución del acuerdo de París: una reducción de al menos un 40% de sus emisiones de los gases que provocan el efecto invernadero respecto de su nivel en 1990 de aquí a 2030, en consonancia con el objetivo a largo plazo de la eurozona de reducir las emisiones entre el 80% y el 95% (también respecto del nivel de 1990) hasta 2050.

La pasada cumbre puede hacer una contribución a las gestiones dentro de la Celac, que comprende a los 33 países de esa región. Un empeño regional encabezado por Brasil y Chile está promoviendo el diálogo entre las naciones de la Celac para crear confianza con el objetivo de determinar posiciones comunes para las negociaciones de las Naciones Unidas sobre el clima.

La Celac ha subrayado que en un nuevo acuerdo mundial sobre el cambio climático se debe abordar la adaptación y la mitigación de forma equilibrada. Conforme a su compromiso con el límite de los dos grados centígrados de aumento de la temperatura mundial, no solo apoya un acuerdo legalmente vinculante, sino que, además, pide a los países ricos que cumplan sus promesas de proporcionar a los países en desarrollo 100.000 millones de dólares al año como financiación para los asuntos climáticos de aquí a 2020.

Los países ricos que no han cumplido los compromisos de reducción de las emisiones consagrados en el Protocolo de Kioto tienen esa deuda para con el planeta. La Celac desea que haya normas para velar por la transparencia y la verificación de las medidas relativas al clima adoptadas por los países y pide a los países desarrollados que aumenten su transferencia de tecnología y sus medidas de creación de capacidad para apoyar a sus países miembros.

Los países de América Latina y del Caribe pueden aprovechar también la cumbre de Bruselas para asegurar a la Unión Europea que es un socio valioso. Puede pedir a Europa que brinde una mayor previsibilidad de las corrientes financieras y se adhiera a los objetivos sobre el clima y el desarrollo, en particular para reducir la desigualdad y la pobreza, impulsar la energía limpia y construir infraestructuras sostenibles de transporte urbano y de otra índole.

Tras las difíciles negociaciones sobre el clima celebradas en Copenhague en 2009, entendemos por qué algunos dirigentes europeos pueden abrigar menos esperanzas para las negociaciones de París; pero, en un momento en el que la preocupación por el calentamiento planetario entre los ciudadanos de las dos regiones va en aumento, éste no es un momento apropiado para la indecisión.

Los dirigentes europeos deben mostrar audazmente que están comprometidos con un resultado ambicioso en París y que Europa aumentará su apoyo a las medidas sobre el clima adoptadas por la Celac.

El Banco Interamericano de Desarrollo calcula que la Celac puede atender de sobra sus necesidades energéticas futuras mediante fuentes energéticas renovables, incluidas la solar, la eólica y la geotérmica. De hecho, dichos recursos son suficientes para satisfacer sus necesidades proyectadas de electricidad 22 veces más. La Unión Europea puede desempeñar un papel destacado en el fomento de la cooperación en materia de energías renovables, en parte mediante la transferencia de tecnología adaptada a nuestras condiciones tropicales, que apoyaría las medidas adoptadas por los países de la Celac para reducir las emisiones y la contaminación, aumentar su capacidad de resistencia al cambio climático y crear puestos de trabajo.

Ese tipo de cooperación y diplomacia intensificadas podría producir grandes dividendos. Los avances logrados en Bruselas aumentarían la confianza de los países de la Celac, lo que los alentaría para ofrecer las mayores contribuciones nacionales posibles —conocidas técnicamente como “contribuciones previstas y determinadas en el ámbito nacional”— en París. Más en general, podría contribuir a aproximar a todas las partes con relación a las cuestiones más espinosas, como, por ejemplo, la escala y el alcance de las medidas que deben adoptar los países en los diferentes niveles de desarrollo para abordar el cambio climático.

Al constituir una alianza ambiciosa, que se podría ampliar para que incluyera otros grupos, como por ejemplo la Alianza de los Pequeños Estados Insulares y el Grupo de los Países Menos Adelantados, los jefes de Estado de la UE y de la Celac pueden trazar el rumbo necesario para que el mundo se interne por una vía que lo conduzca a un futuro sostenible, con escasas emisiones y con capacidad de resistencia. Los instamos a adoptar las medidas necesarias para lograr ese objetivo.

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América Latina: dos océanos, una voz

La región se encuentra allí donde comienzan a confluir corrientes del Atlántico y el Pacífico.

/ 29 de junio de 2014 / 04:00

Asistimos a tiempos de convergencia en América Latina, sobre todo en Sudamérica. Puede que un individuo miope, viendo únicamente las encontradas tendencias ideológicas de nuestra región, pusiera en cuestión esta afirmación. Pero la verdad es que bajo la superficie se está desarrollando una identidad más colaborativa, que creará una identidad latinoamericana para el siglo XXI.

Durante la primera semana de abril, una delegación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), compuesta por representantes de Cuba, Costa Rica y Ecuador, mantuvo importantes reuniones en Pekín con objeto de acordar una agenda para el foro Celac-China, de reciente creación, que en julio tiene previsto celebrar su primera reunión oficial en Brasil, inmediatamente después de una cumbre de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. En abril también se reunieron en Quito, capital de Ecuador, delegados de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela para inaugurar la Escuela Suramericana de Defensa, que plasma la existencia de una misma concepción de la defensa regional, ajena a injerencias o hegemonías externas.

A pesar de esos acontecimientos, los negacionistas se empeñan incluso en rechazar la posibilidad de que América Latina pueda avanzar hacia la unidad, manteniendo que el establecimiento de más vínculos entre los países del Atlántico y el Pacífico no tiene sentido. Es una actitud que ha llevado a más de un periodista a plantear preguntas como la siguiente: “Junto con México, Perú y Colombia, Chile forma parte de la Alianza del Pacífico. Los analistas señalan que ese bloque, considerado progresista, surgió como contrapunto al Mercosur. ¿Es así?”. Por supuesto que no. Pero es preciso definir una visión estratégica clara e irrefutable. En América Latina podemos bascular tanto hacia el Atlántico como hacia el Pacífico, lo que constituye un privilegio en medio del reordenamiento global al que asistimos. Además, al estar en medio, nuestras iniciativas deben coordinarse para poder aprovechar las oportunidades que se presentan.

Por una parte, tenemos una historia secular en el Atlántico, una red económica que nos une a África, Europa y el Mediterráneo. Por otra, está el Pacífico, donde tenemos acceso a potencias económicas como Japón, China y la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, además de a Australia y Nueva Zelanda. América Latina tiene una insólita oportunidad histórica, ya que se encuentra allí donde comienzan a confluir corrientes procedentes del Atlántico y el Pacífico. Pero este desafío actual exige a nuestras comunidades que, en ambos océanos, ahora y no más adelante, modulen mejor su voz.

Es un desafío que de nuevo nos conduce a una palabra con mucha frecuencia repetida a lo largo de nuestra historia como Estados independientes: integración. A través de la integración debemos ir más allá de los muchos esfuerzos regionales fallidos del pasado, para alcanzar los supuestos objetivos que éstos tenían. Otros actores sociales —emprendedores, sindicalistas, artistas, estudiantes, turistas— han respondido con más rapidez a la necesidad de integrarse que los propios gobernantes de los Estados. Chile, un país del Pacífico, es un importante inversor en Brasil, un país atlántico. En los últimos años ha invertido más de 24.000 millones de dólares en Brasil, creando así decenas de miles de empleos en sectores como la producción de celulosa, papel y electricidad, las tecnologías de la información y las industrias química y metalúrgica. A sus empresas hay que añadir las de Argentina, Perú, Colombia y México, entre otros países, que operan en Brasil para abastecer a un creciente mercado interno de 200 millones de consumidores.

Por otra parte, hay que señalar que Brasil y Argentina, además de realizar inversiones mutuas, han apoyado varios proyectos industriales y de infraestructuras en otros Estados de la región. Por ejemplo, hasta 2006 solo dos empresas brasileñas operaban en Colombia. En la actualidad hay 40. En Chile funcionan 70 de propiedad brasileña y en Perú, 44. A todo ello hay que añadir la presencia de más países sudamericanos en Centroamérica y el Caribe, donde están invirtiendo en nuevas plantas industriales y financiando la construcción de puertos, aeropuertos, carreteras y metros.

La Alianza del Pacífico, que aspira exclusivamente a promover una unión económica de carácter modernizador, será más eficaz cuando se relacione más estrechamente con Brasil, Argentina y otros países del litoral atlántico. Del mismo modo, los países atlánticos tendrán todavía más peso cuando sus actividades internacionales vayan unidas a las de las naciones del Pacífico.

Y en este contexto es donde puede apreciarse el trabajo en pro de la integración de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), ya que, por su pluralidad y su autoridad, esta organización puede ser de utilidad para acometer las tareas que tenemos pendientes: la inversión en una red de vías férreas y puentes; la integración energética en una región rica en hidrocarburos, recursos hídricos y gas; la mejora del flujo de mercancías, que sirva para sustentar un dinámico crecimiento del comercio interregional que, aunque entre 2002 y 2013 pasó de 49.000 millones de dólares a 189.000, todavía representa menos del 20% del total; y la creación de nuevas políticas que aborden el fenómeno de la emigración y de respuestas al siempre creciente número de ciudadanos que exige libertad de movimiento.

Como se ha declarado recientemente en Quito, también son precisas políticas de defensa comunes que protejan nuestros recursos naturales y aúnen esfuerzos para que se nos reconozca como “zona de paz”. La Celac, a la que pertenecen 33 Estados, también debe servir para canalizar el debate sobre problemas políticos y económicos. Por ejemplo, esa organización regional podría reunirse dos meses antes de la cumbre del G-20 y las naciones de la zona podrían pedir a sus tres países presentes en dicho foro mundial —Argentina, Brasil y México— que plantearan nuestras posiciones respecto al cambio climático, la emigración, el proteccionismo, el tráfico de drogas, una nueva estructura financiera internacional y los mecanismos de seguridad y paz, entre otras cuestiones.

¿Pueden los países latinoamericanos consensuar una actuación conjunta? Indicios prometedores apuntan en esa dirección. Como se ha señalado recientemente durante un seminario organizado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso): “Para que exista una verdadera integración es preciso que se impongan los elementos de cooperación y que continúe la búsqueda de una posible convergencia, sin aspirar a eliminar las diferencias, sino más bien a hacerlas manejables”.

El diálogo que está teniendo lugar entre la Celac y China no es menos importante que las conversaciones que ahora se están manteniendo con Estados Unidos y la Unión Europea. Igualmente importante será que la agenda sudamericana se reactive con realismo y visión de futuro.
La clave será mantener la voluntad de actuar conjuntamente —dentro y fuera del continente—, sin perder de vista que hoy en día nuestros pueblos anhelan tener democracias no solo legales, en las que el voto sea el instrumento más poderoso, sino también legítimas y realmente participativas, capaces de aplicar políticas que puedan interpretar adecuadamente los signos de los tiempos y actuar en consecuencia.

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