En nuestro país apenas se tiene una ligera idea de lo que es la restauración de bienes como profesión. Para muchos se encuentra perdida entre las artes plásticas y la historia, entre la arquitectura y la albañilería, entre una pasión y un oficio. Se la asocia a la noble práctica de restituir los dedos de los santos y de las vírgenes, una profesión de Navidad sin mayores alcances y con ciertos límites; pero en realidad es exactamente todo lo contrario.

La restauración en el mundo es una profesión multidisciplinaria que exige peritos en muchas áreas, como la Física, la Química, la Biología, la Historia y las Artes Plásticas. El dominio de todas estas áreas hace posible que hasta el día de hoy se sigan manteniendo piezas que nos cuentan historias de hace miles de años atrás. No obstante, en Bolivia la restauración es una golondrina herida de muerte por la flecha de la descolonización, pero que aún intenta volar para anunciar el nuevo día. Intenta volar con un ala rota buscando la luz del sol y alguna semilla que dé fruto a un proyecto y, aunque a duras penas y maltrecha, bate las alas para luchar un día más por el patrimonio de todas y todos los bolivianos.

En Bolivia, ésta es una profesión olvidada por Dios y por los hombres, no hay restauración a nivel licenciatura. Antes se podía adquirir una formación a nivel técnico dentro del proyecto de Escuela Taller financiado por la cooperación española; la mayoría de los restauradores bolivianos nos hemos formado ahí, y con pena de entierro, les informo que ya no existe el taller de bienes muebles, es decir, que ya no se están formando más restauradores.

La restauración boliviana vive de la mendicidad; por esta razón, casas, conventos, iglesias, cuadros, imágenes se pierden todos los días, ya que la política de descolonización no invierte en mantenerlos. Para conservar nuestra historia frecuentemente se mendiga ayuda europea; pedir para salvar es mil veces mejor que esparcir las cenizas de nuestros bienes como las de un cadáver que ya no está entre nosotros.

Asumiendo que la mejor forma de descolonizar es enterrar todo vestigio material de la Colonia y hacer una extirpación de idolatrías a la inversa, me pregunto, ¿qué pasa con el otro lado de la historia, con los bienes antes de la Colonia? ¿Qué pasa con nuestro patrimonio etnográfico? No existe un centro para la terapéutica de cerámicas, textiles, arte plumario, restos óseos, chullpas etc., ni profesionales formados en esa área; por eso se opta por contratar profesionales foráneos para que nos cooperen con la restauración de nuestros bienes. Entonces, aquí se levanta otra pregunta: ¿dónde está la descolonización, si todavía seguimos necesitando de la Colonia para preservar nuestra historia antes de ella? Los procesos que empleamos y los materiales vienen de Europa, es ahí donde los técnicos bolivianos buscan becas y financiamiento; europea también es la palabra patrimonio.

Para descolonizar hay que invertir en los y las bolivianas. Si queremos total independencia y soberanía, hay que gestionar profesionales que guarden nuestra historia y cultura, que generen técnicas para el tratamiento exclusivo de nuestros bienes, con laboratorios, equipos adecuados y un presupuesto generoso. La restauración de bienes es el presente trascendente que permite que el ayer y el mañana se conozcan, estrechen manos y que el futuro pueda decirle al pasado: “gracias, sin ti hoy yo no sería lo que soy”.