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Burkini versus bikini

La moda ha muerto. Esta alarma se escucha desde algún tiempo en las pasarelas. La moda se acaba en el bolsillo del consumidor, cuando la tendencia no la marca el capricho de los diseñadores. Es un colapso en la cultura de masas si los profanos determinan la manera de vestirnos. ¡Qué los diseñadores trabajen en función del colectivo! ¡Qué la élite ya no decida cómo debemos vernos a nosotros mismos! ¡Qué la estética se aleje de la banalidad y la extravagancia y caiga en manos de la ideología! ¡Y qué de un momento a otro la ropa intente decir algo!

Hablar del burkini y el bikini es referirnos a la confrontación entre Oriente y Occidente, a la estética de lo erótico. La manera de exhibir el cuerpo toca las venas más profundas de la sociedad. Eso lo supieron los escaladores euro-peos que quisieron festejar en las redes sociales su hazaña de haber subido a la cima del monte Kinabalu, en Borneo, y se hicieron una foto desnudos. Ellos fueron acusados de enfadar a las almas que habitan la montaña y haber provocado un terremoto. Después de tres días fueron liberados, previo pago de diez búfalos a los sacerdotes locales.

El extremismo de imaginar el mundo a través de los criterios de la religión hizo surgir innovaciones en la vestimenta. El hábito no hace al monje, pero el burka sí a las musulmanas. No quiero decir que los talibanes estén revolucionando las pasarelas, pero a raíz de la imposición de la burka surgió una prenda más que seductora: el burkini, el traje de baño de las musulmanas. La opresión religiosa las obliga a moverse entre lo prohibido y permitido. Lo propio ocurrió en los años 40 y 60 con el bikini, que fue la prenda de la liberación de las mujeres que reclamaban potestad sobre su propio cuerpo.

Hoy, el burkini es la prenda de las mujeres osadas y sensuales que no se resignan al papel doméstico y saltan de la cocina a la palestra. Además, en términos eróticos, el burkini es una superación del bikini.

El 2015 se presenta como el año del secretismo. Adiós a los pechos y las nalgas desnudas. El cuerpo humano se ha vuelto el lugar de descubrimiento. Cubrir es más seductor que mostrar. El burkini apela al misterio, con el bikini ya está todo dicho. Lo revolucionario del bikini se ha perdido y ya ni siquiera ese intento de las mujeres de usar su cuerpo para obligar al hombre a ceder terreno lo salva. El bikini se ha reducido a la banalidad del objeto sexual que solo sirve para hacer comerciales. Y no es casual que las tiendas se preparen reflexionando entre lo misterioso y lo explícito.

Como toda prenda revolucionaria, el burkini va en camino de la prohibición. Marruecos ya lo ha hecho. Los devotos piensan que esta prenda está cargada de mensajes que ronda la lascivia. Y arguyen el viejo cuento: la inmanencia de los criterios religiosos. El tabú está creado para no ser tocado, por tanto, cualquier opinión en contra es una provocación. Siendo honestos, la vestimenta y la religión son cosas privadas y deben permanecer en ese ámbito; pero cuando una creencia se hace ley y se erige en un sistema político para creyentes y no creyentes, allí Dios deja de ser una creencia personal y se vuelve una idea política. Toda creencia personal debe respetarse, pero cuando ésta se transforma en prédica, allí hay proselitismo. Entonces, la idea política está sujeta a la crítica, y más aún cuando está en el gobierno. El burkini es un ejemplo de libertad de expresión en formato corporal. Y eso lo sabían los caricaturistas del Charlie Hebdo que ahora habitan el cielo de los humoristas, pues en esos casos la kalashnikov siempre es más poderosa que el lápiz.