Cuando uno se sienta enfrente de un buen asado o de una deliciosa ensalada, pocas veces se pregunta quién crió la vaca o cultivó los vegetales que se está comiendo. Deberíamos hacerlo más a menudo. La pregunta de quién alimentará al mundo en 2050, cuando en nuestro planeta habiten 9.600 millones de personas, no tiene fácil respuesta. Sin embargo, ser o no capaces de contestar esa pregunta será clave para decidir el futuro de la humanidad.

Sin necesidad de jugar a adivinos, sabemos que la agricultura familiar tendrá un papel determinante a la hora de completar tan enorme tarea. ¿Cómo podemos asegurarlo? Simplemente mirando la realidad actual. En 2013, según la Organización Mundial de la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés), el 56% de la producción mundial de alimentos provenía de la agricultura familiar. Pero, ¿qué es la agricultura familiar? Los expertos hemos discutido durante años sobre ello. No es tarea fácil definir una realidad que engloba múltiples variedades nacionales, regionales e incluso locales bien diversas, en las que caben desde explotaciones agrícolas modernas y claramente orientadas hacia los mercados, hasta pequeñas parcelas destinadas a la agricultura de subsistencia.

Resumiendo mucho, la agricultura familiar se basa en el concepto de familias que viven en relación y comunión con la tierra no como mera mercancía, sino como eje en torno al que se articula la existencia. En términos económicos, se caracteriza por: a) organizar el trabajo contando fundamentalmente —aunque no solamente— con los miembros de la familia y b) ligar íntimamente la economía familiar y la economía de la explotación agrícola.

En un mundo dominado por imágenes de modernidad urbana, la agricultura familiar no forma parte de nuestro paisaje. Sin embargo, no hablamos de algo marginal. En todo el mundo, nueve de cada diez explotaciones agrícolas son negocios familiares. En América Latina ese porcentaje asciende al 80%. Esto supone 500 millones de unidades productivas en todo el mundo y siete millones tan solo en la zona del Mercosur. Estas últimas dan empleo a cerca de 30 millones de personas.

Esta porción tan importante de la población, olvidada por el imaginario colectivo, a menudo está también olvidada por los poderes públicos. La agricultura familiar es clave a la hora de garantizar la seguridad alimentaria y la producción de alimentos de calidad para ciudades, regiones y países. Todo ello es la piedra angular que puede garantizar una sociedad inclusiva, sin ciudadanías de segunda clase.

Sin embargo, los hombres y las mujeres que dedican sus vidas a la agricultura familiar cuentan, demasiado a menudo, con muy poco o nulo reconocimiento y escaso acceso a servicios esenciales al alcance del resto de la sociedad. Un solo dato proporciona una clara idea de cómo esto es así: Pese a ser el 80% de las explotaciones agrícolas, las granjas familiares solo poseen el 18% del total de la superficie rural explotada en América del Sur.

Hace 15 años, el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA), la agencia de las Naciones Unidas especializada en desarrollo rural, apostó por cambiar esta realidad. La colaboración con diversos actores de la sociedad civil del Cono Sur dio lugar al nacimiento del FIDA-Mercosur. Su objetivo: crear un espacio de articulación, coordinación y diálogo político en el que organizaciones sociales y gobiernos de los países del  Mercado Común del Sur  ampliado (incluyendo Chile y Bolivia) discutiesen políticas públicas orientadas a reducir las causas de la pobreza rural, desarrollar los territorios rurales y apoyar la agricultura familiar.

En estos 15 años, se han conseguido avances clave como la creación y consolidación de la Reunión Especializada para la Agricultura Familiar (REAF), una de las comisiones más activas del entramado institucional del Mercosur. Íntimamente ligado a la REAF, el Fondo de Agricultura Familiar (FAF) del Mercosur ha permitido a los gobiernos del Cono Sur adoptar iniciativas concretas en favor de los agricultores familiares, una vez terminado el apoyo directo del FIDA a los programas de la REAF. Además, el campo de acción del programa se ha ampliado a Venezuela, Ecuador, Colombia, República Dominicana, Honduras, Guatemala Nicaragua y Costa Rica.

En junio comienza una nueva fase de nuestra historia que nos debe permitir seguir enfrentando con mayor garantía de éxito los muchos retos pendientes en el campo de la agricultura familiar. Queda mucho por hacer en el campo de políticas públicas que favorezcan el acceso de los agricultores familiares a la tierra, a medidas de mitigación y adaptación al cambio climático, a los programas de compras públicas y los mercados, a servicios financieros y de asistencia técnica adecuados, a medidas de discriminación positiva en favor de dos colectivos especialmente vulnerables dentro de la agricultura familiar como son los jóvenes y las mujeres.

Tenemos todavía mucho que decir y esperamos que los gobiernos de la región nos escuchen. No solo por nosotros, ni tan siquiera solo por los agricultores familiares, sino por el bien del conjunto de la sociedad. La agricultura familiar es la mano que nos da de comer. Y parece justo cuidarla para que siga haciéndolo, ¿no?