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Razones para La Razón

La Razón conmemora 25 años de circulación en Bolivia. En ese lapso, este matutino fue testigo y protagonista, al mismo tiempo, de un curso histórico complejo y rico. Su desempeño testimonial y activo fue evaluado por la sociedad a lo largo de cinco lustros. Su imagen se resuelve entonces según la perspectiva de los diferentes sectores de la ciudadanía en cada contexto y circunstancia. De hecho, La Razón de hoy dista mucho de ser La Razón de hace 15 años, o la de sus días inaugurales, por lo que quienes en un tiempo la empuñaron como arma de confusión, hoy la impugnan. Y así sucesivamente.

De esta manera, más que una retrospectiva de los años transcurridos, me convoca la idea de imaginar los próximos 25 años de este diario, de la prensa en general, y los desafíos que desde ahora el futuro les plantea. El primero de ellos es la lectura propiamente tal. Según un estudio de la Universidad Católica Boliviana, la gente lee cada vez menos; y entre quienes leen, la lectura presenta índices pavorosos de incomprensión. Tal cual. ¿Cómo encarar una función efectiva para un medio escrito en ese contexto?… vendría a ser la reflexión de partida hacia el porvenir. Estamos ante una disyuntiva: apuntalar a la sociedad en sus estándares de alfabetización o cambiarle de lenguaje para poder comunicarse con ella; porque será disfuncional insistir en el antiguo perfil de prensa del que la sociedad contemporánea viene desconectándose progresivamente, al menos como factor gravitante en su forma de pensar y actuar.

Un segundo desafío proviene de cómo y dónde buscamos información. En pocas décadas, la tecnología ha generado alternativas cada vez más individualizadas de acceso a los acontecimientos (globales y locales), con una amplísima (casi agobiante) oferta de fuentes. Son cada vez menos quienes compran un periódico para informarse; lo harán por otras motivaciones, no las noticias. La conexión entre los hechos y la gente está determinada hoy por mediaciones ágiles y diversificadas, en las que el individuo tiene inclusive la opción de participar activamente y en tiempo real, no solo en la información, sino hasta en los acontecimientos mismos. Predomina el lenguaje de la imagen, con poca demanda de lectura y de complejidad comprensiva, por lo demás.

Estas nuevas dinámicas parecieran dejar sin lugar a la comunicación impresa en el mundo del futuro. La tendencia podría revertirse encontrándole a ella una misión diferenciada y antagónica con la hegemónica, bajo la premisa de romper el abrumador flujo de aceleración mundial. Pienso en una utopía, claro: brindar una temporalidad reflexiva proporcional al ritmo de la naturaleza humana y de sus necesidades espirituales. Imagino. Ilusiono.

La ilusión nos lleva al tercer desafío, no relacionado a las tendencias inevitables del mundo contemporáneo, sino más bien a un vetusto paradigma: la ética. Y aquí el punto es cómo recuperar la confianza de la gente; que nadie necesite preguntarse quién es el dueño de un periódico, para saber cómo leerlo; o quiénes son los enemigos personales de tal o cual periodista, para entender el sesgo de la información que presenta o deja de presentar; o a qué intereses supraperiodísticos obedece éste o aquel suplemento, para poder interpretar sus incidencias y omisiones; etc. 

La sobrevivencia de la prensa escrita hacia las próximas décadas dependerá, en parte, de su respuesta a la vertiginosa mutación de soportes y procesos comunicacionales; pero dependerá mayormente de las conductas y prácticas de los oficiantes de la comunicación, personales e institucionales, en el sacrosanto ejercicio de mediar entre la realidad y las personas. La Razón tiene razones para apostar al futuro.