Para comprender la crisis griega
Desde la constatación del engaño de su clase política, el pueblo griego solo ha ido en picada.
Hace unos años estuve en Atenas. Eran tiempos del gobierno conservador de Kostas Karamanlis, cuando los griegos soñaban ser parte del desarrollo europeo. Con un PIB creciendo dos puntos porcentuales mayores al promedio de la eurozona (6,8%), en las calles se respiraba bonanza y las grandes tiendas de marcas globalizadas no daban abasto al consumo de una sociedad griega sofisticada y moderna. Sin embargo, todo ese espejismo de crecimiento estaba asociado tan solo a un mayor gasto del sector público basado en los crecientes déficit fiscales. Para el inicio de la crisis, en 2009, se pudo evidenciar que el Gobierno había falsificado los datos macroeconómicos de la contabilidad nacional y un supuesto déficit controlado de 3,7% en realidad implicaba la alarmante cifra de 12,7%.
Desde la constatación del engaño de su clase política, el pueblo griego solo ha ido en picada. La deuda acumulada en la actualidad le significa el 180% de su PIB, cuando el límite aceptado por la Unión Europea para sus miembros es de 60%. El proceso de endeudamiento de Grecia, más allá de poner en duda su capacidad de pago, pone en crisis la solidez de la Unión Europea. Por ello, lo que pase en los próximos días con las negociaciones de Grecia será decisivo no solo para el pueblo heleno, sino para Europa en su conjunto.
Y es que en esta tercera ronda de rescate la economía griega parece haber tocado fondo. No se trata ya tan solo de reivindicar la dignidad de una izquierda que busca autonomía frente a una Europa derechizada; ahora está en juego el mínimo bienestar de un pueblo víctima de las recetas de austeridad que tanto conocemos en América Latina. Actualmente, el 45% de sus jubilados y el 40% de sus niños viven por debajo de la línea de la pobreza. Ese es el resultado de una tasa de desempleo del 26%, la más alta de Europa, que en el caso de los jóvenes llega incluso al 60%, presionada por los 200.000 despidos de empleados públicos de los últimos años.
Esta “austeridad”, sin ningún resultado excepto la mayor pobreza de la gente, genera presión sobre la ya mermada política social que ahora tiene dimensiones de atender una verdadera crisis humanitaria. Por ello, el recién posesionado gobierno de Syriza ha iniciado una serie de programas de emergencia de alimentación, electricidad y tratamiento médico gratuitos que nos recuerdan la Europa de la Segunda Guerra Mundial, y cuyo sufrimiento humano tal fácilmente parecen haber olvidado la burocracia alemana y francesa.
Enfrentando una pobreza impensable en la Europa contemporánea, Syriza ahora debe también asumir el proceso de negociación más asimétrico de la historia europea. Bajo el liderazgo de una Alemania implacable, los acreedores de Grecia quieren dar un ejemplo a los países del sur de Europa que pueden verse tentados por aventuras socialdemócratas. Lo que nos queda claro es que Grecia no solo defiende su opción política por una izquierda moderada, Grecia también tiene entre manos el horizonte de lo posible de las terceras vías europeas.
Por todo esto, en una reciente carta de solidaridad con Grecia, el pensador portugués Boaventura de Santos se pregunta: “¿Syriza va a ser sacrificado para servir de vacuna contra lo que puede ocurrir en España, en Irlanda, en Portugal e incluso en Italia? No lo sabemos, pero es legítimo tener una sospecha y una certeza. La certeza es que, con la derrota de Syriza, los partidos socialistas que en su tiempo optaron por la tercera vía sabrán muy pronto que esta vía es en realidad un callejón sin salida”.