Asilo del proscrito
Soy potosino y reclamo que mi lar siga siendo ‘asilo del proscrito que lucha en la verdad’
Potosí fue presa de engañifas, explotación e ingratitud desde su fundación, en 1545, con el apodo de Villa Imperial de Carlos V. Los ibéricos coparon a los ibépobres a punta de espada, arcabuz y Biblia, y se llevaron la plata del Cerro Rico por más de dos siglos.
Los colonialistas izaban para sus atrocidades una bandera cuadriculada de rojos y blancos, donación de su rey. Esa bandera cubrió el crimen de lesa humanidad de la mita en el Súmaj Orcko. Esa bandera tapó alzamientos de insumisos y fue mortaja del tormento de los Katari; los vascongados la remojaron con la sangre de Alonso de Ibáñez y sus huestes vicuñas por la libertad.
Ahora, acarreados por un comité cívico de notables, los tataranietos de los mitayos hacen ondear el pendón de sus opresores y se proclaman hijos de la Villa Imperial (de Quirlos Canto). Con esa bandera canalla exigen un aeropuerto internacional, el reapuntalamiento del cerro gruyere (que siguen horadando), una fábrica de cemento, industria que ya ningún país quiere tener por sucia y contaminante. Y piden no sé qué más, tal vez la erección de un teleférico hasta lo alto de su soberbia titulada “Potosí Federal”.
Soy potosino y reclamo que mi lar siga siendo “asilo del proscrito que lucha en la verdad” (Daniel Campos, Himno a Potosí). Pero mis paisas comsipos asustan a la gente dinamita en mano y bloquean el paso común a la mítica ciudad. “Potosí, haz hilo del proscrito”. ¡Supáypaj! Si en lugar de esas huevadas nos diéramos a recuperar el talento laboral y el valor civil de Uncía, Llallagua, Pulacayo, Colquechaca, Huanchaca y otros diez históricos pueblos mineros que hoy padecen abandono de catafalcos.
En los noventa, el prefecto neoliberal Yerko Kukoc amenazó con anexar Potosí a Chile. Fue ocasión para que nuestra ironía diga “Comchipo”, como réplica al contento de la oligarquía chilena, inspiradora de esa idiotez separatista que, años después, se volvió viral en las mentes cívicas de otros malnacidos.
Potosí no es un cerro a la izquierda y hay que saber que Chile no renunció a la posesión, por la razón o la fuerza, de nuestras riquezas en el oeste, digamos el litio. De Yerko Kukoc a Johnny Llally, ¿cuánto dinero y a quién pagan los chilenos por mostrar como suyas las maravillas turísticas del Salar de Uyuni? ¿Acaso se puede alquilar partes de soberanía patria a vecinos angurrientos? Son preguntas.