Si bien dos o tres de las carreras universitarias de comunicación de Bolivia incluyen en sus programas de enseñanza algunas materias correspondientes a la comunicación para el desarrollo, ninguna de las 12 o más existentes hoy puede considerarse especializada en esta disciplina de la profesión. ¿Qué explica esto? ¿Por qué en un país que infortunadamente está todavía entre los más afectados por el subdesarrollo no se cuenta siquiera con una carrera académica que aspire a poner a fondo la comunicación al servicio del desarrollo? ¿Por qué un país que, por su condición multicultural y plurilingüe y dado su vasto y dislocado territorio, sufre mayores problemas de comunicación que muchos otros no cuenta con un carrera así especializada? ¿Por qué, en fin, un país que es, sin embargo, creativo y precursor en el mundo en la teoría y en la práctica de la comunicación popular alternativa no dispone de tal entidad a su servicio?

Una explicación central puede ser el hecho de que ni los gobiernos ni los organismos no gubernamentales de apoyo al desarrollo tienen una percepción adecuada sobre la utilidad de la comunicación para el éxito de sus programas. Para los gobiernos comunicación es, ante todo y sobre todo, propaganda política, vigilancia de la opinión pública y manejo de la relación con los medios masivos comerciales. Solo marginalmente se valen ellos en campos del área social como la salud y la educación, de la comunicación técnico-educativa para apuntalamiento de sus operaciones. Y los organismos no gubernamentales de servicio desinteresado, que en Bolivia son holgadamente más de medio millar, limitan por lo general su actividad comunicativa al uso esporádico de folletos, carteles y videos, y recurren ocasionalmente a campañas de alta intensidad y corto plazo solo para fines muy puntuales.

Otra explicación posible es la percepción común entre administradores, catedráticos y estudiantes de la comunicación primordialmente como el uso de los medios masivos comerciales para fines de información y entretenimiento. Esto conlleva a menudo el atractivo de la notoriedad que dan los medios —especialmente la televisión— a sus figuras estelares. Esa percepción conduce a considerar como mercado de trabajo privado. Es evidente que éste ha crecido mucho en los últimos dos o tres lustros, justamente en el periodo de evolución de la carrera de Comunicación de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Decenas de canales de televisión, centenares de radioemisoras y un número de diarios muy alto dan constancia de ese crecimiento desbordado con relación al tamaño de la población y con su magra capacidad económica. Sin embargo, el total de empleos que el conjunto de esos medios puede ofrecer resulta inferior al gran número de egresados del excesivo número de carreras existentes en el país. Hay que buscar, pues, otras opciones de empleo y ellas están justamente en el campo de la comunicación para el desarrollo.

Y otra explicación más puede ser que, aunque hay alguna conciencia y no pocas experiencias de la comunicación como instrumento de apoyo técnico-educativo a los programas de desarrollo, no hay en cambio más que una mínima apreciación de la comunicación como agente de liberación y de potenciamiento de la capacidad autónoma del pueblo para comunicarse. Como lo ha señalado Sandra Aliaga en su intervención en este foro-debate, el comunicador no puede seguir siendo solo un agente de transmisión de conocimientos, actitudes y prácticas de unos pocos doctos o unos muchos legos. En ese sentido, el comunicador es un intermediario, con algo de conductor o, por lo menos, propiciador, pero tiene que ser además ahora un mediador, en el sentido de agente servidor de la voluntad popular y de factor de apuntalamiento discreto y no manipulatorio para que las comunidades de base desarrollen libremente su capacidad de decir su palabra y de ser escuchados y tomados en cuenta para la conducción del desarrollo y la consolidación de la democracia.

Este nuevo papel deseable para los comunicadores abre nuevos requerimientos de enseñanza-aprendizaje, nuevos tipos de conducta profesional y nuevas oportunidades de ocupación.  Y algo semejante pudiera decirse también de nuevos campos de la propia comunicación instrumental, como son los aplicados a la protección ambiental, a la defensa de los derechos humanos, al combate contra el flagelo de las drogas, a la lucha por la equidad para mujeres y adolescentes, y a la prevención de desastres naturales.

Colegas, el desarrollo nacional que a medios de este siglo se consideraba posible para bien de todos no ha ocurrido sino para beneficio de muy pocos. Pese a fuertes inversiones y meritorios empeños, las décadas que las Naciones Unidas llamaron optimistamente las del desarrollo —las del 50, del 60 y del 70— lamentablemente solo significaron subdesarrollo acentuado para los más en contraste con el acrecentado monopolio del poder económico, político y social por exiguas minorías conservadoras. Al comienzo de la década del 80, bien llamada “perdida” para nuestros países, el modelo clásico de desarrollo materialista e inequitativo llegó a un colapso mundial de magnitud colosal que sumió a nuestra región en inmensa deuda, caída y estancamiento. Y en la presente década, en la que el neoliberalismo y la globalización han consagrado su dominio universal, la brecha entre pobres y ricos se ha expandido rápidamente, y en grado abrumador, exacerbando peligrosamente la miseria de las masas y poniendo en riesgo la estabilidad de la recuperación democrática. El pueblo, inocente e inerme, está pagando la factura. Ésta es, pues, la hora en que, en vísperas del nuevo milenio, solo una visión radicalmente diferente del desarrollo puede aspirar a presidir la superación del desastre. Y ésta es justamente la hora en la que la comunicación, también concebida en forma bien distinta a la tradicional, puede llegar, finalmente, a constituirse en una herramienta de veras crucial para la conquista del verdadero desarrollo para todos.

A cobijo de esta convicción, propia de un amante obstinado de utopías como confieso serlo, me pregunto si no será deseable y posible que la carrera de Comunicación de la UMSA se constituya en la especializada en formar profesionales adecuados para tal causa. Esta carrera forma parte de la entidad cabecera del sector académico público que tiene una larga tradición de combativa identificación con las aspiraciones del pueblo boliviano. Ha llegado ya a un punto cercano a su mayoría de edad. Y cuenta con la entusiasta afluencia a sus aulas de segmentos de la juventud injustamente desfavorecida por la estructura económica prevaleciente y, por ello mismo, identificada con las aspiraciones de los más, de los olvidados, de los que forman la esencia vital de la nación boliviana. Sin duda, para acometer con razonable probabilidad de éxito un emprendimiento semejante, la carrera tendrá que experimentar ajustes importantes en orientación, programa, presupuesto y personal. Pero si hay en la institución voluntad política y mística de servicio a la comunidad, la quimera pudiera tornarse realidad. Yo creo que esa voluntad y esa mística están presentes en esta escena. Y quisiera creer que muchos de ustedes —administradores, maestros y alumnos de la UMSA— pudieran enamorarse también de esta utopía finisecular.

(El presente artículo es un fragmento del comentario realizado por Luis Ramiro Beltrán a las exposiciones de Sandra Aliaga y Pedro Glasinovic en el foro-debate: “15 años UMSA/Comunicación/Trayectoria y desafíos” (1999), reproducido por la Decana y la Vicedecana de la Facultad de Ciencias Sociales de la UMSA, en homenaje a Luis Ramiro Beltrán Salmón).