Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca”, decía el afamado cuentista y poeta argentino Jorge Luis Borges. Esta afirmación la pueden validar en Finlandia, cuyos habitantes aman los libros (esto por un estudio que concluyó que cada finlandés lee una media de 47 libros al año). Este amor por los libros no los lleva a comprarlos, sino que la gente lee gracias a los préstamos bibliotecarios. Además de todo eso, la lectura es un hábito natural y muy arraigado dentro de las familias finlandesas. Todos estos factores se conectan, desde luego, a que este país tenga uno de los mejores sistemas educativos del mundo.

En nuestro país, por el contrario, no existe este tipo de hábito. Los libros de nuestras bibliotecas se empolvan, y como no hay lectores que los devoren, se los comen las polillas. Y mejor ni hablar de nuestra educación, más de una década casi perdida que oscila entre el desinterés estudiantil y la mediocridad profesoral.

Nuestro único acercamiento a las letras es gracias a la Feria Internacional del Libro, que se organiza cada año, que es, desde la percepción de algunos, una feria de editoriales; para otros, una feria de farándula autoral; y, para los menos, una feria de lectores (si no lees de manera gratuita un libro en una biblioteca, no lo vas a comprar, y menos adquirir a cambio de dinero… libros que se exponen para que alguien los tome, algo que se equipara con la prostitución, como diría Walter Benjamin, en su Iluminaciones II, Baudelaire. Un poeta en el esplendor del capitalismo).

La 20° versión de la feria de La Paz, que concluye hoy, trató de mejorar esta situación. Para comenzar, los precios de las entradas rebajaron, pero esta impronta se niveló el 6 de agosto, cuando si bien la entrada fue 2×1, ya no fue gratuita como antes.

Los precios de los libros estuvieron como anteriores años: algunos demasiado caros, y otros, relativamente a buen precio (nunca se podrá decir que estuvieron demasiado baratos, a pesar de que Bolivia es el país donde se los vende menos caros, teniendo en cuenta que gran parte los importamos. Sin embargo, y a pesar de eso, nuestro salario no da ni para obtener esos ejemplares a buen precio).

Las actividades mejoraron. Hubo más interacción entre estudiantes y escritores, por ejemplo, y por supuesto con el público lector (las ferias del libro sirven para eso: para el encuentro y no solo para el comercio).

Se dice también que el Gobierno debería subvencionar el espacio del campo ferial para este tipo de actividades culturales y para que más gente pueda acceder a él… Si así fuera, ¿iría más gente sin siquiera haber adquirido el hábito de lectura primero?