La deuda es buena
La economía necesita un monto suficiente de deuda pública allá afuera para funcionar bien.
Rand Paul dijo algo gracioso el otro día. No, de verdad; aunque, por supuesto, no fue intencional. En su cuenta de Twitter deploró la irresponsabilidad de la política fiscal de Estados Unidos, declarando: “La última vez que Estados Unidos estuvo exento de deudas fue en 1835”.
Los ingeniosos notaron rápidamente que en general le ha ido bien a la economía estadounidense en estos últimos 180 años, sugiriendo que ver al Gobierno debiéndole dinero al sector privado pudiera no ser una cosa tan mala. El Gobierno británico, por cierto, ha estado endeudado durante más de tres siglos, era que se extiende desde la revolución industrial, la victoria sobre Napoleón y más. Pero, ¿es el punto meramente que la deuda pública no es tan mala como dice la leyenda? ¿O puede la deuda gubernamental ser efectivamente algo bueno?
Créanlo o no, muchos economistas argumentan que la economía necesita un monto suficiente de deuda pública allá afuera para funcionar bien. ¿Y con cuánto basta? Quizá más de lo que tenemos actualmente. Eso es, existe un argumento razonable a esgrimirse en el sentido de que parte de lo que aflige a la economía mundial justo en estos momentos es que los gobiernos no están suficientemente endeudados.
Sé que eso pudiera sonar loco. Después de todo, hemos pasado buena parte de los últimos cinco o seis años en un estado de pánico fiscal, con toda la” gente muy seria” declarando que debemos abatir déficits y reducir deuda ahora, ahora, ahora, o nos convertiremos en Grecia…
Sin embargo, el poder de los regañones del déficit siempre fue un triunfo de la ideología sobre la evidencia, al tiempo que cada vez más personas genuinamente serias (más recientemente Narayana Kocherlakota, presidente saliente de la Reserva Federal de Minneapolis) están exponiendo el argumento de por qué necesitamos más, no menos, deuda gubernamental.
¿Por qué? Una respuesta es que la emisión de deuda es una forma de pagar por cosas útiles, y nosotros deberíamos hacer más de eso cuando el precio es el indicado. Estados Unidos sufre de obvias deficiencias en caminos, vías, sistemas de agua y más. En el ínterin, el Gobierno federal puede pedir préstamos a tasas de interés históricamente bajas. Así que es un momento muy bueno para pedir prestado e invertir en el futuro, así como un momento muy malo para lo que efectivamente ha ocurrido: un descenso sin precedente en el gasto de construcción pública se ajustó por el crecimiento poblacional y la inflación.
Más allá de eso, esas mismas tasas de interés muy bajas nos están diciendo algo sobre lo que quieren los mercados. Ya he mencionado que tener cuando menos una parte de deuda gubernamental sin saldar contribuye a que la economía funcione mejor. ¿Cómo es eso? La respuesta, con base en Ricardo Caballero del el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y otros, es que la deuda de gobiernos estables y confiables proporciona “activos seguros” que ayudan a inversionistas a manejar los riesgos, hacer transacciones con mayor facilidad y evitar un destructivo tumulto por el dinero.
Ahora, el sector privado en principio también puede crear activos seguros, como depósitos en bancos que sean percibidos universalmente como sólidos. En los años previos a la crisis financiera de 2008, Wall Street alegó que había inventado clases totalmente nuevas de activos seguros al rebanar y picar flujos de efectivo de hipotecas subprime y otras fuentes. Sin embargo, toda esa ingeniería financiera supuestamente brillante terminó siendo una estafa: cuando estalló la burbuja de la vivienda, todo ese papel categoría AAA se convirtió en composta. Así que los investigadores se escurrieron de nuevo al refugio seguro suministrado por la deuda de Estados Unidos y unas pocas economías más. En el proceso, impulsaron muy abajo las tasas de interés sobre esa deuda.
Y esas bajas tasas de interés, declara Kocherlakota, son un problema. Cuando las tasas de interés sobre deuda del Gobierno son muy bajas incluso cuando la economía es fuerte, no hay mucho espacio para reducirlas cuando la economía está débil, dificultando mucho más combatir recesiones. Además, pudiera haber consecuencias para la estabilidad final: rendimientos muy bajos sobre activos seguros pudieran orillar a inversionistas a correr demasiados riesgos; o para lo que es igual, fomentar otra ronda del destructivo abracadabra de Wall Street.
¿Qué puede hacerse? El solo aumento de tasas de interés, como siguen exigiendo algunos tipos financieros (con la mirada puesta en sus propios balances), socavaría nuestra recuperación aún frágil. Lo que nos hace falta es políticas que permitan tasas más altas en buenos tiempos sin causar un bache. Y una de esas políticas, argumenta Kocherlakota, sería apuntarle a un mayor nivel de deuda. En otras palabras, el gran pánico por la deuda que distorsionó la escena política de Estados Unidos de 2010 a 2012, y sigue dominando la discusión económica en Reino Unido y la eurozona, fue incluso más obstinado en el error de lo que nos percatamos aquellos de nosotros en el lado contrario a la austeridad.
Los gobiernos que escucharon a los regañones fiscales no solo estuvieron pateando a la economía cuando ésta estaba en el suelo, prolongando el bache; no solo estuvieron abatiendo la inversión pública en el momento justo en que inversionistas de bonos prácticamente estuvieron suplicándoles que invirtieran más; ellos pudieran habernos estado tendiendo una trampa para crisis futuras. Y el aspecto irónico es que estas imprudentes estrategias, y todo el sufrimiento humano que han creado, fueron vendidas con llamados a la prudencia y la responsabilidad fiscal.