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Me duele Ecuador

Sin duda que la derecha trabaja para desestabilizar los procesos políticos de América Latina, procesos que los pueblos, han decidido apoyar y sostener, en el entendido que traen esperanzas de cambiar las relaciones de poder, explotación y dominación. En Bolivia hemos tenido dos momentos que nos han sacudido hasta los tuétanos y nos han puesto en vilo. Me refiero a la marcha en defensa del TIPNIS articulada con las reivindicaciones justas de reclamar el derecho a la consulta y el diálogo con el presidente-hermano Evo Morales; y la otra, el justo reclamo de una región de Potosí y la reciente protesta de los dirigentes y miembros del Comité Cívico Potosinista (Comcipo), quienes pedían más atención; y no era que el Gobierno no los atendió, pero, por ser el empobrecimiento mayor, necesitaba más.

Hasta ahí estamos de acuerdo. Donde las aguas se separan es en el desarrollo de los conflictos, los pactos y el silencio ante una derecha que se pega como garrapata a las movilizaciones, y sobre las cuales los dirigentes no toman distancia claramente, no los denuncian públicamente y no los expulsan de sus espacios de decisión y movilización. Éstos son los límites que no se pueden cruzar, no se puede ser ambiguos con la derecha. Los procesos revolucionarios y progresistas no son una taza de leche y necesitan de la crítica y el cuestionamiento de las organizaciones que los sostienen y que dan su voto para apoyarlos, es el mandar obedeciendo de los zapatistas, que nos muestra el camino. Pero si no queda claro la diferencia radical de las movilizaciones con una derecha que pesca en río revuelto, puesto que no tiene nada que proponer, lo que hace el pueblo es ser tontos y tontas útiles, para fortalecer la contrarrevolución.

Ecuador me duele porque están hermanos y hermanas a quienes conocemos y han sido reprimidos; reconocemos que no se puede ser o parecer golpistas, por eso precisamos convocar tanto al gobierno progresista de Rafael Correa como a las organizaciones sociales a sentarse y dialogar, dejar la prepotencia machista de creerse dueños de la verdad, y marcar claramente los ríos de sangre que nos separan de la derecha y el capitalismo transnacional.

Los procesos políticos de Latinoamérica le cuestan al pueblo; no son los partidos o los grupos de intelectuales vanguardistas y mesiánicos los que los hacen o los sostienen. Entonces son las organizaciones y movimientos sociales los que van a decidir sus rumbos. Los gobiernos no pueden separarse de la matriz que los parió, con el pretexto de que la gobernabilidad es para todos y que también los empresarios o las transnacionales tienen derechos. El patriarcado capitalista transnacional es, como dijo Francisco llamado “el papa”, el excremento.

No estoy de acuerdo en que se compare la lucha revolucionaria que hacen las hermanas y hermanos venezolanos contra la derecha, que artificiosamente toma las calles para el noticiero de la CNN, con el proceso del gobierno de Correa y su relación con los movimientos sociales, son procesos diferentes.