Frente a la crisis
Hay tres líneas de acción que debieran activarse en la gestión pública: austeridad, eficiencia y transparencia
No se necesita ser especialista en economía para saber que desde siempre hay un comportamiento cíclico en el sistema capitalista, en el que como país estamos inmersos, más aún ahora en un mundo globalizado donde dominan los emporios financieros. Esto significa que hay profundos altibajos, periodos de auge y de crecimiento acelerado, y periodos de inestabilidad y de crisis.
En lenguaje sencillo esto quiere decir que hay tiempos de vacas gordas y tiempos de vacas flacas. Y demás está decirlo, hay un montón de señales que nos están diciendo a gritos que hemos ingresado a una etapa de vacas flacas. Indicadores claves son los continuados descensos de los precios de nuestras exportaciones básicas: hidrocarburos y minerales.
Una de las grandes interrogantes es saber si en la larga etapa anterior de vacas gordas los responsables de la conducción del país tomaron las previsiones necesarias para enfrentar una situación como la que hemos comenzado a vivir y que puede ser prolongada y agudizarse todavía más, creando situaciones de generalizado malestar social. Se ha dicho que el alto nivel de las reservas internacionales netas (RIN) con las que cuenta el país proporciona el blindaje necesario para resistir la tormenta. Esto puede ser verdad, hasta cierto punto. Pero, a nuestro modesto entender, hay por lo menos tres líneas de acción que debieran ser activadas de manera complementaria: austeridad, eficiencia y transparencia. Y esto en todos los espacios y niveles de la gestión pública.
La austeridad puede alcanzarse limitando gastos y priorizando inversiones. Por ejemplo, reduciendo los viajes de la burocracia estatal, incluidos los del Presidente y Vicepresidente. También frenando la construcción de espacios deportivos, primero porque ya se han construido demasiados y porque están siendo subutilizados, dado que en muchos casos no surgieron de genuinas demandas de las comunidades, sino de caprichos y afanes de poder de algunos dirigentes. La inversión de los mermados recursos de las alcaldías, universidades, gobernaciones y Gobierno central debieran orientarse hacia rubros productivos o hacia urgentes requerimientos en salud.
Eficiencia significa no seguir inflando las planillas de funcionarios, exigir mayor rendimiento a los servidores públicos y sobre todo ejecutar las reservas acumuladas en caja y bancos a lo largo de varias gestiones, acabar con los proyectos paralizados por la molicie burocrática y la falta de iniciativa de las autoridades. Supone también disminuir la evasión tributaria y frenar el contrabando desde y hacia el país.
Transparencia implica acabar con el secretismo y no solamente permitir, sino fomentar el libre acceso a la información sobre los asuntos públicos. Esto no se consigue asfixiando, con la tenaza de la publicidad estatal, a periodistas y medios que critican determinados aspectos de la conducción gubernamental, en pleno ejercicio de sus derechos democráticos. Y también ratificando en la práctica, con hechos tangibles, que existe cero tolerancia a la corrupción, que no se espere a que los asuntos revienten, como en el Fondo Indígena, para recién ocuparse de ellos. ¿Qué hacían entretanto los organismos de control social, las unidades de transparencia creadas por todas partes y el mismísimo ministerio del ramo?
Austeridad, eficiencia y transparencia, como ama sua, ama qhella, ama llulla, y como la reivindicación marítima, nos comprometen a todos, nadie debiera sentirse excluido. Sospecho que solo de esa forma seremos capaces de resistir los embates de la crisis internacional que nos acecha y que ha comenzado a golpearnos.
Es periodista