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¿Extractivismo o industrialismo?

Inicialmente la discusión sobre el modelo económico en Bolivia se centraba en el dilema neoliberalismo o populismo, y después de que se demostró que hay una economía de lo posible y que se puede lograr la estabilidad económica junto a una mejor redistribución del ingreso, ahora la discusión se focaliza en la crítica al extractivismo estatal. Sin embargo, las alternativas al “extractivismo” no son fáciles ni claras, puesto que se limitan a postular la industrialización mientras que algunos todavía siguen “repensando” otras alternativas.

Es necesario reiterar que, quiérase o no, estamos insertos en la economía-mundo capitalista, y no podemos decir: paren que me quiero bajar. Esta economía-mundo expresa las nuevas tendencias globales de la producción industrial, la inversión, el comercio, el flujo de capitales y el flujo de tecnología que caracteriza a la nueva división internacional del trabajo. Su principal característica es el predominio creciente de las formas del comercio intraindustrial e intrafirma, que estimulan la expansión de las cadenas mundiales de suministro, cuyos eslabones son economías “nacionales” que participan en sistemas de producción integrados a nivel mundial. Los protagonistas de este sistema son las empresas transnacionales, y según señaló la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2014, “cuatro quintas partes del comercio mundial se canalizan a través de multinacionales que establecen las tareas del proceso productivo en las ubicaciones más rentables del planeta”.

El mensaje de los organismos internacionales es inducir a la “industrialización” de los países en desarrollo, “sumarse a la fábrica mundial”, con base en las exportaciones de partes y piezas impulsadas por la inversión extranjera. Su requisito principal es la liberalización y los incentivos a las empresas transnacionales como eslabón de las cadenas de valor mundiales. Deben localizarse cerca de las “fábricas centrales”, tener altos encadenamientos hacia adelante, mano de obra barata y depreciaciones cambiarias competitivas. Los países en vías de desarrollo participan en las cadenas de valor mundiales más que los desarrollados, pero con efectos en una mayor desigualdad de ingresos y aumentos de las brechas salariales. Además, la OMC advierte que “la participación en las cadenas de valor mundiales puede aumentar la vulnerabilidad a los ciclos comerciales mundiales”.

El problema no es tanto entre extractivismo o industrialismo, sino en el cambio del modelo de acumulación de capital en la modalidad de generación, uso y destino del excedente económico, concepto distinto al de “rentismo” mal utilizado. Así, deberían preguntarse: ¿por qué el movimiento indígena peruano en Loreto se opuso a la explotación de las transnacionales en el Lote 192 y está logrando que la estatal Petroperú haga la explotación petrolera eliminando el candado legal que le impedía?

Pero sobre todo, para consolidarse, el antiextractivismo no puede triunfar solo en un país, tiene que extenderse a nivel mundial, porque se da la paradoja de que si una nación rechaza la inversión en el sector extractivo, ésta simplemente se va a otro país que sí lo fomente.

Preocupa que mientras las protestas de organizaciones no gubernamentales se concentran en los “extractivistas progresistas”, la compañía petrolera Shell consiguió en Estados Unidos el permiso final que le permite perforar en el Ártico, donde se encuentra el 20% de las reservas inexploradas de petróleo y gas en el mundo. Por último, no hay por qué sorprenderse, como sucedió en Ecuador, que detrás del antiextractivismo se hayan realineado las fuerzas de retorno a la privatización.