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Bolivia Clásica, Bolivia pendiente

Hace algunos años la pianista boliviana Ana María Vera decidió emprender un proyecto de formación musical en el país respaldando el anhelo de su hermano Armando. La consecuencia concreta de esa iniciativa es hoy la Orquesta Bolivia Clásica, que en pasadas semanas presentó una sorprendente serie de conciertos.

Armando Vera es un violinista desencantado de los hábitos mediocres de la enseñanza de la música en Bolivia y de las prácticas orquestales en general carentes de rigor. Sin embargo, nunca renunció a la excelencia como objetivo. Bolivia Clásica es la evidencia de esa convicción puesta en práctica, y es al mismo tiempo una fuerte interpelación a instituciones y programas oficiales y privados de educación musical.

El proyecto se implementa con énfasis en cursos regulares de instrumentos de arco a cargo de un equipo de profesores liderados por el propio profesor Vera. Periódicamente, gracias a gestiones internacionales de Ana María, llegan maestros de primer nivel para realizar talleres intensivos de fortalecimiento técnico y montaje de repertorio. Y así, como la gota que labra la piedra, vienen formando un sólido conjunto de jóvenes que se toman en serio eso de hacer música clásica sin por ello perder la frescura y el entusiasmo.

Entre los logros alcanzados está la homogeneidad del grupo; todos tocando en un nivel equiparable y por lo tanto con sonoridad concurrente y sólida. Está también, y de manera destacable, la afinación, esa categoría aristotélica de la música europea condicionante de su práctica debida. No menos destacable es la musicalidad de la orquesta; es decir, la comprensión de los códigos intrínsecos del lenguaje musical y su transmisión expresiva al oyente. Y por sí todo eso fuera poco, está su desbordante fuerza interpretativa, que convierte al rito sonoro en una verdadera celebración.

Adicionalmente, Bolivia Clásica muestra otros méritos no menos significativos; me refiero a la dignidad con que llevan adelante su tarea. Lejos del discurso falaz de los programas musicales de “rescate social” (en que frecuentemente se escudan iniciativas engañosas), Bolivia Clásica demuestra que nuestros niños y jóvenes son capaces de resultados buenos por sí mismos (sonoridad, afinación, musicalidad, fuerza, etc.), trascendiendo en mucho una supuesta condición de “desventaja”. Simplemente producen arte porque son competentes para hacerlo, y lo hacen muy bien. Punto.

La interrogante abierta ahora es cómo evitar que esos valiosos recursos humanos sembrados no terminen emigrando para siempre y siendo funcionales a otros países. Necesitamos músicos bien formados y comprometidos con el desarrollo del país; no podemos darnos el lujo de exportar lo poco que en esta materia producimos. Y es aquí donde el Estado y la empresa privada deben asistir en conciencia y responsabilidad, porque no tiene sentido una inversión como la de Bolivia Clásica si el retorno no se canaliza apropiadamente hacia el fortalecimiento de nuestra propia infraestructura.

Entiendo que Bolivia Clásica ha captado recursos de distintas fuentes para llevar adelante y a buen término su misión, al amparo de una fundación de igual denominación. Entiendo también (por propia experiencia) que los aportes eventuales no resuelven la sostenibilidad en el tiempo. Esta situación, común a algunos proyectos musicales propositivos del país, debe conducirnos a desarrollar figuras de financiamiento mixto, apropiadamente estructuradas, donde Estado, empresa privada y organismos internacionales contribuyan paritariamente al objetivo de preservar nuestra producción y reinvertirla en su propio crecimiento. Pero claro, el liderazgo debe llevarlo el Estado a través de políticas culturales acordes con el país actual y de una legislación propiciatoria que la sociedad demanda imperativamente.