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Efecto mariposa

No hemos logrado comprender que el turismo puede generar igual o más beneficios que el gas

/ 23 de septiembre de 2015 / 05:09

El turismo es un sector en el que se puede entender con bastante facilidad el efecto mariposa. Imaginémonos dos mundos paralelos. En uno hay una persona que decide aletear y emprender un viaje, pero en el otro esta persona no existe. Por los demás, los dos mundos son idénticos. A largo plazo, con el viaje de la persona antes mencionada ambos mundos acabarán siendo muy diferentes, por cuanto el turismo transforma permanentemente a la llamada aldea global: se transforma la persona que viaja y se transforma el destino que lo recibe, dependiendo cuán preparados estén el uno y el otro para que esa transformación sea para bien.

Hoy en día, cuando un ciudadano asiático, americano, europeo, oceánico o africano se despierta y piensa en un lugar dónde poder descansar, divertirse e invertir, en su mente no figura Bolivia como su primera opción. Sin embargo, eso no significa que el turismo sea una actividad incipiente en el país; de hecho, durante muchos años ha sido el sector más invisible y silencioso del desarrollo económico. Solo como ejemplo, durante la Colonia se comparaba a Potosí con París, y ya desde esas épocas, sin el desarrollo aeronáutico de hoy en día, se trasladaban grandes distancias para llegar a ese destino.

Hoy tenemos varios lugares y eventos que han sido declarados patrimonio cultural e intangible de la humanidad: Potosí, el Carnaval de Oruro, Tiwanaku, el parque Noel Kempff, entre otros, además de reconocimientos como La Paz, ciudad maravillosa, que son atractivos suficientes para convertir al país en un interesante destino para viajar e invertir. Y es que el turismo, a diferencia de otros rubros, visualiza al país y a sus particularidades financieras, económicas, sociales, culturales, ambientales y, sin pedirlo, pone en vitrina mundial el prestigio y la identidad de un país o una región.

Hoy en día aplaudimos la aparición de pozos de gas y petróleo, porque el país ha desarrollado condiciones para que esta actividad se traduzca en beneficios para los habitantes. Sin embargo, no aplaudimos con el mismo entusiasmo la presentación de un destino turístico, porque aún no hemos logrado comprender que este sector puede generar igual o más beneficios que el gas, pero con la diferencia de que ayudaría a conservar nuestros patrimonios culturales y naturales.

Cada 27 de septiembre, diferentes organizaciones se dedican a visualizar al turismo como un sector estratégico en el mundo. En Bolivia, sin tener las mejores condiciones, este sector ya genera $us 1.140 millones en ingresos y 312.000 empleos directos. Pero para que el aleteo que se inicia en otros mundos permita desarrollar mejor el nuestro, dependerá de las autoridades, nacionales y subnacionales, facilitar las mejores condiciones a fin de que este sector se fortalezca, para bien de todo el país. 

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Saberes ancestrales, patrimonios ocultos

Los saberes tradicionales y ancestrales constituyen un recurso muy importante para la humanidad

/ 18 de agosto de 2018 / 03:39

Si combinamos nuestra gran biodiversidad y se aplican de manera integral nuestros saberes ancestrales, no sería descabellado pensar que podríamos aportar al mundo con curas a las principales enfermedades que aquejan a la humanidad, contribuir con soluciones para enfrentar al cambio climático, o simplemente sorprender con alimentos de alto valor nutricional. Para esto, nos falta mucho trabajo, aún hay un largo camino por recorrer, primero hacia la recuperación de nuestros saberes ancestrales, y luego hacia la identificación de las aplicaciones que puede aportar este patrimonio al desarrollo del país y sus regiones.

Siempre se ha dicho que los saberes tradicionales y ancestrales son un patrimonio para la humanidad, y constituyen un importante recurso. También se los vislumbra como una fuente de creatividad e innovación. Y su reconocimiento fomenta la inclusión social y la participación de las comunidades en la construcción del conocimiento, como se describe en la Declaración Universal de la Unesco sobre la Diversidad Cultural (2001).

Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela reconocen los saberes ancestrales como componentes importantes para el desarrollo, y proponen valorar e incluir la diversidad cultural en este ámbito; a tiempo de resaltar la importancia de incorporar el patrimonio de conocimientos tradicionales y ancestrales. Sin embargo, los saberes ancestrales o locales son abordados de manera diferente en cada país.

El Estado Plurinacional de Bolivia incorpora esta visión en su Constitución Política, en el capítulo 4, donde establece que los saberes tradicionales deben ser valorados, respetados y promocionados. La Constitución habla de los idiomas, rituales, símbolos y vestimentas. Otras normas como la Ley 300 incluyen la tecnología y sus formas de interrelación con la Madre Tierra.

A su vez, los agricultores familiares y sus organizaciones han trabajado en la recuperación de los saberes ancestrales y su aplicación en la gestión de riesgos. Por ejemplo, el conocimiento sobre el comportamiento de algunos animales en señal de alerta de lluvias o de sequía ha sido sistematizado en diferentes regiones; y es sabido que las tecnologías andinas han permitido el desarrollo agrícola de muchas zonas.

Pero el potencial de este patrimonio aún está dormido, ya que en esencia la cosmovisión de los pueblos implica una estrecha relación con la naturaleza; y por sus ojos y prácticas pasan soluciones en salud, riesgos, alimentación, aplicaciones tecnológicas, recursos naturales y valores éticos que de integrarse a las políticas públicas podrían significar una gran posibilidad de desarrollo para el país.

El desafío que tenemos como sociedad es fomentar el trabajo de recuperación y la aplicación de estos conocimientos, para fortalecer nuestros valores identitarios como Estado. Desde la academia se debe identificar y aprovechar los recursos naturales en aplicaciones de salud, agricultura, y desarrollo gastronómico, entre otras áreas. También debemos impulsar la validación de tecnologías probadas para mitigar y adaptarse a los efectos del cambio climático. De tener la voluntad como país de trabajar en ello, nuestras culturas podrían ser ese capital moral, espiritual y económico que brinde un horizonte civilizatorio distinto al que hasta ahora hemos transitado.

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Árboles ‘go home’

Nos ubicamos entre los países más vul-nerables y los peor preparados ante el cambio climático 

/ 7 de noviembre de 2015 / 04:23

Hace no mucho tiempo, Bolivia se jactaba de contar con más del 51% de su territorio cubierto de bosques; hoy, su condición está debajo del 48% según datos de la Memoria Técnica Mapa de Bosques 2013 del Ministerio de Medio Ambiente y Agua; además se encontraba entre los 15 países privilegiados con mayor biodiversidad del mundo, ahora formamos parte de los 20 y descendiendo.

Las pérdidas de nuestra naturaleza han sido expuestas por redes técnicas científicas como el Centro de Monitoreo de la Conservación del Ambiente, de la Organización de Naciones Unidas; que tan solo por citar algunos datos, el último mes se expuso que durante los últimos 13 años el país perdió un total de 23.000 km² de bosque, equivalentes a toda la extensión de Guatemala.

Pero ¿acaso no somos los abanderados del cuidado de la Madre Tierra?, aquí algunas respuestas por parte de los líderes nacionales. Empecemos con el Presidente quien ha establecido que expulsaría del país a cualquier organismo que perjudique la exploración de recursos naturales en las áreas protegidas y los bosques; razón por la cual ahora se han endurecido los controles a las denominadas organizaciones no gubernamentales.

Reforzando estas posturas el Vicepresidente ha salido en más de una ocasión con el discurso que se debe utilizar el extractivismo para satisfacer las necesidades de la población, sin embargo, por el mismo periodo el Instituto Boliviano de Comercio Exterior exponía cifras récord de importación de alimentos y madera, mostrando que estamos perdiendo el bosque y afectando la industria maderera y de alimentos en el ámbito nacional.   

En otra intervención, el Segundo Mandatario frente a estudiantes estableció una comparación entre EEUU y Bolivia, diferenciando que los bolivianos tenemos 5.400 árboles por ciudadano más que los 700 árboles por ciudadano estadounidense, dando a entender que podemos talar 4.700 árboles más por delante en pro del desarrollo Plurinacional.

Luego, el Canciller declaró que “las áreas protegidas son invento gringo” y después hizo una justificación al señalar que en el país, nadie las pidió, ignorando completamente el rol de las mismas y su origen; además del criterio de conservación que les otorga las Naciones Unidas como una estrategia básica de supervivencia humana.   

A esta seguidilla de claras declaraciones se sumaron el Ministro de la Presidencia y el Contralor General, quienes vienen deslegitimando el rol del Defensor del Pueblo por defender el medio ambiente a favor de la vida del pueblo boliviano. Lo cierto, que ahora ejercer el derecho constitucional de velar por un medio ambiente sano es considerado un ejercicio imperialista, capitalista y neoliberal.   

En resumen, pasamos de las cifras del orgullo a los logros del proceso de cambio, ubicando al país entre los cinco países que generan más gases de efecto invernadero (GEI) por ciudadano, igual que los llamados gringos; ahora nos ubicamos entre los países más vulnerables y los peor preparados a los efectos del cambio climático, total el área protegida y los bosques son puro invento gringo, ahora quieren arrancar estos inventos de raíz aplicando la política “árboles go home”.

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Repensar para reciclar

Debemos empezar  a considerar si realmente necesitamos consumir o renovar tantos productos.

/ 5 de junio de 2015 / 06:48

Una de las frases más conocidas del habla hispana es: “Ponga la basura en su lugar”. Su origen se remonta a México durante los Juegos Olímpicos de 1968, evento que impulsó una de las campañas de educación ambiental más famosas de América Latina, adoptada y aplicada hasta la fecha en varios países del hemisferio, incluyendo el nuestro. Cabe preguntarse ¿cuánto hemos avanzado en esa tarea?

Según el último informe del Viceministerio de Agua Potable y Saneamiento Básico (VAPSB), los bolivianos generamos cada día aproximadamente 5 millones de kilos de lo que denominamos “basura”. Sin embargo, basados en la ley de conservación de la materia (nada se destruye, solo se transforma), los desperdicios que generamos cada día no deberían considerarse como basura. De hecho, según la misma fuente, el 55,2% de los residuos que generamos en el país son de carácter orgánico (cáscaras de fruta), el 22,1% puede ser reciclado (papel, plástico, vidrio), y el 22,7% es clasificado de no aprovechable.

Si bien en el pasado los desechos eran considerados como basura por su “escaso valor económico”, hace más de dos décadas que varias organizaciones mundiales promueven un término más adecuado: residuos sólidos. Desde esta perspectiva, en la Cumbre del G8 en junio de 2004, el Primer Ministro del Japón presentó por ejemplo la iniciativa de las tres “r”: reducir, reutilizar y reciclar, para construir sociedades orientadas hacia el reciclaje.

En la misma línea, en el país la Ley Madre Tierra establece que los bolivianos debemos mejorar los hábitos de consumo (reducir, reutilizar) y establecer una gestión cíclica de los residuos. Es decir, aplicar tecnologías de reciclaje, compost y generación de energía, bajo un enfoque de transformación de los residuos, en el que los desechos no aprovechables deberían ser almacenados hasta que se desarrolle la tecnología para tratarlos.

Hemos pasado del “Ponga la basura en su lugar” a la “Gestión de residuos”. Sin embargo, en el país menos del 8% de los municipios cuentan con los llamados rellenos sanitarios. En hábitos de consumo, por ejemplo en el país se renuevan 5.000 celulares diariamente (Fundare 2011). Además, las escuelas no abordan esta temática como parte de su currículo; así como tampoco lo hacen la mayoría de los diferentes niveles de gobierno a la hora de elaborar las políticas sociales, económicas y medioambientales.

Si durante más de 47 años hemos tenido problemas con poner la basura en su lugar, el desafío de las 3R implica una gestión integral, que nos llama como ciudadanos a pensar si realmente necesitamos consumir tantos productos o renovar tanto, o si el mejor lugar de los residuos es lejos de nuestra vista, sin considerar que lo que se bota se consume de algún modo.

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‘VidActivismo’

Ser ambientalista en Bolivia ha significado repudio, burlas, ironías y hasta persecuciones

/ 16 de mayo de 2015 / 06:49

El término ambientalista se empezó a acuñar en 1960, y fue durante la Cumbre de Estocolmo, organizada por las Naciones Unidas en 1972, cuando los países del mundo, ante la evidencia de que las acciones humanas estaban deteriorando las condiciones de vida en el planeta, decidieron incorporar en las políticas globales la temática “ambiental”. Tras años de usar el término “ambientalista”, la evidencia científica ha ido demostrando que el medioambiente no necesita que lo defiendan, ya que tiene sus propios mecanismos para equilibrarse, por ello nace la preocupación del ser humano de mejorar sus conductas frente a su entorno, e incluso buscar vida en otros planetas. Esta preocupación no es tanto por el mundo, sino por la propia supervivencia como raza.

Asimismo conviene precisar otros conceptos, como el de “catástrofe natural”. Según señala H. Weltzer, este término hace referencia a “una negligencia semántica, puesto que la naturaleza no es un sujeto, por lo cual, no experimenta catástrofes”, solo se equilibra. Por tanto, lo adecuado sería “catástrofe social”, ya que son las personas quienes sufren estos fenómenos, por lo cual sería mejor denominar este término como “catástrofes de vida”.   

La ciencia periódicamente nos brinda las alertas necesarias respecto a las consecuencias climáticas fruto de la actividad humana; sin embargo, la solución está en manos de la sociedad en general y de sus líderes en particular, quienes, al no tomar decisiones frente a los modelos económicos y sociales, originan el mal llamado “cambio climático”, fenómeno al que se le atribuye las “catástrofes sociales” que afectan a todos los países. En este sentido, lo adecuado sería nombrar estos desastres como “negligencias políticas”, que cada año le cuestan la vida a aproximadamente 400.000 personas.   

Ser ambientalista en Bolivia ha significado repudio, burlas, ironías y hasta persecuciones de parte de las principales autoridades, quienes han acusado y acusan a los defensores del medioambiente de enemigos del desarrollo nacional. Sin embargo, en el mundo muchos líderes van sumado sus voces en favor de una nueva ética. Solo por citar dos casos, este mes Ban Ki-moon declaró que “no hay un plan B, porque no hay un planeta B”; y el propio Papa manifestó recientemente que “la Tierra es el ambiente que cuidar y el jardín que cultivar”.

Tras reflexionar sobre el ambientalismo y sus términos arriba descritos, debo reconocer que la lucha es por la defensa de la vida, en todas sus formas, cruzada que defino como “VidActivismo”, esto porque es tiempo de dejar de lado las etiquetas del pasado, para comenzar a entender que esta defensa ya no es una elección, sino un deber de cada ser humano, el de velar por la vida frente a cualquier otro tipo de interés.

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Impuesto climático

¿Por qué no fijamos un costo de importación a los gases de efecto invernadero que tanto daño causan?

/ 24 de abril de 2015 / 07:16

Es de conocimiento público que los países industrializados son los causantes de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que originan el calentamiento global, y las consecuencias correspondientes: inundaciones, sequías y heladas, entre otras. Lamentablemente los gases que emiten los países no se quedan dentro de su territorio, sino que salen más allá de sus fronteras, afectando a países como Bolivia o a un continente entero como África que, sin emitir tantos GEI a la atmósfera, deben pagar las consecuencias generadas por las acciones de los mal llamados países “desarrollados”.

Esto implica que, sin desearlo, los países con niveles bajos de contaminación terminan importando los gases generados por otros y sus respectivas consecuencias climáticas en nuestros territorios.

Si las reglas de relacionamiento internacional han fijado aranceles a la importación de productos, por lo cual el país que genera el bien paga un porcentaje para que determinado producto esté al alcance del consumidor final, ¿por qué, con mayor razón, no fijamos un costo de importación de estos gases que no deseamos?, mismos que debemos asimilarlos en el porcentaje atmosférico que nos corresponde, lo que nos genera una serie de modificaciones climáticas con sus respectivos desastres, que año tras año debemos atender con fondos propios y alguna ayuda internacional.

Actualmente se barajan dos corrientes en la discusión global al respecto. En una de ellas los países que aún cuentan con un buen estado de conservación ambiental tienen la posibilidad de reducir estos gases, y se les paga un monto de dinero por estas acciones. Tal posición ha sido descartada por el Gobierno nacional, cuya perspectiva se alinea con la segunda postura, de un pago por la deuda externa climática, de tal forma que los países industrializados asuman su responsabilidad frente a las naciones que no han causado la actual crisis climática.

Hoy en día son mayores los avances registrados en la primera postura, y muchos países ejecutan acciones para reducir los gases contaminantes a cambio de dinero y tecnología destinada a la conservación de la naturaleza. En cambio la segunda postura aún no ha prosperado, por lo cual países como Bolivia todavía no reciben fondos para mitigar los efectos del cambio climático.   

Si tuviéramos que ser justos y movernos con las estrictas reglas que los mercados han impuesto, cada país debería pagar un impuesto de importación climática de acuerdo con los volúmenes de gases que genera, destinado a un fondo global para la atención de desastres generados por la exportación de GEI que anualmente producen las grandes industrias de las naciones “desarrollados” que hasta ahora no asumen su responsabilidad para con la vida en nuestro planeta.

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