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En temple diablo

Memoria de aquella república ominosa: esto ocurrió en mi pueblo un día como hoy, 23 de septiembre de 1965, hace 50 años. Corre la voz entre la parpadeante luz del alba. Dice que los van a sacar del distrito no se sabe a dónde. Dice que están amontonados en Siglo XX. Pasa la voz. Hacia la Plaza del Minero corre la gente, pese al toque de queda. Saltan sobre cadáveres tirados en las calles por las masacres de ayer y anteayer. Dice que hay más de 40 muertos.

Las armas de la República se han honrado en guerra contra la clase minera. Y han impedido que inicie la primavera al atacar a los chicos del colegio 1º de Mayo de Llallagua que alistaban la fiesta. Un avión de la FAB tiró bombas en Catavi. Por eso, en vez de a flores y brisa nueva, el aire huele a pólvora y mierda. Como puede, llega la gente al pampón donde están los presos rodeados por los rangers. Son como 25, tildados de extremistas por oponerse a la desnacionalización de las minas. Cuatro meses atrás, en mayo, pasó lo mismo en la Pampa Hilbo de Oruro con proletarios de Colquiri. Sergio Almaraz llamó “el sistema de mayo” a ese plan urdido por el siniestro dictador Barrientos.

Ya van a dar las cinco y treinta cuando una mujer se atreve y grita al montón: ¿Dónde, pues, los van a llevar, don Aldunate? Un soldado rastrilla su metralleta, pero el capitán le hace una señal para que baje el arma. Otra voz desde adentro aviva la tensión: ¡Eso no se sabe, doña Isabela!

Los milicos están nerviosos y su capitán cabizbajo. Llega más y más gente detrás del cerco armado. Los presos liberan la palabra: “Me lo vas a mirar a mis viejitos, doña Carmen/ ¡Muera el imperialismo! No llores, papay/ No levanten la huelga, compañeros”. Y otros encargos. Todos padecen la evidencia de que en Llallagua se muere por la tos silicosa, que es la voz del estaño, o por el plomo, que es la palabra de la República y el orden.

A las seis, un niño alcanza un charango al maestro Valerio Romero. El preso lo tensa en temple diablo y al rato se pone a cantar pidiendo a la gente que le haga coro: “Orgullosa linda pocoateña, eres causa de toda mi pena, si tey querido si tey adorado, solamente por enamorado(…)”. La masa corea el huayño de moda. El capitán puede ordenar silencio, pero no se atreve. Su tropa ha sido cercada por la gente y pudiera haber otra masacre. La soldadesca, además, no sabe cómo reaccionar ante la gente que ahora resiste cantando. Con rabia. Por la tarde velarán a sus muertos y mañana 24 será el entierro. Viva la huelga.

A las seis y cuarto llega un camión Leyland de la empresa y los soldados empujan a los presos que no dejan de cantar. El charango sigue sonando y la multitud llora/canta el huayño ya épico: la libertad es como la pocoateña que se da a desear solo por los enamorados. Se los van a llevar a Oruro y de ahí no se sabe a dónde, doña Isabela. Todos están cantallorando, dueños de la primera mañana arrancada a la primavera, cuando son testigos de algo inconcebible en Bolivia: el capitán y algunos soldados también están llorando.