Rusia en Siria
La intervención rusa en Siria no ha sido una noticia feliz para EEUU ni para sus aliados
A fines de septiembre el presidente ruso, Vladimir Putin, inició una serie de ataques militares aéreos contra el Estado Islámico (EI) en Siria, a pedido de su par Bashar al Assad. La jugada fue relativamente inesperada por EEUU y las demás potencias involucradas en el conflicto, pese a que se conocía el apoyo brindado por Rusia a Siria en logística y asesoría militar.
Al poner fuerzas militares rusas en el conflicto, Putin apunta a varios objetivos. Primero, preservar la presencia rusa en el Mediterráneo, garantizando el control de las instalaciones rusas en Tarto y Latakia. Segundo, reinstalar a Rusia como un jugador indispensable en el tablero geopolítico de Medio Oriente, es decir, del mundo entero. Pero para ello debe cumplir un tercer objetivo: apoyar a Al Assad. Unido a este último objetivo, Putin espera lograr elevar el estado emocional del pueblo ruso, demostrando que está a la altura histórica del esplendor de antaño.
La intervención militar rusa en Siria no ha sido una noticia feliz para EEUU ni para sus aliados, que se han embarcado en perseguir sus propios objetivos regionales en Medio Oriente, a nombre de combatir al EI. Empero, la situación es tan compleja que inicialmente EEUU y Alemania expresaron la necesidad de coordinar esfuerzos con Rusia. Sin embargo, ni bien empezaron los bombardeos rusos, los medios internacionales se llenaron de titulares mostrando noticias e imágenes de poblaciones civiles devastadas por los ataques aéreos rusos, que supuestamente no están apuntando a las fuerzas del EI.
Es altamente probable que los bombardeos rusos no sean precisos y que estén impactando en la población civil. No obstante, el reciente ataque de EEUU a un hospital de Médicos sin Fronteras en Afganistán muestra que no existe en la realidad el concepto de bombardeo de precisión. De hecho, es sorprendente que el tratamiento de la situación en campo no haya reportado bajas civiles masivas luego de que EEUU y otras potencias han bombardeado territorio sirio desde hace ya varios meses.
Rusia ya tiene un pasado negro en la región. Basta con recordar el conflicto que perdió en Afganistán tras una década de enfrentamientos que se iniciaron en 1979. La operación que recién empieza tiene, por lo tanto, riesgos internos. En ese sentido, Putin ha calculado los riesgos de su participación e intenta una intervención que minimice las pérdidas rusas, mientras trata de fortalecer a las tropas en tierra. En ese sentido opera el reforzamiento de los lazos con Irán y Hezbola y también con el Gobierno iraquí.
El objetivo detrás de la intervención rusa es la estabilidad: Putin no desea ver el extremismo sunita expandiéndose por el sur de Rusia. No se trata solamente de mantener la presencia rusa en el Mediterráneo; previsiblemente el Mandatario considera que también está en juego la estabilidad del propio Estado ruso.