Los recientes reveses en Afganistán, desde la caída de Kunduz hasta el bombardeo estadounidense a un hospital de esa ciudad administrado por la organización humanitaria Médicos sin Fronteras, nos plantean una vez más la interrogante de por qué, luego de 14 años de esfuerzos militares estadounidenses, Afganistán continúa siendo tan frágil. El país de mayoría musulmana posee un gobierno elegido democráticamente, que ha sido abiertamente examinado como legítimo. Sondeo tras sondeo sugiere que los talibanes son poco populares. El Ejército afgano lucha fuerte y lealmente; y, sin embargo, los talibanes siempre regresan.

La respuesta a este rompecabezas se puede encontrar en el perfil de un nuevo líder talibán: Akhtar Mohammed Mansour. Resulta que Mansour vive en Quetta algunas veces, “un enclave en el cual él y otros líderes talibanes (…) han construido casas”, según informa una nota publicada por The New York Times. Su predecesor, Mullah Omar, ahora sabemos que murió hace dos años en Karachi. Y, por supuesto, todos recordamos que Osama bin Laden vivió durante muchos años en un recinto en Abbottabad. Estas tres ciudades se encuentran en Pakistán.

No se puede resolver el problema que aquí se comenta sin recordar que la insurrección contra el Gobierno de Afganistán está moldeada, asistida y armada desde el otro lado de la frontera, por uno de los ejércitos más poderosos del mundo. De vez en cuando, alguien dentro o fuera del Gobierno de Estados Unidos señala este hecho. Sin embargo, nadie sabe bien qué hacer. Por lo tanto, el conflicto permanece escondido bajo la alfombra y la política se mantiene igual. Pero éste no es un hecho incidental. Es fundamental, y si no es confrontado, los talibanes nunca serán derrotados. Es un viejo adagio que ninguna contrainsurgencia jamás ha triunfado cuando los rebeldes han tenido un refugio seguro. En este caso, los rebeldes poseen un patrocinador de armas nucleares.

Pakistán ha dominado el arte de pretender ayudar a Estados Unidos cuando en realidad está apoyando a sus más mortales enemigos. Tengamos en consideración todos los esfuerzos que han realizado los oficiales estadounidenses para iniciar charlas con los talibanes. Resulta que estábamos hablando con fantasmas. Mullah Omar ha fallecido hace dos años; todo este tiempo los oficiales pakistaníes han estado facilitando “contactos” y “charlas” con él. Esto es parte de un patrón. Los oficiales pakistaníes de la gestión anterior, presidida por Pervez Musharraf, para abajo negaron categóricamente que Osama bin Laden o Mullah Omar estaban viviendo en Pakistán, a pesar de que el anterior presidente afgano Hamid Karzai lo reiteró públicamente. “No creo que Omar haya alguna vez estado en Pakistán”, dijo Musharrad en 2007.

El Ejército pakistaní ha sido descrito como el “padrino” de los talibanes. Esto podría subestimar su influencia. Pakistán fue la base para los mujaidines apoyados por los estadounidenses cuando lucharon contra la Unión Soviética en la década de los 80’. Luego de que la Unión Soviética se retiró de Afganistán, en 1989, Estados Unidos se apartó casi tan rápidamente como las tropas soviéticas, y Pakistán entró en un vacío estratégico. Empujó hacia adelante a los talibanes, a un grupo de jóvenes pashtun yihadistas escolarizados en el islam radical de las madrassas pakistaníes (“talib” significa estudiante). Ahora la historia se está repitiendo. Mientras Estados Unidos reduce sus fuerzas militares en la región, una vez más Pakistán busca expandir su influencia a través de su poder de larga data.

¿Por qué Pakistán apoya a los talibanes? El anterior embajador de Pakistán en Estados Unidos, Husain Haqqani (cuyo libro Magnificient Delusions es una guía esencial), explica: “Pakistán siempre ha considerado que el orden natural de las cosas sería que Afganistán estuviese bajo la influencia de India, el gigante del subcontinente. El Ejército pakistaní llegó a creer que solo podría ganar fuerza en Afganistán a través de fanáticos religiosos. Todos los grupos seculares y étnicos nacionalistas de Afganistán sospechan de Pakistán, así que el único camino (de contrarrestar la influencia india) es a través de aquellos que ven una ideología religiosa común”. Esta estrategia no es nueva, señala Haqqani, afirmando que la financiación para aquellos grupos comenzó en la mitad de la década del 70, antes que los soviéticos invadieran Afganistán en 1979.

¿Qué debería hacer la administración Obama frente a esta realidad? En primer lugar, dice Haqqani, Estados Unidos necesita ver la realidad tal cual es: “cuando te mienten y no respondes, estás alentando más mentiras”; y agrega que Washington tiene que ser más duro con los militares pakistaníes y poner en claro que su doble negociación debe detenerse. Esto sería bueno para Afganistán y la estabilidad en esa región del mundo, así como también para Pakistán.

Pakistán es una bomba de tiempo esperando para estallar. De acuerdo con el Banco Mundial, se encuentra en el número 43 del mundo por el tamaño de su economía, pero posee la sexta fuerza armada más grande del planeta. Posee el arsenal nuclear con crecimiento más rápido del mundo y que es a la vez el menos transparente. Mantiene lazos cercanos con algunos de los terroristas más brutales del mundo. Sus militares consumen el 26% de toda la recaudación impositiva, según cálculos oficiales, mientras el país posee 5,5 millones de niños que no asisten a la escuela (el segundo número más alto del mundo). En la medida en que sus militares y su actitud permanezcan sin ser evaluadas y sin reformarse, Estados Unidos enfrentará un colapso estratégico mientras retira a sus fuerzas de la región.