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Memoria e identidad de La Paz

La ciudad de La Paz se asentó en territorios perfectamente conocidos por los hispanos desde 1533.

/ 19 de octubre de 2015 / 06:21

Hace un año se realizó el primer congreso municipal de historia de La Paz bajo el rótulo de “Markas, Tambos y Waq’as, Los caminos de la memoria de La Paz-Chuquiago Marka”. Durante tres días, con la asistencia de más de 600 personas y la participación de los más importantes historiadores de nuestro medio como ponentes, en aquel evento se debatió el origen de la ciudad de La Paz. También estuvo presente Martti Pärssinen, arqueólogo e historiador finlandés conocido en nuestro medio por descubrir las importantísimas cerámicas del último periodo de Tiwanaku y las de Pariti, en la isla que lleva el mismo nombre en el lago menor del Titicaca.

En el congreso se logró acumular una gran cantidad de material de investigación, que ha sido publicado en una hermosa edición con 20 sugestivas ponencias, y otros materiales que permiten la difusión de lo que historiadores, arqueólogos, antropólogos, lingüistas, arquitectos y otros profesionales han podido averiguar sobre el origen de la ciudad de La Paz.

Denise Ostermann, por entonces concejal de la ciudad, fue la principal impulsora del congreso; y también fue quien hizo posible, en pleno proceso de transición de la gestión municipal, la edición de la Memoria. Las dificultades no fueron menores, incluso se organizó un congreso paralelo, denominado “Los caminos de kacap Ñan”, convocado a menos de un mes de la realización del congreso municipal y para la misma fecha.

A partir de este evento podemos afirmar que si bien la ciudad de La Paz fue fundada, como se sabe, por don Alonso de Mendoza el 20 de octubre de 1548 en la capilla de Laxa, no se trató de un “descubrimiento” ni mucho menos, en tanto la urbe se había asentado en territorios perfectamente conocidos por los hispanos desde 1533, a raíz de la visita del lavadero de oro, que fue descrito por el primer cronista de La Paz y también secretario personal de Pizarro, Pedro Sancho de Hoz, cuya crónica también fue publicada este año por la editorial municipal Pensamiento Paceño (editorial que dicho sea de paso lamentablemente ha dejado de producir materiales en la actual gestión). Según relata la mencionada crónica, ya existían templos católicos en el territorio conquistado en 1538 por Pizarro y que fue escenario de una cruenta guerra civil entre pizarristas y almagristas.

También sabemos gracias a Pärssinen que la organización espacial prehispana de Chuquiabo tenía una cuatripartición similar a la que existía en Cuzco; que en 1540 Pizarro estuvo presente en Churubamba, desde donde instruyó a Pedro Anzures de Campo Redondo la fundación de la ciudad de La Plata; que fue aquí donde Pedro de Valdivia le solicitó a Pizarro le encargara el descubrimiento y la fundación de Chile; y que fue también donde se tramó dicha expedición con base en las riquezas que este capitán había logrado con la explotación de la mina de Porco, desde 1538. Asimismo, ahora sabemos que en 1573 se realizó la segunda fundación de La Paz, que permitió el paso de los ibéricos al damero, dejando Churubamba como un “pueblo de indios”, según otra importante edición escrita por el historiador francés Thierry Saignes (Pensamiento paceño).

Por último, en el congreso se dio a conocer que Pizarro se había adjudicado un repartimiento indígena de “10.200 naturales” entre Chuquiabo, Viacha, Laxa, Tiahuanaco, Calamarca Guaqui y los Yungas para cumplir los 16.000 que la ordenanza de Carlos V señalaba para convertirlo en Marqués, y que su posible asiento hubiese sido el Pueblo Nuevo, hoy ciudad de La Paz, de no haber muerto en 1541. Todo ello mucho antes de la fundación realizada por Alonso de Mendoza.

Queda pendiente, desde luego, que toda esta historia sea traducida en la museística paceña, que sigue enseñando ideas totalmente superadas por la historiografía contemporánea; y que estos congresos se realicen periódicamente para fomentar la investigación y perpetuar nuestra memoria e identidad.

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La estación de trenes

La estación de trenes debe ser restituida para la construcción de un sistema alternativo de transporte

/ 29 de mayo de 2013 / 04:08

La naturaleza de la Estación Central de trenes es un enigma que no aciertan a desentrañar los urbanistas. Diseñada por don Julio Mariaca Pando, apetecida y esquiva, es una especie de fantasma que a gritos señala un camino que no queremos entender. Soñadores y otros no menos neófitos pretenden cambiar su función, para lo cual imaginan funciones culturales, por cierto muy dignas. No obstante, defendida a brazo partido por el vetusto e inigualable edificio ecléctico, la Estación está llamada a otra función: debe ser restituida para la construcción de un sistema alternativo de transporte entre las laderas norte y oeste de la ciudad.

Por su ubicación y por su forma, debe ser aprendida y comprendida: para reconocer esa función, necesitamos historia y utopía. Terreno largo y angosto fue apartado para el tren, atraviesa las cuencas del Choqueyapu y Apumalla. Una difícil topografía no permitía la instalación de un ferrocarril en el corazón de la urbe. Se construyó como terminal de una línea férrea. Descendía por Achocalla y hacía entrada triunfal por la Buenos Aires. Sin embargo, la mala calidad del suelo en Alpacoma obligó a buscar otra vía, por Pura Pura, Achachicala, La Portada y la Ceja. Fue necesaria la construcción de un puente adicional sobre la Buenos Aires, lo que permitió al ferrocarril poder dar una vuelta en la prolongación de la calle Garcilaso de la Vega, reingresando a la Estación en sentido contrario, hacia la ribera del Choqueyapu, seguía la línea, que posteriormente se reafirmó con la construcción de la Autopista, el bosquecillo y así poder alcanzar los 4.100 msnm de El Alto.

Los liberales construyeron otro ferrocarril que pretendía llegar al Beni y consolidar soberanía, pero el proyecto se frustró. Empero, venció la cumbre, bajó hasta Chuspipata, pasando las estribaciones altas de los Yungas, cruzaba el Choqueyapu por Achachicala, abrió la ciudad rumbo a las riberas del Orkojahuira, por la ladera Miraflores, hasta Chuquiaguillo (hoy Ramos Gavilán), Chacaltaya y Periférica. Así, la Estación Central es un puente natural entre la ladera oeste y la norte. A su alrededor se encuentran los más importantes macrodistritos: Cotahuma, Max Paredes, y Periférica, que contienen al 85% de los Barrios de verdad.

En 1995, dejó de ingresar el ferrocarril a la ciudad de La Paz; y en 1999, sin que hubiera resistencia o protesta (ni oficial, ni municipal, ni civil), se retiraron los puentes de la Estación, y los de la calle Vita y el de la Garcilaso de la Vega. Convirtiendo a la Estación en un “no lugar”, en una inútil isla sin fundamento. Así, las vías fueron ocupadas y fragmentadas, sin que las alcaldías de turno se dieran cuenta de que se trataba de una articulada red, fundamental para la activación de un sistema de transporte público alternativo. Por tanto, permitieron que la migración campesina impusiera su propio sistema: el minibús familiar, del que hoy somos víctimas.

La historia no es lujo de salón, sino herramienta fundamental para la planificación. La ciudad sólo tiene esta posibilidad para resolver el asunto más importante que hoy enfrenta: el transporte público. La Estación debe volver a reactivarse, y ya no como un tren interdepartamental, sino interno, que una los extremos de la ciudad, desde Chuquiaguillo hasta Tembladerani. Distancia que se podría recorrer en 15 minutos a sólo 40 km/hra. Con vista al Illimani, sería la más larga de la ciudad con 10 km de extensión. Pero para ello la Estación Central es fundamental, sería el corazón del sistema. También deberán construirse puentes de tres pisos. El primer piso para articular este sistema; el segundo para habilitar un tranvía o un trolebús que pase por la avenida de las Naciones Unidas, con ingreso por la avenida Quintanilla Zuazo; y el tercer piso para permitir un teleférico que una las ciudades de La Paz y El Alto.

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