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Repensar cómo hacer las cosas

En las dos últimas décadas, las estrategias utilizadas para reducir el impacto ambiental de las industrias se han centrado en la mejora de sus procesos productivos, a través de la implantación de sistemas de gestión medioambiental como por ejemplo la norma ISO 14001. Para cumplir con estos parámetros, si una empresa tenía un problema de contaminación de sus aguas residuales, instalaba una depuradora, y si el problema era de contaminación atmosférica, instalaba un filtro en su chimenea. Más recientemente, a raíz de la gran cantidad de residuos generados por el consumo de productos, apareció la estrategia de las tres eres (3R): reducir siempre que sea posible, reutilizar como segunda opción y reciclar como última opción.

Aunque es cierto que este tipo de estrategias han resultado efectivas en la mejora ambiental de determinados aspectos en el ámbito local como el reciclaje de las botellas de vidrio, cartón y papel periódico; también se ha constatado que no han sido efectivas para la mejora de problemas globales como el calentamiento del planeta, por el denominado efecto invernadero. Esto debido a diferentes factores. Por caso, en muchos productos el mayor impacto ambiental no se genera durante la fase de producción, sino en otras fases de su ciclo de vida, como cuando se desechan o utilizan. Y es que la mayoría de los productos no están diseñados para que los consumidores puedan reutilizarlos con facilidad ni para que su reciclado sea efectivo. Normalmente en cualquier proceso de reciclaje es necesario introducir material “virgen” para que el producto resultante tenga una calidad aceptable; y por consiguiente este sistema de producción genera un gran impacto ambiental, por cuanto un elevado porcentaje de los productos dependen de recursos no renovables y no están hechos para evitar impactos durante su uso ni durante la fase de residuo. Por tanto, una menor contaminación a la hora de producir este tipo de productos no soluciona el problema, simplemente ganamos tiempo antes de que se hagan palpables sus consecuencias.

Entonces, ¿qué podemos hacer? La mejor solución posible es repensar la manera en la que estamos haciendo las cosas, intentando que los ciclos de los productos sean periodos cerrados que se asemejen a las etapas naturales. No estaría mal que un día al tomar el transporte en vez de un humo negro saliendo por su tubo de escape viéramos solo vapor de agua. Únicamente repensando nuestra manera de producir seremos capaces de incidir sobre los problemas ambientales globales.

En cuanto al reciclaje de las bolsas plásticas, el mayor problema deviene porque su uso está ampliamente extendido. Utilizamos miles de millones de bolsas al año, y resulta que el plástico es un material que tarda mucho en deteriorarse. Ahora mismo estamos llenando el mundo de bolsas plásticas que recién, como mínimo, van a comenzar a degradarse dentro de 100 años. Mientras tanto van a estar abundando por ahí con los problemas que ello conlleva. Y dicho sea de paso, se utiliza petróleo para fabricarlas. No olvidemos que mientras exista la necesidad de transportar las cosas, las bolsas serán indispensables. Ahora bien, para atenuar su impacto la ley de las “3R” (reducir, reciclar y reutilizar) resulta muy útil, pues se puede reducir el consumo de bolsas mediante su reutilización, en un mercado donde éstas se encuentran en continuo movimiento y pueden reciclarse fácilmente. Solo respetando el medio ambiente y evitando en lo posible cualquier tipo de contaminación, minimizando la generación de residuos y racionalizando el uso de los recursos naturales y energéticos, es que lograremos satisfacer las necesidades del presente sin comprometer los recursos de las generaciones futuras.