Voces

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David presidente

/ 26 de octubre de 2015 / 04:00

El debate sobre la repostulación presidencial apenas comienza. Batido el récord del Mariscal de Zepita, a Evo solo le quedaría completar su segunda década en el Palacio. Haga lo que haga, ya dejó de ser una figura pública más dentro de los recuentos históricos. Costará mucho, y quizás ya no lo veamos, que otro líder repita esta hazaña de holgada permanencia al frente del gobierno.

En la discusión acerca de si Evo debe o no seguir haciendo política de alto vuelo en un cuarto mandato presidencial participan entusiastas que consideran que nuestro Primer Mandatario es un dictador consumado, un hombre incapaz de dejar el mando del país, un pegamento eficaz para continuar con los buenos negocios catapultados por el dinero del Estado. En la orilla del frente están los que aspiran a una continuidad gubernamental que le siga otorgando a Bolivia más y más éxitos materiales. Los que votarán por el Sí en febrero no ven otra opción que seguir nutriendo el único proyecto de país que conocemos en estos días.

Me coloco entre los pocos que pelean espacio dentro de un esmirriado tercer bloque. Somos los que pensamos que el principal problema del Movimiento Al Socialismo (MAS) es el caudillismo. Y es que, en sentido estricto, Bolivia no padece una dictadura, que sería la imposición de una voluntad particular mediante el uso de la fuerza. Lo que tenemos es un partido hegemónico que ha decidido errar, es decir, depender de una sola persona para subsistir. El MAS ha cometido su peor equivocación al declararse inútil para renovar su liderazgo, a pesar de diez años de paciente acaparamiento de todos los espacios de decisión. ¿Cómo entender que un partido de la importancia y envergadura del gobernante se rinda ante el reto de promover una figura alternativa a Evo?, si no es el MAS, ¿entonces quién?

En tal sentido percibo que “por su bien” y la fortuna de la nación boliviana, el MAS necesita perder el referéndum de febrero. Si eso sucede, tendrá años de sobra para promover un liderazgo alterno con amplias posibilidades de triunfar desde las urnas en 2019.

De lo poco o mucho que conozco sobre este gobierno, la apuesta democrática bien podría rotularse David Choquehuanca. El Canciller que más tiempo ha permanecido en el cargo es un anticaudillo por excelencia, el remedio apropiado en estos tiempos signados por el culto a la personalidad. No es solo el intelectual aymara más descollante después de Víctor Hugo Cárdenas, es además propietario de una sencillez a prueba de tanto “tira-saco” suelto por ahí, un Mujica andino.

Con Choquehuanca no lamentaríamos la obcecación al uso. En Chaparina, el Canciller tuvo el valor de decir que no fue secuestrado, gesto por el cual sufrió un periodo de injusto aislamiento. Respetuoso de la discrepancia, crítico del socialismo autoritario y desintoxicado de las mieles del poder, David presidente podría ser la enmienda oportuna que recomponga el evismo y lo convierta en simple y llano masismo. Como debe ser.

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Autoemboscadas

/ 14 de marzo de 2016 / 07:30

En reciente entrevista dominical nocturna, y en ese hogar televisivo adornado siempre a su medida, el Vicepresidente del Estado dio rienda suelta a la autocrítica, que en su caso suele ser más bien una fuga hacia adelante. Tampoco ésta fue la excepción. Cada que admite un tropiezo, se afana por señalar lo pasajero del morete; y cada que su enemigo se devela como más astuto, se esmera en descargar culpas sobre otros hombros. Los vanidosos no pierden el donaire, aún si reciben polvo por bocado.

Apelando a las reglas clásicas del marketing, García Linera habló alguna vez de la ejecución prolija de una “estrategia envolvente” con la que habría sometido a la oposición beligerante de la llamada “media luna”. Fueron sus últimos destellos de destreza mental. Hoy, cuando los resultados del 21 de febrero ya no le cuadran, se desnuda como un mero conversador entusiasta, aunque ahora primorosamente “envuelto” en sus propios argumentos.

En aquella cita del antiperiodismo, donde la conductora se brinda a fabricarle memes para que sus palabras caminen lozanas por las redes sociales, y el coentrevistador se sonroja cada que tiene que confesar alguna discrepancia superficial con sus anfitriones, el Vicepresidente se prueba fértil organizándose emboscadas. Primero dice que en Bolivia no hay polarización, porque no existen dos proyectos confrontados de país, para de inmediato reconocer que Evo divide a los electores en dos bloques de idéntico tamaño. ¿Cómo resuelve este amarre? Diciendo que cuando los bolivianos juzgan la gestión de Morales, la aplauden, pero cuando se les consulta acerca de seguir siendo gobernados por el mismo hombre, su entusiasmo se marchita. Extraño pueblo éste que elogia la obra, pero desconfía del artífice.

La segunda encerrona vino junto a la explicación acerca de por qué fueron a un referéndum sabiendo que solo un 40% abrazaba la repostulación. Una vez más, el que suponíamos faro intelectual del cambio patina sobre su propio jabón. Relata que no fue Evo el que buscó la consulta, sino que ésta fue impuesta por los movimientos sociales. Y claro, como ellos son “orgánicos”, entonces no les quedó más que asentir. Cuán dóciles y obedientes los timoneles timoneados. Minutos después, García Linera retoma su malograda reflexión acerca de que las revoluciones son obra de los individuos y no de las instituciones, y saca a pasear la idea de que hay personas, como Evo, dotadas para canalizar los anhelos sociales. “Nunca van a poder ganarle”, sentencia. Peculiar esa encarnación metafísica, tan implacable con los enemigos y tan impotente con las fuerzas aliadas, resueltas a empujarlo a un traspié tras otro sin que él oponga resistencia.

El tercer moño llega cuando adelanta el modo en que el Gobierno ha decidido encarar la vacancia del caudillo. Admitida la derrota en el referéndum, la solución planteada es postergar todo debate hasta 2018. Otra vez, sin que sus admiradores lo inciten a ello, termina maniatado en sus ideas. El MAS concurre debilitado a la siguiente elección y el remedio consiste en “cerrar filas” y no hablar de candidatos hasta que el calendario electoral estrangule cualquier reemplazo eficiente. ¿Y entonces? Pues, seguramente cuando el partido de gobierno esté ante la obligación de registrar un candidato sobre el que se ha negado a debatir, no tendrá mejor idea que buscar la alteración desvergonzada de las decisiones populares y convocar a un referéndum rectificatorio de lo decidido este año. Raro partido éste que enfrenta su carencia de líder aplastando el debate sobre la nominación del sustituto.  

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¿Fin del giro a la izquierda?

/ 4 de enero de 2016 / 04:00

Para muchos de quienes comentan los acontecimientos políticos del día, las recientes derrotas del peronismo en la Argentina y del chavismo en Venezuela marcan el inicio de una especie de “mala hora” para los llamados gobiernos “progresistas”, que se fueron erigiendo con cierta sincronía en el continente a partir de 1999.  Con esos augurios, esperan poner en pie una especie de racha ganadora que beneficie a las oposiciones de Bolivia, Ecuador, Brasil, Nicaragua e incluso Cuba. Se trata de toda una estrategia motivacional de cara a las próximas contiendas electorales o callejeras. Si la cábala funciona, el No podría vencer en el referéndum boliviano de febrero, y así, como piezas de dominó veríamos desmontarse la estructura regional detonada desde Caracas al finalizar el siglo pasado.

Tal vez no convenga precipitar un juicio sin contar aún con los ingredientes que lo instalen como confiable. Digamos de principio que ni el chavismo ni el peronismo han sufrido un colapso que los descarte como actores políticos inmediatos. Son fuerzas partidarias compactas y organizadas, presentes en la vida nacional de sus países, dotadas de numerosos líderes intermedios y de un historial gubernamental que no los pone en los anales del oprobio.

Cometieron errores y los ciudadanos han usado la democracia que nunca fue abolida, sino expandida, para hacérselos saber. Les tocará asimilar la lección y reencauzar su rumbo.

Y como ocurre normalmente en cualquier país sofisticado, las elecciones no admiten una derrota definitiva para ninguno de sus cultores. Lo mismo ha pasado en España, donde el PP y el PSOE han sufrido quebrantos, pero no han desaparecido y continúan siendo gravitantes para la formación de nuevos gobiernos.

Otro dato fundamental es que las oposiciones de Argentina y Venezuela se han acercado hace años a posiciones de izquierda con el claro objetivo de ganar elecciones. Hay quien ha dicho que Macri preside el tercer gobierno kirchnerista de la historia y nadie ha olvidado las invocaciones a Bolívar de parte de Capriles durante la anterior disputa presidencial venezolana.

Y es que los llamados gobiernos progresistas han establecido valores transpartidarios a su paso por el poder político. Hoy en día, ya pocos objetan en América Latina, la necesidad de que el Estado esté presente en la vida económica o que impulse políticas sociales de redistribución de la riqueza. Quien quiera ganar elecciones en estos países tiene que ser al menos socialmente responsable y vivencialmente cercano al alma popular. La derecha con la que se quiere polarizar y asustar ha dejado de existir por la sencilla razón de que en democracia las acciones prácticas orientadas a ganar el voto son insoslayables. Quienes ahora prometen regresar al poder ya no aspiran a reponer el consenso de Washington a fin de lanzar una nueva ola de privatizaciones, se esfuerzan más bien por fortalecer los avances sociales, mientras prometen mayores equilibrios institucionales que recorten ansias de perpetuación. Llegan para corregir, nunca para restaurar.

Un apunte final para empezar 2016: como ha comentado Liza Aceves hace poco, una izquierda que, como la latinoamericana, ha apostado esencialmente por la democracia como única vía para gobernar a sus países tuvo y tiene que tener entre sus planes la posibilidad de perder elecciones. Admitir ocasos en las urnas transforma a cualquiera, por el simple hecho de que lo subordina a la oscilante voluntad de los votantes.  No es poco.

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Patear la escalera

/ 17 de agosto de 2015 / 06:30

Según una noción insistentemente martillada por el Vicepresidente en sus discursos de plazuela, nadie que no organice e inscriba su sigla partidaria está autorizado a hacer política en Bolivia. ¿En qué parte de esta película llamada “proceso de cambio” nos dormimos?, ¿desde cuándo el monopolio de la política en manos de cúpulas partidarias autodesignadas se ha transformado, por obra de Álvaro, en uno de los pilares de esta historia que arrancó en la orilla opuesta de la sociedad civil, y ahora parece desfallecer en las fauces de un puñado de especialistas de la vida pública? No pues, para esto no hemos dejado media vida en el trayecto.  

Hacer política es más que lanzar una opinión episódica cuando algo nos inquieta o entusiasma. Hacer política es una ocupación permanente, un oficio sin vacaciones. No nos engañemos. Hace política un destacamento de individuos con tiempo libre suficiente como para incidir en el debate y hacerse predominante en la controversia cotidiana. Sí, concedamos, son efectivamente un puñado de profesionales, con o sin título universitario, pero la magia reside en que ese núcleo sea precisamente lo más plural y riguroso posible. Una democracia se distingue de una dictadura en que convoca a la mayor cantidad de políticos de cepa, pero no para asignarles un derecho exclusivo para decidir, sino para ponerlos en competencia abierta y nunca encarnizada.

En consecuencia, no hace política el que cuenta con una sigla, sino toda persona en condiciones materiales e ideales para participar sin pausas en el flujo de las decisiones centrales.

Las fuerzas que pusieron en marcha el proceso de transformaciones que vivimos hoy se incubaron en los sindicatos, es cierto, pero también en las organizaciones no gubernamentales. Fue esa amalgama entre élites obreras y campesinas, entrelazadas con intelectuales rentados por la cooperación internacional, la que dio paso a un nuevo modo de representación, que puso en crisis el sistema político anterior. De ahí surge el Movimiento Al Socialismo (MAS), el brazo político del sindicalismo agrario, en formal y pensante alianza con las ONG de izquierda.

En ese contexto, esta amnesia vicepresidencial resulta sospechosa. La fórmula con la que el MAS llegó al Palacio se probó como exitosa y hasta ventajosa para todo el país. Pero ahora que han ascendido por esa escalera, decidieron patearla para que nadie más pueda subir. Mezquina maniobra.

Al patear la escalera, la nueva clase gobernante le está propinando un puntapié severo y simultáneo a la fecundidad de la democracia boliviana arduamente construida en más de tres décadas. Sin ONG diferenciadas del Estado, nadie que no posea millones en su cuenta podrá participar seriamente de la disputa por el poder. Si se da el paso funesto, y los equipos técnicos de Fundación Tierra, del Centro de Estudios por el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA), del Centro de Documentación e Información Bolivia (Cedib) o de la Fundación Milenio se disgregan, quedaremos todos como espectadores sometidos al mismo libreto.  

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La Sole y sus agallas

/ 8 de junio de 2015 / 07:15

Funcionaba como pieza de relojería. El dirigente se aprovisionaba de sus propias bases sociales, algo único o al menos raro en el mundo. Para llegar a adquirir la calidad de conductor de vecinos, el aspirante a tal categoría localizaba algún descampado apto para plantar viviendas destinadas a varias decenas de futuros citadinos. Luego, de modo persistente, empujaba los trámites ante las autoridades ediles y las empresas proveedoras para que el potencial barrio consiga agua, luz, cordones de acera, escuela primaria, cancha reglamentaria y hasta posta sanitaria. Los constructores de El Alto fueron de esa estirpe.

“Una pampa de tierra, la hemos vuelto ciudad”, acaba de decir el diputado Rubén Chambi a la Agencia de Noticias Fides. Es su manera de describir el impulso que él le habría dado al barrio Mariscal Santa Cruz de Viacha. Los constructores de las ciudades andinas pueden hacer brotar vecindarios a puñetes, si es necesario. A Chambi, el empuje le ha resultado lucrativo: tres millones de dólares de un solo saque, como ha confirmado orgulloso este legislador, dentro de poco, el más próspero de la Asamblea.

Pero claro, para hacer carrera como dirigente vecinal hace falta algo más que tiempo libre. Con el paso de los años, el oficio se fue sofisticando. Los urbanizadores informales han conformado una entidad matriz, la Federación de Juntas Vecinales (Fejuve), donde se dirigen todos en busca de un sello, una carta, un aval. Basta con sentarse un par de horas en sus oficinas para darse cuenta de que aquella es una alcaldía paralela.

El poder de los dirigentes rozó cúspides ascendentes y sucesivas a medida que iban rotando los alcaldes. Cada uno hizo un pacto similar con ellos basado en la lógica del intercambio de favores. “Reciprocidad andina” para los incautos, “acuerdos corporativos de índole mafiosa” para los implacables.

¿Cuáles son las prestaciones en este juego? Primero, las autoridades obtienen respaldo social activo, o mejor dicho, una garantía de que no serán derrocadas por un fulminante plan de humeantes bloqueos generalizados. “Si han botado a un presidente, cómo no van a poder botar a un alcalde”, se sentencia con frecuencia para sacarle filo a cualquier amenaza. Segundo, los dirigentes se hacen dueños de una parte de la administración local, la lotean como lo hicieron antes con las pampas. Una hilera de documentos ha probado este extremo. De ese modo el urbanizador informal se coloca en el lugar más confortable de la ecuación: designa funcionarios sin responsabilizarse de sus actos.

Con algo más de destreza, el dirigente monta una red privada de recaudaciones que abarca desde las planillas hasta las obras. A la larga termina cobrando por acomodar personal, pero también por dar luz verde a las empresas contratadas.

Como paraguas final para retener lealtades, el dirigente funge como pasante mayor de la fraternidad folklórica de la zona y corona su proyecto de vida controlando un escaño parlamentario. Su siguiente paso consistirá en convencer de que tiene y digita el teléfono directo del Presidente, lo cual lo llevará a maximizar su rendimiento a niveles inalcanzables para sus pares.

A esta maquinaria se enfrenta ahora la Alcaldesa. La Sole ha elegido empezar por lo más difícil, quizás porque quiere usar, en la batalla, su macizo respaldo electoral, aún lozano. Agallas le sobran, queda claro.

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Ser Charlie Hebdo

/ 19 de enero de 2015 / 09:00

Ellos se lo buscaron”. La frase me dejó helado. La leí escrita por un internauta taxativo que evaluaba la sangre derramada en París, el pasado 7 de enero, dentro de la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo. ¿Cómo se puede estar tan seguro del carácter justiciero de una masacre? Parece que la cautela era nomás lo aconsejable.

Tengo la impresión de que la inmensa mayoría de los defensores o críticos de la revista francesa ni siquiera sabíamos que ésta existía hasta aquel asalto mortal. No por nada su tiraje trepó de 60.000 a 5 millones después del crimen. Por eso no es tan raro que la Ministra de Comunicación se haya apresurado a calificar a Charlie Hebdo como de “ultra derecha xenófoba y cavernaria”. Ese error nos sirvió para aprender que más bien se trata de una publicación irreverente de izquierda, cuya única afinidad con la extrema derecha francesa es su crítica ácida al radicalismo islamista.

Averiguamos que el semanario lleva décadas faltándole el respeto a las religiones globales. Viene burlándose de todos los cultos bajo una inspiración atea o anarquista, según se vea. “Ni amos en la tierra, ni dioses en el cielo”, parece haber sido la consigna. Si uno hace eso, y ya lo dijo el Papa, toca las teclas sensibles de lo sagrado. “Entonces que se atengan a las consecuencias”, diría otro taxativo apresurado.  

La premisa de quienes endosan la sentencia de muerte de los caricaturistas es que el que juega con fuego, debe estar preparado para quemarse. La premisa de los demócratas es otra muy distinta: nada, ningún aspecto de la vida pública, puede cubrirse con un manto sagrado, ni siquiera una fe religiosa. Si aceptamos la primera, le estamos reconociendo a las religiones un fuero especial, un ámbito de inmunidad y privilegio. Si nos decantamos por la segunda, le estamos dando a cualquier individuo la facultad de confeccionar críticas letales de manera irrestricta.

Quienes han convertido a los matones de París en héroes justicieros proclaman que la libertad de expresión necesita frenos. Ah, pero no nos engatusen pues. Esos frenos solo pueden ser para impedir la discriminación, pero nunca para erigir zonas de ideas intocables. Toda idea puede y debe ser criticada. Lo que sí es inviolable es la dignidad de las personas. Atacar al credo islamista radical es necesario; discriminar a alguien por profesar una fe religiosa es inaceptable. Los que mezclan las dos cosas operan con astucia maliciosa. Quieren hacernos creer que fustigar el uso político e ideológico del islam es insultar a mil millones de musulmanes. No pues. Charlie Hebdo no satirizó la legítima opción por un culto, se mofó de los explotadores artillados de la fe con fines partidarios.

Entonces, “ellos no se lo buscaron”. Nadie espera morir por hacer una caricatura. No lo hace, porque sabe que la respuesta a una burla ofensiva es otra burla ofensiva de igual calibre. Tinta contra tinta. No eran balas, era un “Charlie Hebdo” islamista lo que correspondía como respuesta proporcional al agravio. Una religión que responde una blasfemia con pistolas se degrada al rango de sicario, y con mayor razón merece estar bajo el fuego de una sátira permanente.  

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