La lentitud es bella
Todos los meses de octubre en la ciudad de Wagrain (Austria) se celebra la conferencia anual de la Sociedad por la Desaceleración del Tiempo. Es el lugar donde se reúne el movimiento slow, que tiene un principio de declaración: la lentitud es bella.
Para entender a este movimiento vayamos al otro extremo. En el Japón se denomina karoshi a la muerte por exceso de trabajo. Una de las víctimas más famosas de la karoshi fue Kamei Shuji, un agente de bolsa que trabajaba 90 horas a la semana. Su empresa pregonaba su hazaña en boletines y textos de adiestramiento, era el ejemplo del trabajador a seguir: puntual, sin familia ni distracciones y, por sobre todo, acelerado. Shuji murió de karoshi a los 27 años; le dio un ataque cardiaco por concentrar tanta tensión y trabajo. Según un informe del Gobierno japonés, en 2001 en el país asiático sumaron 143 las víctimas mortales de karoshi, la enfermedad de hacerlo todo más rápido. A su vez, en Gran Bretaña y en Estados Unidos más de 1 millón de trabajadores no acuden cada año a su fuente laboral por estrés, debido a la aceleración de su carga laboral.
El movimiento slow intenta denunciar esta aceleración del tiempo en nuestra forma de vida, por ejemplo, la prisa que tienen los fabricantes de software que sacan sin las pruebas necesarias las nuevas versiones de programas que luego registran una serie de fallas técnicas justamente porque muchas cosas no deben hacerse a un ritmo tan acelerado. Continuando con las nociones de lectura veloz, comida rápida, vuelos rápidos, fast thinkers, la aceleración del tiempo se ha convertido en una mercancía que está causando mucho daño a la humanidad.
Para el movimiento slow, esta tendencia de acelerar el tiempo vivido es el resultado del capitalismo industrial, que se alimenta de la velocidad de los trabajadores desde el siglo XIX. Y es que a mayor velocidad, la producción y el consumo se encuentran garantizados. Este movimiento propone la noción de tempo giusto, un concepto musical que quiere decir el tiempo adecuado. En este sentido, cada ser vivo, cada acontecimiento, cada relación, proceso u objeto tiene su propio tiempo o ritmo coherente; el ser humano debe buscar este equilibrio en su vida cotidiana y hacer las cosas a su debido tiempo y con su debida aceleración. El movimiento slow propone llevar esta idea a cosas tan básicas como el sexo, la lectura, la comida. ¿Tiene sentido leer a Stieg Larsson o a Roberto Bolaño aplicando lectura rápida, hacer el amor en la mitad de tiempo normal, o cocinar todas las comidas con un microondas? La respuesta, sin duda, es no.
Lo que el movimiento slow busca en otras partes del mundo lo llaman “vivir bien”, es decir, recuperar intensamente el presente del vivir con dignidad y sin la velocidad de la producción desmedida del llamado turbocapitalismo.