¿Planificar?
Y somos irresponsablemente felices. Vivimos en una borrachera inmediatista
En pleno siglo XXI (si prefieren en el año 5523) la sociedad boliviana está llevando a la práctica, de facto o por inercia, una idea suicida: hacer sin planificar. Es una apuesta atrevida y temeraria que se ejecuta, hace décadas, en las ciudades bolivianas. Sin embargo, como la ciudad es la materialización de una sociedad en el territorio, los efectos de estas malas prácticas no se podrán ocultar, menos disimular y el tiempo se encargará de revelar los aciertos o los errores de generaciones que debieron enfrentar los desafíos de una intrincada formación social.
Las causas para ejecutar prácticas espontáneas están en nuestra manera de ser. La primera, y más nociva, es el nefasto accionar de la politiquería en los destinos de la ciudad. La palabra futuro desaparece y la ciudad forma parte de estrategias eleccionarias donde planificar con responsabilidad importa un cacahuate. Las acciones son inmediatistas y demagógicas llevadas por el rencor al oponente con el fin de restarle votos. Así “urbaniza” la politiquería hace décadas. En las épocas de la democracia pactada, como no había tanta plata, las peleas se armaban en la mesa del Concejo. Ahora las pugnas se dan en las calles con mamotretos y despilfarros de diverso cuño.
La segunda causa está en el núcleo de las responsabilidades. El grupo de profesionales, arquitectos, sociólogos o urbanistas que estuvieron a cargo del destino de esta ciudad, no ha logrado en 15 años avizorar un nuevo paradigma de desarrollo urbano. Nos limitamos a trasplantar, parcialmente, modelos de planificación de Colombia o de Brasil, con el resultado que ahora toleramos. Por el otro lado, los profesionales del Estado, en diez años de ejercicio burocrático y con el mentado “vivir bien” como consigna, tampoco han generado una nueva visión de ciudad y territorio. Ambos estamentos, en la lógica del “dejar hacer dejar pasar”, acrecentaron las inequidades de las concentraciones urbanas y abandonaron a los ciudadanos a las prácticas nefastas del consumo desmedido y del libre albedrío.
Así estamos y sobrevivimos en nuestras ciudades. Y somos irresponsablemente felices. Vivimos el tiempo presente en una borrachera inmediatista y adormecedora con políticos y profesionales que no pueden realizar ni concebir una planificación urbana renovadora y visionaria. Muy por el contrario, solo escuchamos consignas que encubren responsabilidades: “eso es de otras realidades”, “somos únicos y maravillosos”, “modernos y llenos de autoestima”. Pero afuera está la realidad inocultable: devastación descontrolada de cerros, contaminación indiscriminada de ríos, destrucción de la memoria urbana, marginalidad y segregación galopantes, cemento a borbotones y un largo y penoso etcétera.