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Siete ‘lecciones’ argentinas y un asado

Fue una noche loca. Hasta las 11 “vencía” Scioli “por amplia diferencia” como lo anunciaba la cadena C5N que tenía línea directa con Marty McFly. Pero los colegios electorales en Argentina habían cerrado hace cinco años y no había a esa hora un número oficial. A la medianoche llegaron los primeros datos de la Dirección Nacional Electoral: Macri lideraba las encuestas y sus pintudos seguidores cantaban en su búnker “Mauricio presidente”. La noche era a esas alturas una pesadilla: ¿te imaginas a Cristina pasando la banda presidencial a Macri?

Con el transcurrir de la madrugada, Scioli remontó y consiguió la victoria más amarga por una diferencia escasa de tres puntos. El 22 de noviembre habrá segunda vuelta entre ambos: es el primer balotaje en la historia argentina. ¿Es cierto que cada 15 años la Argentina se asoma al precipicio y se apunta a la cabeza con un revólver casi cargado de balas?

Despiertan hoy los argentinos de una “década ganada” con Néstor y Cristina y el neoliberalismo todavía sigue ahí. ¿O nunca se fue? Son los zombies de allá y de acá que siempre regresan aunque hoy se visten y maquillan de otra manera: ahora son mujeres jóvenes, doñas en sillas de ruedas y discursos sobre justicia social. La mirada hay que volcarla hacia nuestra cancha: no todos los kirchneristas votaron por Scioli. La ausencia de primarias en el partido de gobierno y la elección a dedo por parte de Cristina llevó al desencanto a muchos militantes. Resultado: chau unidad, el principio del fin, allá y acá. Obviamente que entre todo el quilombo, nadie se acuerda de la palabrita de moda: fraude. Cuando la derecha está feliz y entra por la puerta de tu casa, el famoso señor fraude (electoral) salta por la ventana. Es el “crimen perfecto”, la banca siempre gana.

Pero, ¿qué “lecciones” para navegantes podemos aprender en Bolivia? He contado y me salen siete. Uno: nada es para siempre. Dos: la confianza, la relajación y la exageración optimista son las tres hermanas del mal en la mesa familiar de la política. La humildad es esa prima injustamente raleada. Hay que ponerle un “guasap” para que vuelva. Tres: cuando las barbas del vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar.

Cuatro: la formación de nuevos liderazgos es tarea urgente y necesaria en toda la patria grande. Cinco: los procesos de cambio en nuestra América no son irreversibles. Es imprescindible la unidad (repito, no todos los kirchneristas votaron por Scioli; en febrero ¿habrá algún masista que no vote por el actual presidente pensando que es el próximo “Evo”?) Algunos, desde la oposición mediática, ya están entonando lindas melodías para adular las orejas de posibles candidatos para 2020 en caso de que ni Evo ni Álvaro puedan presentarse de nuevo. Y ese candidato favorito se llama Choquehuanca (el hermano David no tiene la culpa). Divide y reinarás es la vieja-nueva consigna. Sabe la derecha y sus aliados en los medios que con Evo fuera de combate, todo será más fácil para ese retorno al pasado (neoliberal y privatizador). Seis: olvidamos (la memoria corta es nuestra enfermedad incurable) rápidamente nuestro (peor) ayer, pero no se trata de recetar pastillas y eslóganes contra el regreso al pasado más “pior”, se trata de construir hegemonía (política, cultural y mediática sin “soberanos mentirosos”). Siete: la única batalla que se pierde es la que se abandona. La lucha sigue (claro que sí). Si nos organizamos (y unimos, sin egos), ganamos todos.

Post scriptum: una última curiosidad: ¿por qué la derecha boliviana se acostumbró (únicamente) a celebrar victorias ajenas? Festejaron el no a las autonomías en cinco departamentos y ni siquiera se apuntaron a la campaña. Y ahora se alegran por la buena elección de su socio Macri, soñando con emularlo. A veces me dan ganas de invitar a Samuel a una parrillada-churrasco-asado para celebrar algo de verdad, pero luego me entero que está ocupado con los cursos de inglés de la embajada gringa en El Alto y se me pasa.