Hace poco fue el Día de la Madre en la Argentina y, en un canal de noticias, el conductor citó una encuesta en la que se les preguntaba a las mujeres qué deseaban recibir para festejarlo. “Adiviná cuál fue el resultado”, le preguntó a la conductora con quien compartía espacio. Ella, sin dudar, respondió: “Carteras y zapatos”. El conductor, desorientado, dijo “No. Un viaje en soledad con sus maridos”.
La conductora retrucó: “Ay, qué malas madres”. Por esos días, uno de los dos diarios más importantes del país publicó un suplemento especial en el que se refería a la maternidad como “el tema femenino por excelencia”, con una nota que empezaba así: “La experiencia (de la maternidad) es quizás la más trascendente que se puede vivir en este mundo”. Aquel canal y ese diario suelen ocupar mucho espacio con noticias que hablan de mujeres muertas a palos, a balazos, a cuchilladas por sus maridos, novios, exesposos.
Pero, a la hora de pensar el rol de las hembras de la especie, lo hacen como podría hacerlo alguien nacido en el siglo XIX: una mujer debe ocuparse de “cosas de chicas” (zapatos, carteras) y, si no tiene hijos, aunque escriba poemas o descubra el secreto de la fusión fría, será un humano incompleto: un ser con una grave mutilación. Hay frases que no son banales, sino la evidencia de un sistema de pensamiento perimido y peligroso. Peleando contra él muchas damas, antes que nosotras, no solo quemaron sus corpiños, sino que se dejaron la vida.
El lado macho de la fuerza anida en todas partes, y muy ladinamente en el doble discurso que condena a los hombres que nos matan pero, a la vez, exige que sigamos ocupando el lugar sumiso y obsoleto de toda la vida. (A nadie le importa, pero si yo fuera madre querría festejar mi día refocilándome con quien tuviera, en esa maternidad, tanta participación y responsabilidad y motivos de festejo como yo).