Una elección de jóvenes
Bolivia dará un examen de democracia en febrero, los jóvenes deberemos estar a la altura
El bien mayor de los países latinoamericanos en este joven siglo XXI es sin duda la democracia. Los jóvenes de hoy tenemos la dicha de habernos criado y formado en los marcos de la libertad de expresión, la movilización y la mayor fortaleza del poder de la organización comunitaria-colectiva, volcada también a la administración de la relación estatal. Aunque es fundamental decir que todas estas categorías de balance político y democrático valen cero, si no están precedidas por algo tan elemental como la noción de Patria, de amor a la casa. Es esta noción, uno de los focos más interesantes de análisis, por ejemplo, en las ya encaminadas campañas rumbo al referéndum de febrero 21.
Es el amor a Bolivia uno de los factores de mayor crecimiento en nuestra sociedad durante los últimos diez años. Seguramente lo anterior tiene relación directa con el haber dejado el anonimato en la comunidad internacional y con el hecho inédito en nuestra historia de ocupar sitiales importantes en los podios de premiación de gestión, por ejemplo económica. Vamos acumulando triunfos como gotas de agua, hilos hídricos, riachuelos, lagunas, lagos y luego mar. No parece posible plantear una propuesta de futuro a un país si no se demuestra la convicción profunda y no instrumental de sentirse, en el caso nuestro, bolivianos. Pero antes habrá que entender lo que significa ser Bolivia —para nosotros y para la otredad internacional— en términos identitarios, esto es prevalecencia de las formas comunitarias económicas y sociopolíticas hechas hoy hegemonía, no racializada pero, sin dudas, indianizada.
A este respecto, ante nuestros ojos se presentan ya en sus primeros pasos dos propuestas de país. Por un lado, una propuesta positiva, vale decir la que busca el Sí, que no pretende folklorizar la responsabilidad de administrar el Estado de todos —administración exitosa—, pero que tiene como imperativo el reconocimiento de la realidad histórica de Bolivia y el continente, vinculándola al rechazo de las fórmulas de blanquitud, en términos de Bolívar Echeverría, o de capital étnico blanco, desde Bourdieu.
Al frente está otra propuesta negativa, es decir la que quiere posicionar el No, planteando en su vocería aquella misma pretensión, hoy maquillada, de mayo de 2008 en Sucre por ejemplo, ideal en el que básicamente hay dos Bolivias. Una Bolivia blanca, rica y petulante que tiene a su servicio a la segunda Bolivia india, campesina y trabajadora. Sin embargo esta Bolivia blanca, con jefes de partidos políticos definidos, no precisa relacionarse con la segunda, pues para eso ya tiene operando a actores políticos que claramente responden a la clasificación de la Bolivia de abajo, quienes luego de sentir asco de su piel y de un proceso de desclasamiento, buscan parecerse a sus patrones, aún sabiendo que siempre para ellos serán “de segunda”.
Queda claro que la convicción por Bolivia no puede estar mediada por la fragmentación del país, ni cultural, ni económica, ni étnica. No tiene Patria aquel que pone por delante de su país —país que se muestra exitoso ante el mundo— a sus obsesionados intereses personalísimos, por acabar con un proyecto político que por primera vez le permite a Bolivia soñar con la infinidad del mar.
Es entonces el reto de las fuerzas políticas en pugnas, de los partidos que encabezan las propuestas positivas y negativas, mantener a Bolivia, primero, unida. Bolivia tendrá que enseñarle a los partidos, sobre todo a sus jóvenes militantes, quienes se han apropiado de la pugna en campaña, que como diría René, de Calle 13, “el que no quiere a su Patria, no quiere a su madre”. Sin duda, Bolivia dará un examen de democracia en febrero, para el cual los jóvenes deberemos estar a la altura de la época y no enojados con la vida, no anquilosados en el pasado.