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Mentime que me gusta

Este título sugestivo me presto del último libro de Víctor Hugo Morales, periodista uruguayo que vive hace mucho tiempo en Argentina. Esta publicación desnuda las falsedades de aquellos medios extraviados y sus lectores-cómplices, que cada día completan el círculo de la mentira. Si bien se concentra específicamente en examinar aquel armazón mediático estructurado en torno al periódico argentino Clarín, que en los últimos años usó la mentira periodística como  arma mediática para combatir al kichnerismo, las lecturas del caso se pueden extrapolar a otras experiencias de mass medias en la región, las cuales  conforme amén al debilitamiento de las estructuras partidarias tradicionales, se ligaron frontalmente a los intereses de los sectores conservadores y se erigieron en verdaderas oposiciones a los gobiernos progresistas.

Uno de los efectos colaterales referido al papel del periodismo, que acarreó la irrupción de estos gobiernos en América Latina, está asociado al atrincheramiento político/ideológico de los medios masivos de comunicación. Desde ambas orillas, oposición-oficialismo, la emergencia del periodismo militante produjo una crispación en la labor periodística. La mentira (o las medias verdades), es decir, mentir para una cosa y mentir para afirmar lo contrario fue recurrente en el oficio periodístico alineado a una de esas orillas política/ideológica.

Más allá del debate de la objetividad de los medios, un debate ya zanjado hace mucho tiempo, lo que está en juego es la ecuanimidad periodística, entendida como la tentación de no falsear los datos de la realidad. Joseph Goebbels decía: “Repetir, repetir una mentira hasta que se torna verdad”. Esta frase se acomoda perfectamente a la propaganda, mas no al periodismo. La mentira en el periodismo, en tanto acto deliberado, es sin duda peligrosa y aquellos que se animen a recurrir a ella como una práctica cotidiana y/o episódica pueden erosionar el oficio periodístico.

La mentira cuando, por su insistencia, no puede confundirse con el error, rompe el contrato que han sellado el medio y sus seguidores. Para ilustrar, hace poco en EEUU un periodista que había adulterado su participación en la guerra de Irak confesó la verdad. El héroe que había arriesgado su vida devino en un vulgar tramposo y el canal de televisión en el que tenía su programa decidió suspenderlo, acaso para siempre. Pero el público fue más allá en su castigo; la audiencia del medio se contrajo hasta hoy porque no perdonó  su ingenuidad.

En el caso boliviano felizmente no hemos llegado a casos vergonzantes de manipulación periodística, empero, existen casos aislados. Por ejemplo, el periodista Raúl Peñaranda amén a su aversión por el Gobierno en varias ocasiones distorsionó periodísticamente la realidad, aunque en ocasiones rectificó su versión.

El propósito de la mentira periodística al servicio de un determinado interés es manipular al público e instalar una versión falsa en el imaginario social. Recurrir a la mentira en el periodismo siempre será andar por la cornisa, ya que puede incluso provocar una adicción perniciosa en la audiencia y así generar ciertamente un ambiente de alucinación. Como dice sarcásticamente Víctor Hugo Morales: “Dame una buena mentira. Ya sé que la hiciste varias veces, pero me gusta, me divierte. Tirame un zocalito para cuando estoy en el bar y voy adivinando quiénes son los que se excitan como yo. Tirá una de las buenas. Mentime más”.