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Nuestras acciones

No somos capaces de discernir qué consecuencias tienen nuestras acciones

/ 17 de noviembre de 2015 / 05:25

Si ponemos mayor atención a nuestro alrededor, evidenciaremos que en los últimos años los mayores desastres naturales van en incremento por su estrecha relación con el cambio climático, hoy ya se registran temperaturas que van en ascenso y alteraciones en la cantidad e intensidad de lluvias. “El clima está cambiando, antes no era así”, escuchamos esta afirmación de nuestros padres o abuelos. La ciencia corrobora esta percepción, los avances científicos demuestran que estos cambios son exacerbados a raíz de nuestras propias acciones. Según últimos reportes de la Fundación Amigos de la Naturaleza, en Bolivia hasta 2013 se han deforestado 5,7 millones de hectáreas, de ese tanto el 75% es destinado a la ganadería, a esto se suman afecciones severas por incendios de nuestros bosques, cerca de tres millones de hectáreas por año. 

Por otro lado, se concibe la necesidad de ampliar la superficie objeto de desmonte permitido de 5 a 20 hectáreas por año por agricultor. Como resultado de estas medidas, la producción de carne de res se incrementó en un 41%, estimando que no solo cubre el consumo interno, sino también con fines de exportación. Es incierto si bajo estas medidas se garantizará la soberanía y seguridad alimentaria, porque en realidad las acciones deberían promover que productores pequeños produzcan de manera eficiente de acuerdo a la capacidad de uso de los suelos, para que su economía mejore, al igual que su calidad ambiental.

¿Qué estamos haciendo para restituir nuestros bosques? —pocos son los avances— por ahora vamos con 100.000 hectáreas reforestadas, eso quiere decir un 0,2% de “recuperación” de bosques. A esto se suman preocupantes estudios que demuestran cómo en la Amazonía se están muriendo prematuramente bosques a causa de la sobresaturación de los gases de efecto invernadero. Esto también repercute en un círculo vicioso, en el que nuestros pulmones son cada vez menos capaces de filtrar aire puro para que podamos respirar.

Entonces deberíamos preguntarnos: ¿Nuestras acciones realmente aseguran un mundo mejor para nuestros hijos?, ¿nuestra actitud y acciones garantizarán el agua en cantidad y calidad, alimentos, aire puro y todo lo que implica el Vivir Bien? ¿Qué estamos dejando como legado? Probablemente mayor cantidad de ríos contaminados, tierras infértiles y erosionadas por usarlas demasiado, ningún árbol para guarecerse. Los síntomas son evidentes y no somos capaces de discernir qué consecuencias tienen nuestras acciones. Pensemos en los que vendrán y no en nuestros intereses.

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El hombre, el agua y fuego

/ 15 de septiembre de 2021 / 02:02

Agua y fuego, parecen dos elementos contrapuestos, pero en realidad están estrechamente relacionados uno con el otro. El hombre utiliza el fuego para quemar los “desechos de vegetación” y así dar paso a una nueva área de cultivo. Este cultivo necesitará la proporción justa de agua para producir. En algunas regiones, donde el agua era abundante ahora es escasa notoriamente en la época de seca. En otras regiones, en la época de lluvias, éstas se concentran unos pocos meses provocando inundaciones. En ambos casos el cultivo se pierde por las modificaciones que el hombre ha causado al clima.

¿Cómo el hombre puede modificar el clima? Al modificar la cobertura de bosques que regulan la humedad y la temperatura, cambian los ciclos naturales de la lluvia. Las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera que generan la combustión de la vegetación aceleran este proceso. Entonces sí, estamos modificando el clima.

Debe quedar claro que la presencia del fuego en áreas naturales (tierras con bosque, matorrales, pastos) no es “normal” ni espontánea. Se inicia en proximidades de áreas donde el hombre está presente, puede ser por necesidades de producción a diferentes escalas, por cazadores, por quema de desechos. Este fuego se propaga rápidamente, favorecido por las condiciones de baja humedad y de altas temperaturas dificultando su sofocación.

Estudios científicos recientes demuestran que la frecuencia de incendios forestales de gran magnitud son más frecuentes en una proporción de dos veces más que en décadas pasadas. Otros estudios indican que los bosques están perdiendo la capacidad de secuestrar carbono, esto quiere decir que, si seguimos deforestando de forma descontrolada, las catástrofes en las que desembocan estas actividades serán cada vez peores. Si el hombre sigue utilizando el fuego para su propia devastación se quedará sin agua suficiente para sobrevivir.

El hombre y sus acciones están generando daños al medio ambiente. El mal uso de prácticas ancestrales, como el manejo del fuego, entre otros, es lo que verdaderamente está deteriorando nuestros suelos. El cambio climático y sus eventos severos, como sequías extremas y la poca disponibilidad de agua, son otros de los factores críticos de los problemas ambientales, en tal sentido esta trilogía — hombre, fuego y agua—, que debería estar estrechamente ligada, se está rompiendo en su esencia.

Esto muestra un escenario poco alentador para la humanidad. Pero de qué vale saber esto, si nuestras acciones no cambian.

El manejo integral del fuego intenta recuperar esta esencia perdida, de tal forma que permita orientar las acciones a la prevención, la organización de los usuarios de fuego para minimizar los impactos. Falta mucho por hacer, queda seguir cohesionando esfuerzos para que cada año tengamos menos incendios forestales.

Armando Rodríguez es gerente de Proyecto de la FAN.

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Bosques y restauración

/ 16 de septiembre de 2020 / 01:11

Los bosques pierden alguna de sus características y funcionalidades por efecto de los incendios. Pueden cambiar o perder la diversidad de especies de animales y de plantas que estaban presentes originalmente o, perder la capacidad de capturar carbono; también disminuyen su capacidad de ofrecer alimentos para los animales y desde luego al hombre. La capacidad de regulación del clima, entre otros muchos beneficios, también son alterados. Está claro que una vez que el fuego entra, modifica su estructura tornándose muy susceptible a nuevos incendios.

Si bien estas pérdidas no son tan evidentes como la remoción total de los árboles a causa de la deforestación, traen consigo las mismas o mayores consecuencias para el medio ambiente. El grado de impacto depende de la frecuencia del proceso degradante y está claro que una de las principales causas de la degradación de los bosques son los incendios forestales. En los últimos 19 años, en Bolivia se han degradado más de 11 millones de hectáreas. Anualmente, se queman 600.000 hectáreas de bosque a causa de los incendios. Esta cifra equivale a 83 canchas de fútbol por hora. Si esta superficie la comparamos con la deforestación, estamos perdiendo tres veces más bosque a causa de los incendios forestales.

La diferencia radica en que un mismo bosque puede quemarse repetidas veces a lo largo de los años. ¿Y por qué no parece tan importante?, seguramente al no ser tan evidente el cambio de uso de suelo como la deforestación, pasa desapercibida esta situación. Tomemos como ejemplo lo sucedido en 2019. Se quemaron más de 2 millones de hectáreas de bosque en todo el país, de esta superficie el 70% ya se había quemado por lo menos una vez en los últimos 18 años. Entonces, saltan algunas interrogantes que se deberían tomar en cuenta en las medidas de restauración. Por ejemplo, los bosques que se quemaron antes de 2019 ¿se recuperaron?, ¿cuál es el grado?, ¿estos bosques que se están restaurando presentan las mismas condiciones de los que se quemaron en 2019? Tener esta información ayudará a orientar de manera más asertiva las medidas planteadas y, de esta forma, identificar los bosques que no se están regenerando y requieren alguna asistencia mecánica o de inmovilización.

Según evaluaciones realizadas por la Fundación Amigos de la Naturaleza hasta 2019, tenemos más de 18 millones de hectáreas de bosque con algún grado de restauración donde el fuego no ha estado presente en al menos nueve años consecutivos. Es decir, algunos de los bosques quemados en 2010, año récord de incendios en nuestro país, presentan algún grado de recuperación de por lo menos nueve años a la fecha. En Bolivia tenemos más bosque que se está recuperando después de los incendios; en tal sentido, debemos exigir políticas de Estado que determinen su protección. No permitamos que se sumen a las estadísticas de áreas deforestadas.

Armando Rodríguez es gerente de Proyecto en la Fundación Amigos de la Naturaleza.

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