Y si es lesbiana, ¡qué!
¿Es malo ser lesbiana? ¿Por qué no querer pensar en que una persona tenga esa opción?
Al presidente Evo Morales lo conozco desde cuando era dirigente cocalero, aunque tuve más oportunidad de hablar con él en su actual condición, en charlas informales o en entrevistas periodísticas: humilde en su entorno (trata de “jefazo” a sus interlocutores y suele preocuparse mucho por sus eventuales interlocutores; que a veces no parece ser el gobernante), firme ante sus subalternos y débil ante las bromas pesadas.
Es capaz de pedir un consejo sin ningún complejo, pero de ahí a pensar que va a hacer lo que no debe hacer es para guardar cierto reparo. Una vez, un par de sus asesores me comentaron que no suele “escuchar”, pero tiene un t’inkazo que en varias oportunidades le resulta, como aquella ocasión de cuando se propuso nacionalizar los hidrocarburos se impuso ante su ministro del área, Andrés Soliz, sobre la repartición de ingresos entre las empresas petroleras y el Estado: encargó a asesores italianos y españoles un estudio que estableció el 82% a favor del país y el 18% a favor de las transnacionales, a diferencia de su colaborador, que planteó la ecuación 65%/35%, que no fue.
Eso explica un poco su apertura a las sugerencias, aunque sus dudas respecto de otras opiniones son más recurrentes. Pero más de uno le ha debido decir que cuide su lengua, cuyas palabras siempre suelen ser polémicas e inoportunas, comidilla para los medios de información y para sus detractores políticos. Ayer no lo hizo, y, más que comidilla, lo que pronunció en medio de un discurso fue para la indignación.
Ante el aplauso misericorde de sus seguidores, colaboradores y autoridades, que se concentraron en Trinidad para la entrega de ambulancias con motivo del aniversario departamental, Morales se molestó con la ministra de Salud, Ariana Campero, a quien cuestionó lo distraída que supuestamente estaba mientras hablaba él. “Ahí enamorando, no quiero pensar que es lesbiana”, le dijo el Presidente más que en broma, en serio.
Si bien el Mandatario recurre usualmente a las alusiones (al senador José Gonzales le dice Grindio, por su mote de Gringo, o al exgobernador de La Paz César Cocarico, Kututu), ayer fue más allá; pecó de homofóbico o lesbofóbico, aunque más tarde se disculpó y dijo que no tenía “intención de ofender a nadie”.
¿Es malo ser lesbiana? ¿Por qué no querer pensar en que una persona tenga esa opción sexual? ¿Acaso la Constitución Política del Estado no establece el respeto a las diversidades sexuales? Grave lapsus el del Presidente, que hiere las sensibilidades, reproduce la intolerancia, valida la violencia contra las mujeres, consagra el machismo y lastima la lucha de esas comunidades en aras de su inclusión en una sociedad que, de por sí, no necesariamente las tolera o respeta.
No quiero imaginar la intimidad del gabinete presidencial con relación a la ministra Campero, que ha sido blanco de un acoso previo a su condición de mujer. El otrora candidato oficialista a la Alcaldía de Yacuiba Carlos Bru le había ofrecido quedarse en su ciudad “cama adentro, patrón encima” y el vicepresidente Álvaro García Linera le sugirió casarse antes de tener un hijo, “la pruebita” que, en su criterio, piden algunos hombres.
La frase de ayer suena humillante, que —seguro— ha nublado otros propósitos favorables al Gobierno. Con justa razón, la opinión pública solo comenta el desliz presidencial. Y si Campero es lesbiana, ¡qué! Sería su derecho; que nadie ose apuntarle el dedo lapidador por nada.