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Vencer

Me gustaría creer que sirve para algo. Que, ante los horribles atentados de París, sirve para algo declamar que todos somos Francia, ir a la Plaza de la República, dejar las flores, enlutar monumentos y edificios, ver cómo los ilustradores dibujan banderas francesas y corazones sangrantes, ver cómo los diarios titulan con portadas negras y palabras compungidas, ver —reproducidas hasta el vómito— las imágenes de la gente descolgándose por las ventanas del teatro Bataclan, escuchar a Angela Merkel declamar todos juntos ahora, escuchar a Madonna cantar La vie en rose en un concierto en Suecia, escuchar a un pianista tocar una versión de Imagine en las calles de París, escuchar a los analistas políticos recordar que la inmensa mayoría de los musulmanes es pacífica, escuchar al Papa decir que utilizar la violencia en nombre de Dios es una blasfemia, escuchar otra vez —escucharme otra vez— decir que cuando esto mismo pasa en África no pasa nada.

Me gustaría creer que el cúmulo de todas esas cosas es un escudo protector que sirve para algo. Pero no puedo dejar de pensar en el otro lado: en el grupo de gente que planificó esto y que, ahora mismo, estará mirando y escuchando esas reacciones ¿con impavidez, con regocijo? Y entonces todo lo anterior me parece —con perdón— tan cándido.

Porque sospecho que no entendemos —y no veo que estemos haciendo ningún esfuerzo por entender— qué clase de cosa es la que está del otro lado. Escucho a Rajoy decir una vez más, en versión castiza y mal doblada de John Wayne, que “nos pueden hacer daño, pero no podrán vencernos”, y me pregunto si los ciudadanos que gobierna están dispuestos a poner su firma al pie de esa ecuación, con todo lo que implica. Y me digo que para la gente que hizo esto, para esa gente cuyo pensamiento no somos —parece— capaces de entender, hacernos daño ya es, quizás, haber vencido.