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Goni mató a la llamita (negra)

El candidato Pedro Castillo es Goni. Habla mejor inglés que castellano, es soberbio, fuma habanos en la tina y ahora es senador por Potosí después de haber gobernado reprimiendo al pueblo. Tiene un hijo drogodependiente y adicto a una secta religiosa que cree poder volar. ¿Te acuerdas de la secta Moon en la campaña de 2002? Se presenta de nuevo para llegar otra vez al Palacio de Gobierno con una agenda oculta: la privatización y la negociación con el Fondo Monetario. Y entonces vemos y escuchamos a los expertos en marketing electoral venidos del norte: “la gente apesta, viven protestando, no bromean, todo es extremo, la democracia es frágil”, el 60% de la población es indígena, ¡es como si en Estados Unidos hubiese 200 millones de apaches!”.  Llegaron para salvarnos, otra vez. Ellos son los “americans”, nosotros debemos ser marcianos.

Los grupos focales comienzan a trabajar y llegan a una conclusión: Castillo es percibido ajeno, alejado, ignorante de lo que pasa, altanero, antipático. No podemos cambiar al candidato, pero sí podemos cambiar la realidad, como ésta se percibe.

En la Argentina, hace unos años al hoy presidente electo, Mauricio Macri, también lo veían así: jailón, concheto, prefiere sushi antes que asado, hueco, antipopular y con un bigote que hacía recordar a Hitler (aunque el exmandatario de Boca lo llevaba en honor a Freddy Mercuri de la banda de rock inglesa Queen). Un político en carrera es un títere. Un candidato jamás debe decir lo que va a hacer cuando gane y gobierne: ¿dijo Macri a la sociedad argentina su plan económico? Jamás. Y aun así el domingo, ganó. Los argentinos y argentinas querían cambio y esperanza. Y los asesores electorales, expertos en publicidad y engaño, fabricaron un candidato ganador que prometía cambio y esperanza. “Esto no es una elección, es crisis, la campaña es guerra y como no podemos volver a Castillo un tipo afable y amable lo transformaremos en el único capaz de manejar la crisis, el único con pelotas”, dice la asesora gringa Jane Bodine, interpretada por Sandra Bullock.

Cuando las papas arden después, cuando se caen las caretas y máscaras, ellos ya no están; han volado a otro país para seguir robando y comprando almas. El fin justifica los medios y para eso está la guerra sucia: Maquiavelo en estado duro. “En Bolivia las campañas sucias no funcionan”, dice un señor mayor en un grupo focal de Pedro Castillo, el Goni  de la película Our brand is crisis (Experta en crisis, su traducción al castellano para nuestros cines).  ¿Sucia? La única palabra prohibida es perder, dice Calamity Jane. Expresan que es  una película política, pero en realidad es un western, un duelo actoral a cara de perro entre Bullock y Billy Bob Thorton, que interpreta a Pat Candy, el asesor estadounidense del favorito Rivera (el Manfred, interpretado por el actor colombiano Luis Guillermo Arcella).

Para Hollywood, somos “indians”. El subtitulado traduce “bolivianos”. Somos paisaje y paisanaje, no llegamos a la categoría de país. Castillo va a iniciar el rodaje de un spot sobre llamas y su importancia en la economía. “Son la imagen de la prosperidad”, añade el Goni de la película que se estrena mañana jueves en nuestro país. La llama se llama Marco. En un descuido del spot, corre hacia la calle y es atropellada por un carro. El personaje de Sandra Bullock —la antihéroe— lanza la enésima frase de humor sarcástico: “Parece que ni llama quería salir junto a Goni en un comercial de campaña”. Ahora ya lo sabemos: Goni mató a llamita (suicida).  Experta en crisis (de los productores de Argo) es una sátira política con humor negro, pero el público en la sala durante la avant premiere del lunes pasado no se ríe y se aburre. Ni siquiera aplaude por cortesía al final.

La colección de postales y situaciones surrealistas y kafkianas se repiten: los periodistas paceños hablan como mexicanos, los changos en las “favelas” son interpretados por actores nicaragüenses, Goni habla portuñol (el actor portugués Joaquim de Almeida), Evo es afroboliviano y se llama Velasco… Sandra Bullock vomita y anda con un tubo de oxígeno y en La Paz —“condenada ciudad”—las noches son calurosas (la película se rodó en Puerto Rico y Lousiana, con algunas tomas en la sede de gobierno). Solo si no te tomas la peli de dos horas en serio, lo irreal te puede causar hilaridad: es como en esos festivales de películas B o Zeta donde el público va a reírse de lo malo que es todo. “Si trabajas mucho tiempo entre monstruos, llegarás a convertirte en uno de ellos”, le dice Bill a Sandra. Su etiqueta no era la crisis, era el monstruo.