Voces

Friday 29 Mar 2024 | Actualizado a 08:39 AM

Por qué fracasó el Protocolo de Kioto

El Protocolo de Kioto ha fortalecido a los poderosos y al sistema económico actual

/ 26 de noviembre de 2015 / 06:29

El Protocolo de Kioto y el sistema europeo de comercio de derechos de emisión están en vigor desde 2005, pero el consumo de combustibles fósiles, en especial de carbón, ha aumentado. La razón son los precios baratos del carbón, gas y petróleo debido, entre otras cosas, a la explotación —problemática desde el punto de vista medioambiental— de fuentes de energía no convencionales  procedentes de arenas bituminosas o mediante fracturación hidráulica.

El comercio de derechos de emisión y los otros dos mecanismos “flexibles” de Kioto fueron una falacia desde el principio. En las negociaciones del Protocolo de 1997 la Unión Europea se había pronunciado a favor de límites máximos claros para las emisiones, pero EEUU y Japón se impusieron. Los principales partidarios del comercio de derechos de emisión fueron BP y Shell.

No debemos olvidar que al final de las negociaciones, el comercio de derechos de emisión fue visto como una solución transitoria que debería ser reemplazada en 2020. Ahora se declara como única opción.

La UE instaló un sistema parecido. Pero dado que se expidieron demasiados certificados a las empresas, el comercio de derechos de emisión no ha servido como incentivo para inversiones en tecnologías con emisiones menores o libres de CO2. Así, los precios para una tonelada de CO2 deberían estar entre 20 y 30 euros, a mediados de noviembre de 2015 están en ocho euros. Pero lo que es aún peor: estudios de 2012 muestran que la mayor parte del comercio con certificados de emisión fue realizada por inversores que comercian por la ganancia. Sacan mayores beneficios en la compra/venta si hay grandes fluctuaciones. Y no tienen interés directo en la reducción de emisiones de CO2. El sistema, sin embargo, se basa precisamente en que no solo haya precios elevados, si no que éstos también sean estables.

Los otros dos llamados “mecanismos flexibles” del Protocolo de Kioto permiten a los contaminadores en los países industriales liberarse de los esfuerzos en política climática invirtiendo en otros países. A esto se le llama “aplicación conjunta” o “mecanismos de desarrollo limpio”. De cara a los países en desarrollo esto es descaradamente imperial, porque los proyectos climáticos a menudo están en contra de los intereses de la población. Es por ello que en muchos lugares han surgido resistencias locales. El investigador de política climática Achim Brunnengräber habla con mayor precisión de “comercio moderno de indulgencias”, porque las empresas más ricas y poderosas del norte pueden seguir contaminando gracias a que apoyan proyectos muchas veces dudosos.

Lo último en política climática internacional, las “contribuciones previstas y determinadas a nivel nacional” (en inglés INDC, a mediados de diciembre conoceremos el término), es una nueva ronda de voluntariedad no vinculante. Lo que significa “voluntariedad” lo podemos ver actualmente en Alemania en el escándalo relacionado con Volkswagen. Desde un punto de vista político no se trata de negociar eternamente límites máximos, si no de terminar con la producción destructiva.

Por eso hay que constatar: el comercio de derechos de emisión y los otros dos “mecanismos flexibles” apoyan con su lógica neoliberal el sistema económico basado en fuentes de energía fósil (y nuclear). Las alternativas están siendo bloqueadas. Mientras en la política climática existan mecanismos flexibles y presuntamente conformes al mercado, estará asegurado, ante todo, el poder de empresas mineras, de grupos energéticos e industriales, así como de gobiernos que los sostienen.

Una reforma fundamental de la economía energética y de la economía en general no debe ser sometida a los intereses de actores con poder de mercado. Los éxitos reales en política climática y contra el cambio climático como la Ley de Promoción de las Energías Renovables en Alemania fueron implementados contra la resistencia inicial de la industria.  El movimiento Ende Gelände (Terreno Final) a favor del cese de la extracción y explotación de carbón se está perfilando como el sucesor legítimo del movimiento antinuclear.

Se trata de reconstruir el modelo de producción y el estilo de vida, se trata de una transformación social y ecológica. Que esta transformación no se haga a expensas de los débiles, si no que se piense en lo social y lo ecológico conjuntamente con las cuestiones de poder y de propiedad es el punto de inserción específico de la política progresista.

En el ámbito internacional esto significa ofrecer alternativas a medio plazo para los países cuyas economías se basan en la extracción y venta de petróleo, gas y carbón. Se trata, por lo tanto, de una economía mundial ecológica y solidaria.
 

Comparte y opina:

La victoria de Syriza podría abrir nuevos caminos

¿Otra Europa? Europa podría convertirse en un proyecto vivido de manera positiva por todas las personas, en todos los países. El partido proeuropeo Syriza podría promover una salida diferente a la crisis, no solo para Grecia, sino también para otras regiones

/ 25 de enero de 2015 / 04:00

Si bien se supo que a fines de enero habría elecciones legislativas en Grecia y que una victoria del partido izquierdista Syriza era probable, una serie de políticos/as y comentaristas de toda Europa saltaron a asegurar que no hay alternativa posible a la política actual, y punto. “Seguridad”, “estabilidad” y “orden”, fueron los lemas del momento. Difamando al líder de Syriza, Alexis Tsirpas, como “populista antieuropeo” (diario Frankfurter Allgemeine Zeitung, Alemania), vaticinaron que un gobierno encabezado por Syriza sería un “drama” e indefectiblemente llevaría al “caos”. El ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, incluso amenazó de frente a la población griega; mientras el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, recomendó a los/as griegos/as no “equivocarse” al momento de votar. Finalmente, el FMI (Fondo Monetario Internacional) bloqueó el desembolso de una cuota crediticia.

CRISIS. Sin embargo, estos comentarios pintan un cuadro equivocado. En los hechos, el caos ya es la realidad cotidiana para muchas personas en Grecia: el 50% de la juventud está sin trabajo, las jubilaciones fueron recortadas dramáticamente, muchos hospitales tuvieron que cerrar sus puertas. Si uno pone mayor atención al debate en Grecia, se dará cuenta que precisamente Syriza es el partido que propone reformas de amplio alcance: reformas que sin duda trastocarían también el establishment, a fin de combatir la corrupción y el clientelismo y garantizar el nivel de vida de las personas en vez de “depreciarlo”.  El partido se opone a la actual política de austeridad, y quiere ser parte de las alternativas en y para Europa —lo cual, evidentemente, tiene molestos a los actuales gestores de la crisis. De ahí ese miedo a un partido que hace cinco años no recibía aún ni el 5%  de los votos emitidos.

Una oportunidad para Grecia. Démosle vuelta al asunto. Convirtamos a Grecia en un campo de experimentación para probar otras formas de manejar la crisis. Imaginemos una reestructuración exitosa del Estado y de la economía: las personas gozan de condiciones laborales y de vida estables, se reforma el sistema impositivo, de manera que los ricos carguen con una parte adecuada del coste para la colectividad. Asimismo —horribile dictu (latín, “cosa horrible solo el decirlo”) para toda mente neoliberal— hay programas de inversión pública eficientes que permiten superar las crisis humanitarias en las áreas de alimentación y vivienda, educación y salud.

En un escenario de este tipo, el criterio de éxito ya no sería el grado en que se “tranquilicen” los mercados financieros y se mantenga la política de austeridad —como lo planteó Joschka Fischer, exministro de Relaciones Exteriores alemán, en el periódico Standard el martes. Fischer también presume que una victoria de Syriza desembocaría en una crisis política que arrastraría a toda Europa.

Está claro que nada de esto será fácil. Minimizar los problemas estructurales existentes no ayudará en nada, y no faltarán voces europeas que exijan políticas intransigentes contra el nuevo gobierno griego. Aun así, existirá cierto margen de acción. Por ejemplo, se podrían fortalecer las economías locales y regionales. No, ¡no estamos hablando de proteccionismo! Estamos hablando de una política económica razonable y sensata que no se someta al “campo de batalla del mercado global” sino que, dentro de la división internacional de trabajo, insista en una política industrial, estructural y de mercado laboral autónoma e independiente. Esto podría dar el impulso refundacional que tanta falta hace en Grecia.

¿Otra Europa? Europa podría convertirse en un proyecto vivido de manera positiva por todas las personas, en todos los países. Un primer paso sería renegociar las deudas, cara a cara y en pie de igualdad, para así restituir el margen de acción al Gobierno griego. El partido proeuropeo Syriza podría promover una salida diferente a la crisis, no solo para Grecia, sino también para otras regiones.

CONFERENCIA. Finalmente, podría darse la tan necesaria Conferencia europea sobre la deuda. Mucha gente ya reconoce que Grecia jamás podrá pagar su deuda —a no ser por el precio de una dependencia más o menos eterna. La conferencia debería abordar el tema de una solución europea global, pero también tratar la posibilidad de una condonación parcial de la deuda griega y, para los créditos restantes, un mecanismo de pago a la medida del rendimiento económico real del país. Sería una señal política poderosa, tanto para las personas como para los mercados, de que por fin se trabaja seria y solidariamente en desarrollar estrategias adecuadas de manejo de la crisis. Al mismo tiempo, se transparentaría a quienes se benefician realmente de la crisis actual.

Hay mucho para repartir, en Grecia y en otras partes. El libro de Thomas Piketty sobre la evolución histórica de los patrimonios ha desencadenado un amplio debate en este sentido. Sin duda, un desarrollo positivo de la situación en Grecia desalentaría a las fuerzas antieuropeas y nacionalistas en Europa. Tenemos por delante debates intensos acerca de ¿cuáles podrían ser los pilares de un modelo de bienestar justo, ecológico y democrático para Europa?

En los comentarios se repite una y otra vez la pálida cantaleta del necesario “crecimiento”. Pero, ¿qué significa eso concretamente? ¿Qué tipo de empleos se generan o se conservan? ¿Estamos hablando de empleos en la industria de armamento, o en una industria productiva lo más sostenible posible? ¿Del trabajo de peones mal pagados/as en la agroindustria, o de trabajadores/as con empleo digno en la producción ecológica de alimentos?

¿Y quiénes deciden sobre las inversiones que deben llevarnos al crecimiento? ¿Fondos de alto riesgo privados en busca del mayor rédito posible, o empresarios/as responsables, o incluso la población mediante mecanismos y procedimientos de democracia económica? Todas estas son preguntas a las que Syriza quiere encontrar respuesta. Y de hecho son temas clave que deberíamos discutir y analizar en y para toda Europa.

Y para terminar, cabe preguntarnos también cómo pueden contribuir actores relevantes de otros países, por ejemplo políticos/as, empresarios/as progresistas y sindicatos, a que no se deje pasar la oportunidad de un nuevo comienzo en Europa. Los comentarios que han suscitado los primeros amagues de la contienda electoral en Grecia dejan muy en claro que esta campaña no es un asunto meramente griego.

Comparte y opina:

Últimas Noticias