Henry Kissinger ha señalado que en su vida adulta, EEUU ha peleado cinco grandes guerras y que comenzó cada una con gran entusiasmo y apoyo público. Sin embargo, en todas ellas, los estadounidenses pronto comenzaron a preguntarse: “¿Cuán rápidamente uno podría retirarse?” Él afirma que en tres de estos conflictos, EEUU retiró sus fuerzas unilateralmente. Hoy en día somos testigos de un entusiasmo igualmente poderoso y comprensible por una guerra extendida contra el Estado Islámico. Tratemos de asegurarnos de comprender qué supondría no solo comenzarla, sino terminarla.

Podríamos aprender algunas lecciones de una estrategia que ha sido relativamente exitosa: la guerra contra Al Qaeda. Tal como notó Peter Bergan en 2012, un año luego del fallecimiento de Bin Laden, el liderazgo del grupo se había destruido, sus recursos habían desaparecido y su apoyo entre el público árabe había bajado de golpe. No ha sido capaz de lanzar un ataque en occidente desde los bombardeos londinenses, hace diez años.

El panorama no se vio siempre así. Luego del 11/9, los oficiales y expertos hablaban de Al Qaeda con el asombro y temor con el cual hoy reservan para el Estado Islámico. Una vez que EEUU y sus aliados comenzaron a luchar contra el grupo, eso desencadenó o dirigió varios ataques alrededor del mundo, incluyendo el más sangriento en Occidente desde el 11/9, las explosiones de los trenes en Madrid que mataron a 191 personas. No obstante, esos ataques no querían decir que Al Qaeda estaba “ganando” la guerra contra el terrorismo, como tampoco los ataques en París la semana pasada significan que el Estado Islámico esté ganando. De hecho, es posible que mientras pierde territorio en la batalla, esté recurriendo al terror en el extranjero.

¿Qué explica el éxito contra Al Qaeda? Muchos expertos señalan las operaciones antiterroristas verdaderamente globales, especialmente el intercambio de inteligencia. Otros comentan el hecho de que el grupo exageró su papel en Irak.
En uno de los mejores libros acerca de esta temática, Hunting in the Shadows (Cazando en las sombras), Seth Jones concluye que siempre que EEUU adoptó una “estrategia de intervención moderada” (operaciones especiales, inteligencia encubierta y fuerzas policiales), le fue bien. Siempre que EEUU y sus aliados envían tropas a países musulmanes, señala que “Al Qaeda se ha beneficiado a través de una radicalización aumentada y reclutaciones adicionales”. Esta es la razón por la cual desde el comienzo, el Estado Islámico ha buscado atormentar a los países occidentales de enviar tropas a Siria.

Vencer al grupo militarmente no sería difícil. Pero para mantenerlo derrotado, alguien debería gobernar sus territorios o sino ellos o una variante, volverían. El Estado Islámico extrae su apoyo de los sunitas en Irak y Siria que se sienten perseguidos por los gobiernos no sunitas en ambos países. Además, el grupo ha creado un Estado en funcionamiento que provee cierto grado de estabilidad para una población que ha sido apaleada durante la última década.

En este sentido, el Estado Islámico es más parecido a los talibanes que a Al Qaeda, que era una banda de extranjeros alojada en Afganistán como huéspedes de los talibanes. Pero los talibanes, en sí, son un grupo local con apoyo de la comunidad Pashtun de Afganistán y Pakistán. Esto explica por qué EEUU no los ha derrotado luego de 14 años de guerra y decenas de miles de soldados estadounidenses y ahora de muchas más tropas afganas. Tengamos en cuenta que en Afganistán, EEUU posee un aliado local decente que posee una legitimidad considerable. En Siria, no posee ninguno. Los kurdos son un aliado crucial y serán mucho más importantes aun en los próximos meses. Aún así, como minoría étnica, no pueden gobernar tierras árabes.

Los políticos exhortan a EEUU a construir un ejército de sirios moderados. Es un esfuerzo que vale la pena. No obstante, históricamente, cuando los extranjeros ayudaron a unir fuerzas locales, éstas generalmente carecieron de legitimidad y de resistencia; tengamos en cuenta a los cubanos que aterrizaron en la Bahía de Cochinos, el régimen del sur de Vietnam, o los exiliados iraquíes favorecidos de Washington. Este problema esencial, la ausencia de un aliado local creíble, hace que las operaciones terrestres en Siria sean más difíciles que en Irak, Afganistán o Vietnam.

Esto no es para abogar desesperanza, sino para sugerir una “paciencia estratégica”, como bien dice el presidente Obama. El Estado Islámico no es tan fuerte como la histeria del momento sugiere. Está rodeado de enemigos mortales. Muchos países luchan contra él, desde la Arabia Saudita suní hasta la Irán chiita, desde Estados Unidos hasta la Rusia de Vladímir Putin, desde la vecina Jordania hasta la remota Francia. Su territorio se está encogiendo y su mensaje es profundamente impopular para la mayoría de su supuesto “califato”; presenciamos cientos de miles de sirios refugiados que huyen de su barbarismo.

La lucha antiterrorista, la inteligencia, los ataques aéreos, los aviones teledirigidos y operaciones especiales son ruedos donde el Occidente posee la ventaja; posee el dinero, la tecnología, el saber cómo y la cooperación internacional. Y puede seguir trabajando así durante meses, incluso años. Si en vez de eso, debido al pánico por el terrorismo enviáramos a soldados estadounidenses a los desiertos de Siria, entraríamos en el ruedo en el cual el Estado Islámico posee una ventaja decisiva. Luego de unos pocos años inconcluyentes, la gente empezaría a preguntar: “¿Cuán rápidamente uno puede retirarse?”