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Thursday 25 Apr 2024 | Actualizado a 11:05 AM

Rayados con el orden

La sobrevivencia de las cebras en la sede de gobierno pone en evidencia nuestra falta de educación.

/ 6 de diciembre de 2015 / 04:40

Llega fin de año y La Paz es, más de lo habitual, un mercado persa. Las calles no pertenecen a nadie por el libre albedrío, y tanto vehículos particulares y públicos como transeúntes y vendedores se disputan lo que queda de espacio para transitar. El estado de cosas podría desatar un Día de furia (por la “peli” de Joel Schumacher con Michael Douglas, sobre la tensión y la frustración que genera en muchas personas la vida moderna). Y ellas, las pobres cebras, tratando de educar a las “bestias” urbanas —incluido el que escribe, obvio (la falta de educación en nuestro país es como el VIH, no discrimina)—.

Nacieron en noviembre de 2001, eran solo 24 jóvenes vestidos en trajes de dos piezas que empezaron a salir a las calles en una misión imposible: que paceños y no paceños respeten las mínimas normas de trato social, vitales para la convivencia (si no, para qué puts habitar una ciudad). ¿La reacción metropolitana? Insultos, recriminaciones y hasta amagues de violencia contra  las rayadas empachadas por el calor o humedecidas por el ajustado aguacero típico de la hoyada paceña. Con el tiempo se ganaron el cariño de todos, porque su trabajo demandaba sacrificio y estaba copado por personas de origen humilde, no se trata precisamente una labor para hijitos de mamá con perspectivas de vida acomodada.

Han pasado 14 años, hoy son más de 200 y ya forman parte del imaginario paceño. Su fama es tal que se hizo habitual que turistas del exterior e interior del país posaran junto a ellas para una fotografía que atestigüe su paso por La Paz. En enero se sintió la ausencia de las educadoras a rayas y nació un movimiento virtual de parte de la ciudadanía que exigía el retorno de las salvadoras. Semanas más tarde, después de terminar una capacitación, las amigas del orden volvieron. Todo fue alegría para las “bestias” y las no tanto. En marzo se aprobó la ley municipal que declara a las cebras Patrimonio Cultural e Inmaterial de la ciudad de La Paz, y los ch’ukutas de la Ciudad Maravilla ya tenían otro motivo para inflar el pecho. Pero, de seguro estimado lector que usted ya esperaba el punto de giro, su existencia, sobrevivencia y proliferación (Sucre y Tarija ya tienen su manada desde 2008 y 2012, respectivamente) ¿es realmente justificable? En una sociedad de “llamas” seguro, con perdón de los auquénidos. Pero la creación de este tipo de grupos de “autoayuda” no habla muy bien de nuestra población, pues revela nuestra falta de educación. Lo que es peor, ni con la ayuda de ellas el “ciudadano maravilloso” acaba de aprender. El más ingenuo hubiese pensado que con un par de meses bastaba. Pero llegaron para quedarse.  

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La sobrevivencia de las cebras en la sede de gobierno pone en evidencia nuestra falta de educación.

/ 6 de diciembre de 2015 / 04:40

Llega fin de año y La Paz es, más de lo habitual, un mercado persa. Las calles no pertenecen a nadie por el libre albedrío, y tanto vehículos particulares y públicos como transeúntes y vendedores se disputan lo que queda de espacio para transitar. El estado de cosas podría desatar un Día de furia (por la “peli” de Joel Schumacher con Michael Douglas, sobre la tensión y la frustración que genera en muchas personas la vida moderna). Y ellas, las pobres cebras, tratando de educar a las “bestias” urbanas —incluido el que escribe, obvio (la falta de educación en nuestro país es como el VIH, no discrimina)—.

Nacieron en noviembre de 2001, eran solo 24 jóvenes vestidos en trajes de dos piezas que empezaron a salir a las calles en una misión imposible: que paceños y no paceños respeten las mínimas normas de trato social, vitales para la convivencia (si no, para qué puts habitar una ciudad). ¿La reacción metropolitana? Insultos, recriminaciones y hasta amagues de violencia contra  las rayadas empachadas por el calor o humedecidas por el ajustado aguacero típico de la hoyada paceña. Con el tiempo se ganaron el cariño de todos, porque su trabajo demandaba sacrificio y estaba copado por personas de origen humilde, no se trata precisamente una labor para hijitos de mamá con perspectivas de vida acomodada.

Han pasado 14 años, hoy son más de 200 y ya forman parte del imaginario paceño. Su fama es tal que se hizo habitual que turistas del exterior e interior del país posaran junto a ellas para una fotografía que atestigüe su paso por La Paz. En enero se sintió la ausencia de las educadoras a rayas y nació un movimiento virtual de parte de la ciudadanía que exigía el retorno de las salvadoras. Semanas más tarde, después de terminar una capacitación, las amigas del orden volvieron. Todo fue alegría para las “bestias” y las no tanto. En marzo se aprobó la ley municipal que declara a las cebras Patrimonio Cultural e Inmaterial de la ciudad de La Paz, y los ch’ukutas de la Ciudad Maravilla ya tenían otro motivo para inflar el pecho. Pero, de seguro estimado lector que usted ya esperaba el punto de giro, su existencia, sobrevivencia y proliferación (Sucre y Tarija ya tienen su manada desde 2008 y 2012, respectivamente) ¿es realmente justificable? En una sociedad de “llamas” seguro, con perdón de los auquénidos. Pero la creación de este tipo de grupos de “autoayuda” no habla muy bien de nuestra población, pues revela nuestra falta de educación. Lo que es peor, ni con la ayuda de ellas el “ciudadano maravilloso” acaba de aprender. El más ingenuo hubiese pensado que con un par de meses bastaba. Pero llegaron para quedarse.  

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63 veces singani

De la mano del cineasta Steven Soderbergh, la bebida nacional empieza a ganar adeptos entre la farándula de Hollywood.

/ 11 de enero de 2015 / 04:00

A principios de 2007, el cineasta boliviano Rodrigo Bellot recibió la invitación de parte del equipo de producción del reconocido en el ámbito mundial Steven Soderbergh para hacerse cargo de la dirección de casting de la película Che. El plan de rodaje concluyó y en la cena de despedida, a Rodrigo se le ocurrió acercarle un vaso de singani al siempre jovial de Steven. Tras posar los labios en la copa y empinar el brazo, el rostro del cineasta norteamericano resplandeció y el brillo en sus ojos no pudo disimular el placer causado por el brebaje que acabada de escurrirse por su paladar. “¿Qué es?”, preguntó. “Singani”, le dijo el anfitrión. Y de ahí en más, esta cristalina bebida del sur boliviano empezó a ganar pantalla y reconocimiento entre la suntuosa farándula hollywoodense. Una historia de película desde la vid.

“Soderbergh volvió a los Estados Unidos y mantuvo contacto con Bellot, quien nos hizo el nexo debido al interés que mostraba por la bebida”, explica José Luis Aguirre, gerente Comercial de Casa Real, la firma que produce singanis en los valles tarijeños desde 1981 aunque la tradición que hereda la familia Granier, propietaria de la bodega, data de la década del 20 del siglo pasado, “cuando Don Julio Ortiz Linares empezó la primera operación industrializada de destilación en el valle de Cinti, cerca de Tarija”, aclara Aguirre.

Tarija, la Andalucía boliviana, cuenta con el suelo ideal para la plantación y cosecha de la vid. Sus magníficos alrededores se encuentran entre dos grandes ecosistemas: el altiplano (planicie alta, árida y fría) y el chaco (llanura bastante calurosa y con mucha vegetación). Se dice que el vino que allí se produce es único en el mundo, ya que la uva es cultivada entre los 1.700 y 2.400 metros sobre el nivel del mar, lo cual permite que ésta gane riqueza aromática debido a una exposición más intensa a los rayos ultravioletas que en otras regiones del planeta. Por ello Tarija es, definitivamente, la cava boliviana, donde se encuentran todos los tipos de vinos (tinto, blanco, oporto, rosa, de mesa, cabernet sauvignon, Malbec, etc.), y también singanis. Como el que cautivó a Soderbergh.

“El singani es una bebida alcohólica de la familia del aguardiente de uvas. Se elabora a partir de la destilación de vino de la uva moscatel de Alejandría o Muscat de Alejandría. Es el licor nacional de Bolivia”. Así lo definen los que saben. Hacia el arraigo por la tierra, la visita por los terruños del licor es un placer para todos los sentidos.

Casa Real

Las plantaciones y bodegas donde nace la historia del singani quedan en Santa Ana, en el Valle Central de Tarija. Allí, rodeado de una infraestructura de 172 hectáreas de acequias y viñedos, Jorge Furió, gerente de Producción de Casa Real, observa el paisaje y mide el viento como un terapeuta del clima. Dice que todo empieza ahí, en la tierra que pisa. Y lo que resulta después es una suma de partes. “El primer detalle lo da la uva que debe ser Moscatel de Alejandría; a continuación viene la zona, 1.850 metros sobre el nivel del mar; una amplitud térmica que favorece muchísimo a los aromas a flores y, finalmente, la tecnología que se aplica en los viñedos, todo para que cuando el fruto termine de madurar esté realmente sabroso”, dice Furió, un enamorado del arte en la viña. Una vez maduro el fruto, éste es llevado a las bodegas donde pasa por un proceso de estrujación, cuyo producto es llevado a las cubas de fermentación para obtener un vino base, que luego pasará a una etapa de destilación en los alambiques. En las cubas se da un proceso bioquímico de fermentación alcohólica, donde la glucosa proveniente del azúcar natural de la uva es transformada en ácido pirúvico.

“El productor controla que no se apague la fermentación y que las temperaturas del mosto (jugo) no se eleven exageradamente, ya que la fruta perdería su aroma natural, que es el que le da el carácter final del singani. Terminada la fermentación se lleva nuevamente por canaletas hasta el alambique para iniciar la destilación”, explica el especialista Furió.

La técnica y oficio de la destilación consiste en regular el aporte externo de energía (calor), para conseguir un ritmo lento y constante, que permita la aparición de los componentes aromáticos deseados en el momento adecuado. El proceso se desarrolla en dos fases: la vaporización de los elementos volátiles de los mostos, y la condensación de los vapores producidos. Con la destilación, se obtiene un producto de alrededor de 70 grados, el cual puede graduarse agregándole agua pura. Luego, a la botella y de ahí, al paladar. Así lo hizo Soderbergh y quedó enamorado de las sensaciones que el licor despide.

En 2010, en vuelo a Tarija, el cineasta estadounidense se sentó a la mesa con el gerente General de Casa Real, Luis Pablo Granier, e inició el trámite para lograr los permisos para la importación de singanis a Estados Unidos, su inscripción como marca, eligiendo Singani 63 por el año en que nació, además de una intensa campaña de difusión entre la alta crema del cine estadounidense y mundial.

“Las importaciones empezaron con medio contenedor (6.000 unidades) en  2011 y doblaron la cifra al poco tiempo”, señala Aguirre. También dice que la venta del “63” solo está dirigida al mercado estadounidense (alrededor de 30 dólares) y no es posible adquirirlo en el mercado nacional. “Fue un buen año”, señala, recordando que en octubre pasado fue estrenada la película Perdida, dirigida por David Fincher, la cual incluye una escena donde se ve al actor norteamericano Ben Affleck bebiendo singani por varios minutos. “Otras marcas, incluso famosas, pagan fortunas para tener un instante en pantalla, el Singani 63 en cambio está varios segundos a vista del público y sin haber pagado un solo peso”, dice Aguirre sobre el sorbo largo de Affleck en aquel filme de suspenso.

Un prolongado salud en nombre de la bebida boliviana por excelencia.

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Hampaturi: Moradores de la montaña

 Es uno de los macrodistritos de La Paz ubicado a 20 kilómetros de la urbe, comunidad de siembra amenazada por la contaminación.

/ 7 de diciembre de 2014 / 04:00

Los niños de Hampaturi se levantan con el amanecer y, a diferencia de la ciudad que bordean, están abstraídos de esa modernidad que hace al mundo más pequeño a la vez de precipitado. A tan solo 20 kilómetros del noroeste de La Paz, el aire de este paraje conserva la frescura propia de la alta montaña. Allí habita la familia de Félix Condori y Rita Flores, dueños de una modesta casa y una pequeña chacra en la que producen su alimento diario, cuyo excedente es comercializado en la urbe paceña. Es el lugar donde crecen los cuatro hijos de la pareja, de tres a 12 años.

Entre cerros, eucaliptos, animales y un río de cauce finito, la vida es mansa en este horizonte campestre. Aunque sus aguas no sean puras.

Félix y Rita se casaron en Oruro, pero la posibilidad de habitar un terreno que heredó el hombre de la familia, fue la carta de invitación para residir en una de las comunidades de Hampaturi llamada Lorocota. Así comenzaron de nuevo. “Llegamos hace cuatro años”, señala ella.

En principio no fue fácil. La casa deshabitada contaba con luz, pero el agua potable y el alcantarillado no existen hasta la actualidad. Félix dice que es paradójico que no dispongan del líquido elemental. Hampaturi, ubicado en la cuenca alta del río Irpavi, es conocido como el distrito en el que se encuentran los cauces proveedores de agua potable para el municipio paceño. En el lugar se han formado varias represas y lagunas, tanto naturales como artificiales. Pero los lugareños no disponen de este servicio básico. “Lo que más nos preocupa es que los niños puedan contraer alguna enfermedad”.

El aprovisionamiento de gas es otro calvario. El camión con garrafas llega al lugar solo los fines de semana. Todavía hay quienes cocinan a leña en la asoleada comunidad. “No es lo mismo, tarda más y se contamina el medio ambiente”, señala Rita. La palabra medio ambiente es repetida en Hampaturi. La vuelve a decir Félix a la hora de referirse al río que franquea el pequeño pueblo de alrededor de 160 familias. “Antes había peces. Ya no existen y el agua llega hasta aquí contaminada por los trabajos de la mina La Solución”.

Florentino Patti, moreno, de lentes, jean azul y chaleco de aguayo, es el jilakata (autoridad originaria) de Lorocota. Él dice que en virtud a algunas denuncias, se han paralizado los trabajos en la cantera de plomo y zinc ubicada poco más de cinco kilómetros al norte del poblado. Pero ello no impide hasta el momento que el agua que baja de las vertientes llegue contaminada hasta las poblaciones de Hampaturi. “Nadie hace nada”, dice, además de explicar que el río naciente fluye hasta Chicani, otra comunidad de producción agrícola y cría de animales, y desemboca en las colectividades de Río Abajo, la gran zona de cultivo de vegetales para los citadinos.

“El año pasado se cerró la mina, al parecer por falta de pagos. Pero el río ya ha sido afectado y nosotros pagamos las consecuencias. Por la necesidad y al no tener agua potable, la gente lava ahí su ropa, los animales beben de esa agua que también se la utiliza para el riego. Y los niños están expuestos. Lo más grave es que este río sigue bajando hacia otras poblaciones”, explica preocupado Patti.

Hábitos

En Hampaturi se conocen casi entre todos los vecinos. Si bien se trata de un macrodistrito que acoge a ocho comunidades de la región, el polo formado por Choquechiwani, Hampaturi Chico y Lorocota se constituye en el punto de encuentro de los comunarios.

Éstos se dedican a la agricultura, trabajan la tierra y siembran y cosechan papa, haba, lechuga, tomate, vainita, cebolla, zanahoria, cebada, perejil, quirquiña… “Mientras no llegue la helada aquí produce todo”, cuenta Rita. La siembra se inicia en el mes de agosto para los vegetales, octubre para los tubérculos, y diciembre es ideal para la cebada.

En abril del año pasado, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura por sus siglas en inglés) y la Alcaldía instalaron 50 carpas solares, en un área de 60 metros cuadrados aproximadamente, además de un sistema de iluminación y de riego. La Fundación Techo, a quienes se sumó un grupo de voluntarios de Unilever, también sienta bases en la zona colaborando con la dotación de casas prefabricadas para las familias desposeídas.

Marcia Mamani es una de aquellas beneficiadas que ahora cuenta con dos ambientes para su numerosa familia de cuatro hijos y su marido Santiago Choque. Ella también tiene un terreno donde siembra, por esta temporada de lluvias, papa, haba y lechuga. Además de este sembrado, Marcia se dedica al cultivo de rosas y gladiolos para comercializarlos en los mercados y cementerios de la ciudad.   

El agua para las plantaciones en aquellos terruños proviene de las vertientes y de nuevo, el tema del medio ambiente. “Sabemos que no es pura, por más que venga de la cumbre, debe tener algún tipo de contaminación. Pero no nos queda otra que alimentarnos con ella”, dice Marcia.

Preventivamente, aclara, hierven el agua para su uso en las comidas. Es lo único que pueden hacer. “Lamentablemente no disponemos de este derecho”, señala Patti. Añade que desde el 2008, se han presentado varios proyectos para cubrir esta falencia. “Recién se están instalando las cañerías pero de las mismas vertientes que consumimos en la actualidad, no de las cabeceras con las que se abastece a la ciudad. Es un trato injusto para los pobladores”, se queja la autoridad.

El potencial económico de esta región reposa en sus cerros con formaciones de rocas erosionadas, represas de agua, glaciares, lagunas y “caballos cerreros” (que vagan de cerro en cerro, libres), que conforman un paisaje geológico idóneo para el cultivo e incluso para el turismo.

“Aquí pueden adquirir productos a bajo precio, directamente del productor al consumidor”, dice Patti.

Jornaleros

La jornada de los habitantes de Hampaturi se inicia a las cinco de la mañana. Con el sol naciente, los vecinos se preparan para acudir al trabajo —en muchos casos en la ciudad—, para ir a estudiar en el ciclo secundario hasta Pampahasi —la zona urbana más cercana—, y para dotar de alimento a los animales de granja. “A las seis de la mañana hay que sacarlos a pastear y a darles agua”, cuenta Marcia.

La autoridad originaria dice que aún trabajan por el mejoramiento de su ganado camélido, que en los últimos años, en un acuerdo con The Nature Conservancy y la Subalcaldía, han dotado a los comunarios de machos reproductores para la mejora de la raza y repoblar el ganado. La Delegación Municipal para el Fomento de la Interculturalidad (DMFI) identificó el año pasado las potencialidades agrícolas de Hampaturi y confirmó que en la región se cultivaban más de 6.000 variedades de papa. Las comunidades celebran las fiestas patronales del 25 de julio, en honor al Tata Santiago, y del 30 de agosto por la Virgen de Santa Rosa de Lima. Se definen como una comunidad rural, “no somos descendientes de patrones”, aclara Patti. Otro día festivo es el 23 de marzo, en el que se agasaja a la escuelita que lleva ese nombre en Lorocota, la cual acoge a chicos de primaria de las comunidades de todo el macrodistrito. Durante estos días de celebración, los comunarios celebran con un gran apthapi (comida comunitaria en la que todos aportan con lo que pueden)

Cae el sol y la ventisca de alta montaña se hace polvareda entre las calles. Los niños de Hampaturi se acuestan con el oscurecer. A la espera del agua pura…

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Trotamundos: A pie en un mundo libre

Ignacio Dean Mouliaá inició en 2013 una caminata por los cinco continentes.

/ 30 de noviembre de 2014 / 04:00

Sus días de pescador en el mar malagueño siempre fueron una invitación a la gran travesía. Ignacio Dean Mouliaá, rulos oscuros, 1,70 de altura, trigueño español de ascendencia griega y francesa, mientras elevaba las anclas de la embarcación de su padre, soñaba con girar el timón de su vida en un viaje descomunal por los recovecos del mundo, ése que imaginaba desde el puerto en sus plateados atardeceres. “¿Qué?”, “¿estás loco?”, “Jaja, sí, qué buen chiste”. Las reacciones a su plan empezaron a ser recurrentes y encajadas en el rubro de lo inverosímil. Fue hace algo más de un año cuando la “locura” lo tomó por sorpresa. Sí, a Ignacio se le había dado por recorrer los cinco continentes caminando. “Este proyecto nace de un sueño y una necesidad: el sueño personal de dar la vuelta al mundo a pie, conociendo este crisol de culturas y paisajes que es el planeta Tierra”. Los periodistas españoles que acudieron al anuncio de este “descabellado” muchacho, amante de los deportes de riesgo y aventura, también se ubicaron al borde del paroxismo. Pero había que dar la noticia, imprimirla y colgarla en las redes sociales. Ignacio ya estaba frito. No había marcha atrás y sí mucho por delante.

La noche previa al 21 de marzo de 2013, la loca cabecita de Ignacio fue un fardo de nervios. Para llevar a cabo esta hazaña, había recaudado una suma de 60.000 euros, cantidad cubierta en parte por ahorros personales, por empresas y patrocinadores que creyeron en él. Sus únicas posesiones durante los próximos cinco años, como calcula el tiempo de su gran itinerario, serían un carrito de trekking Croozer kid1, donde llevaría, entre otras cosas, una tienda de campaña, un saco de dormir, un GPS, una cámara fotográfica, libros, ropa, un botiquín y un ordenador portátil para contar sus experiencias a través de su blog y las redes sociales desde los lugares donde se pueda. El punto de partida sería la Puerta del Sol de Madrid rumbo a la que sería y es en la actualidad la mayor aventura de su vida. Nacho lo anunció en el Facebook y de manera casi inesperada, decenas de personas se dieron cita en el lugar para despedir al caminante, “eso es algo que me sorprendió, que haya gente que creyera en mi sueño”. Y entonces, nuestro hombre empezó a caminar.

Cerca de 50 países lo esperarían durante los próximos cinco años. De solo pensarlo, los sentimientos encontrados le provocaban miedo, ansiedad, pero también la satisfacción de intentar hacer realidad eso que parecía una fantasía. No iba a ser fácil, lo sabía muy bien. Desde aquel kilómetro cero de Madrid, Nacho se dirigió hacia el Noreste del territorio español para la “conquista” de Europa. Dos días de caminata hasta que sus pies abandonaron el asfalto de la gran ciudad y el frescor de la naturaleza empezó a bruñir cada una de sus pisadas. Una hermosa senda por Morata de Tajuña con vista de castillos, bosques y lagunas, fueron su pasarela hacia el camino duro rumbo a lo impensable. El caminante lo describió de esta manera en su cuenta que ya sumaba miles de seguidores: “Yo durmiendo en un campo de almendros, pensaba, en el que esta noche sería mi hotel de un millón de estrellas”. El viajero es además un poeta comulgado con la naturaleza. Una vez recorrida parte de la Península Ibérica, Nacho cruzó la frontera francesa el 24 de abril y avanzó por la cuenca mediterránea hacia Italia, donde hizo su ingreso el 16 de mayo y donde aprovechó para visitar a algunos amigos. Eslovenia lo recibió el 3 de junio, Croacia le abrió su corazón el 9, Serbia se entregó a sus pies el 20 del mismo mes, a Bulgaria arribó el 5 de julio y Turquía lo recibió el 21 del mismo mes. Fueron cuatro meses de caminata entre crepúsculos gastados y sublimes amaneceres donde Nacho reposaba al aire libre o en hogares de familias que sabían de su aventura y le abrían el umbral de sus hogares, en un festín de chácharas donde el malagueño hacía de juglar moderno. “Los ciclistas pasan a mi lado, también los coches, y las motos con su estruendo. Pero hay un momento en el que no pasa nadie, y se hace el silencio, solo el sol y el mar inmenso allí abajo”, escribió sobre su estadía francesa; “atravieso carreteras, nudos, circunvalaciones y polígonos industriales tan llenos de humo, tráfico, ruido, cemento y polvo que no se puede cantar ni respirar. Entonces, aprieto el paso deseando salir pronto de semejante infierno y pienso que, si bien hemos llegado a vivir en ciudades por evolución lógica, éstas son un craso error”, dijo de Italia; de Eslovenia refirió: “Pequeño, con poco más de dos millones de habitantes, verde, montañoso y muy limpio, es un gusto caminar por sus carreteras y caminos, sin apenas tráfico, entre valles, montañas y ligeros desniveles”; “He dormido bajo los rayos en la tormenta y actualmente atravieso una región con zonas minadas”, dijo de Croacia y Serbia; “estoy bajo un tejadillo de madera en mitad de camino protegiéndome de la tormenta. Iba caminando por una carretera entre bosques y montañas cuando se ha desatado”, comentó sobre Bulgaria, y de Turquía dijo: “Voy caminando por el arcén de la carretera D-100 rumbo a Istanbul absorto en mis pensamientos… Mucha gente me pregunta cómo surgió la idea de este viaje y de dónde saco las fuerzas.

Sencillamente, porque estoy en mi camino haciendo lo que quiero y me gusta, caminar”. Su promedio por día hablaba de 45 kilómetros recorridos. Había superado hasta sus propias expectativas.

Surcando mares

El 27 de julio de 2013, Nacho cruzó el estrecho del Bósforo, que divide en dos partes la ciudad de Estambul (capital turca), uniendo el mar de Mármara con el mar Negro y que además separa físicamente Asia de Europa. Empezaba con el segundo continente de su travesía que tendría como destinos Georgia, Azerbaiján, Irán, Emiratos Árabes Unidos, India, Nepal, Bangladesh, Myanmar, Tailandia, Malasia y el conjunto de islas que compone Indonesia. De todos estos países, el que más le llamó la atención fue Irán. Y lo cuenta con temor. “Recogí la tienda a las cinco de la mañana, con el amanecer. Los rayos del sol todavía tardarían varias horas en asomar sobre las montañas, sin embargo, el cielo empezaba a clarear. Caminaba en silencio por la sombría y desierta carretera cuando, hacia las seis de la mañana, me paró un coche de policía haciendo la ronda extrañado de verme a esas horas tan cerca de la frontera. Me pidieron el pasaporte, me examinaron esperando algún gesto extraño, y me dejaron continuar. De nuevo, tensión. Caminé presuroso, deseoso de abandonar esa zona, asimilando que estaba en un país muy diferente al mío, con una fuerte presencia militar y religiosa”. Fue un susto para quien no vive esa rutina de ráfagas balísticas en aquel paisaje estéril y erosionado.

Nacho dice que se desconectó de un mundo para encontrar otro mucho más alucinante. “No veo tele, no escucho radio, me conecto a momentos por el chat para dar información de mi ubicación. Y el resto es compartir en pleno con la naturaleza y los animales”. El viajero insiste con que los medios de información muestran una realidad sobredimensionada, “la gente tiene temor de viajar, de conocer, y salvo lo que viví en Irán, todos han sido muy cálidos conmigo”. Tras su aventura indonesa, lo esperaba el país continente: Australia. “Nada más al llegar al aeropuerto de Darwin me abrieron el equipaje y esparcieron mi material buscando restos de barro en las suelas de las zapatillas o alguna semilla clavada en la tienda de campaña. Son estrictos en materia medioambiental y evitan a toda costa la entrada de cualquier especie extraña que pueda suponer una plaga”. Algo que también le llamó la atención es la inmensidad de aquel país.  “La escasa población que hay se encuentra sobre todo en la costa este (Sidney, Brisbane, Canberra, Melbourne…), Darwin al norte y Perth al oeste. El resto del país está prácticamente deshabitado, inhóspito, desértico, salvo puntuales núcleos como Alice Springs, Tennant Creek, Mount Isa… distanciados miles de kilómetros. Esto quiere decir que la distancia entre puntos de abastecimiento de agua y comida es de 50, 100, 200, 300 kilómetros y a veces incluso más. Me refiero a gasolineras, roadhouses y bush pubs, lo que le obliga a uno a portar el agua y la comida necesarios para el tiempo que está perdido en tierra de nadie”. En medio de aquel clima sofocante, Nacho llegó a beber cinco litros de agua al día. “Cuando llegué a destino sentí un gran alivio”, recuerda. Luego, la agenda en el mapa apuntaba a Sudamérica con la costa chilena como primer parada, adonde llegó vía aérea, y de allí, hacia los Andes bolivianos. “No tenía muy claro con qué meteorología me iba a encontrar, si a la ya difícil tarea de ascender hasta casi los 5.000 metros de altitud se iban a sumar también lluvias, rayos y tormentas. Abandonaba Putre, milenaria población aymara en el lado chileno, dispuesto a afrontar los cerca de 400 kilómetros que distaban hasta La Paz en las condiciones que fuera”, dijo en el Facebook al cruzar frontera.

Y la hoyada paceña lo enamoró. “Al cabo de varias horas y dejar atrás El Alto, mi vista alcanzó la ciudad de La Paz, una impresionante cascada de casas cayendo por las laderas de las montañas como ríos de ladrillos hacia el profundo valle. Bajé por una carretera serpenteante perdiendo altura, tomando fotos, observando el teleférico y contento de haber alcanzado este destino sorteando tormentas y solo con la ayuda de mis pies”. Su estadía paceña duró tres días, los suficientes para recuperar energía y partir nuevamente, esta vez hacia el lago Titicaca, para encaminarse al Perú. El 21 de octubre, tras bordear el lago sagrado, abandonó Bolivia y se dirigió a Puno. De ahí marchó rumbo a Arequipa debido a las lluvias y rayos que había en zonas de montaña, con la intención de alcanzar la costa. Llegó a Nasca y aún lo espera Ecuador, Panamá, Centro y Norteamérica además del continente africano para sellar su alocado sueño. Es el viaje de Nacho. El viajante planetario.

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IMAGEN NATURAL

Fotógrafos de Naturaleza tuvo su tercer encuen-tro nacional en el altiplano para inmortalizar su majestuosidad.

/ 9 de noviembre de 2014 / 04:00

La noche previa a la partida fue un desvelo de imágenes en la ausencia de luz. Nada podía quedar a la deriva. Mochila, utensilios, ropa abrigada, lentes, protector, sombrero, carpa, sleeping, y el artefacto más preciado por este gran grupo de amantes de la fotografía: una cámara. No importaba el tipo ni la marca, simplemente una cámara para retratar esos magnos instantes entre los imponentes paisajes del altiplano que aguardaban por nosotros.

Los antecedentes anunciaban una aventura inolvidable. El proyecto empezó con un puñado de profesionales del lente que, animados a reproducir la maravilla de la creación y bajo el nombre de Fotógrafos de Naturaleza, organizaron un evento en Santiago de Chiquitos en 2012 y repitieron la experiencia el pasado año en Trinidad, Beni. Aquellos encuentros habían sido organizados por los colegas cruceños y en esta oportunidad les tocaba a los paceños. Y así se organizó esta celebración de la fotografía.

A las 04.00 del jueves 16 de octubre, bajo las luces de la ciudad que nunca duerme, los cerca de 40 miembros de la comitiva entre fotógrafos, choferes, paramédico, bióloga y periodista, fueron arribando al lugar de la cita en pleno centro paceño, el hotel Pan American de la calle México. Hacía frío pero la calidez de los organizadores hacia las visitas avivó aún más la reunión entre retratistas.

Los buses arrancaron hacia la zona norte paceña, veloces para capturar los primeros rayos del amanecer, adentrándose en la periferia hacia un camino de tierra y de allí a los pies del impresionante Huayna Potosí (“cerro joven”, traducido del aymara) a 25 kilómetros de la hoyada paceña. Cero grados y una vista sin igual. En ese entorno de silencio interrumpido tan solo por el soplido del viento, se dan las primeras instrucciones para los principiantes. “Es mejor que trabajes con manual y practiques con el obturador”, insinúa Rodrigo Beja, uno de los expertos en la materia. Al aprendiz no le queda más que asentir y disparar y seguir disparando. Tras la experiencia y la revisión de imágenes, el tiritar no le impide la sonrisa de la satisfacción. Y sigue disparando.

Como buenos fraternos, los líderes del grupo, entre ellos Sergio Trujillo, les dan la bienvenida a aquellos que, en algunos casos, admiran por primera vez la majestuosidad de la cordillera Real. “Miechi que es lindo oye”, se le escucha decir a un visitante cruceño entre el montón. “Amigos, hermanos, queremos que se sientan como en su casa, hoy empezamos nuestra aventura y queremos que sepan que estamos para servirles y ayudar a aquellos que no tengan mucha experiencia con la fotografía”, dice Trujillo al centro del grupo que confraterniza al tiempo de desayunar. La camaradería es el gran angular. Un grupo muy unido.

Luego, de vuelta a los vehículos para un breve recorrido con parada obligatoria: El camposanto de la mina Milluni, que se encuentra prácticamente al pie del nevado Huayna Potosí. Este pequeño cementerio guarda bajo tierra el recuerdo de aquellos mineros que cayeron en la masacre del 24 de mayo de 1965, durante el gobierno de René Barrientos Ortuño. Sus tumbas se caracterizan por tener semejanza a pequeñas casas lo que crea la ilusión, a lo lejos, de tratarse de un pueblo. Allí, los fotógrafos retratan el aciago lugar además de denunciar, en sus tomas, la contaminación que produce la mina que aún funciona con un puñado de trabajadores en las lagunas que la circundan. Defienden la naturaleza, no pueden evitarlo. 

La caminata continúa y el frescor de la naturaleza sube desde los pies. El trayecto desde una de las lagunas hacia el campamento de Botijlaca es placentero y amenaza con ser también agotador. Agua, montañas, camélidos, todos son modelos para los lentes que no cesan de obturar. “La práctica hace al maestro”, es la muletilla recurrente. Después del ascenso, la llegada a ese campamento a 3.610 metros de altura. El frío y el viento helado entumecen las orejas y lo que parece ser un punto de descanso, lo es por breve. “Esto no ha terminado, todavía hay que subir al glacial”, expresa Andy Baker, estadounidense enamorado de Bolivia.

Entonces aumentan las dosis de bloqueadores solares para iniciar la travesía. Los 3.800 metros hacia una de las laderas del Huayna Potosí nos esperan. Y entre las formaciones rocosas, se respira libertad. Nos acercamos a la cara oeste del nevado y allí empezamos a pisar hielo y nieve; los más divertidos como Andy no aguantan la tentación de lanzar bolas, otros que se rinden ante tanta perfección aunque también hay algunos que lanzan la advertencia. “Esto no era así, me da pena, el Huayna se está derritiendo”, se escucha.

Desde esa altura, la vista es formidable, y en esa pequeña altiplanicie similar a un paisaje de otro planeta, las estalactitas de hielo crecen hacia abajo como figuras coquetas. La paz invita a la meditación. Nunca nos sentimos tan pequeños. A lo lejos, entre las montañas y las espesas nubes, aparece la imagen de la imponente Laguna Verde que es en realidad una gran represa donde la delegación descansará, merecidamente, de su ascenso y descenso de las alturas.

Después, el camino hacia el valle de Zongo, cubriendo una ruta desde paisajes cordilleranos hasta parajes de exuberante vegetación y clima cálido, donde un alojamiento con fogata y guitarreada incluida da final a la cansadora jornada de los Fotógrafos de Naturaleza.

El viaje continúa

La madrugada en el valle de Zongo es lluviosa. Tanto así que varios de los fotógrafos dudan en continuar la travesía aunque también hay de los otros. “No me importa, yo sigo igual, con lluvia o sin lluvia, lo importante es sacar fotos”, manifestaba Javier Rodríguez, uno de los más entusiastas de look “Indiana Jones”.

Pero el cielo se abrió y después de levantar las carpas, un buen aseo y una charla de la bióloga Karen Udaeta, sobre la flora y fauna del lugar, el grupo se encamina hacia su próximo destino a orillas del lago Titicaca con varias paradas en el trayecto, para no perderse ese milagro de Dios en el altiplano boliviano. Ingresando por el pueblo de Batallas y aprovisionados en el camino, llegamos hasta Quewaya, comunidad donde se encuentra asentada la heredad de los urus o los también llamados “hombres de agua”.

Allí, la experiencia fotográfica continuó hasta llegada la noche. Un grupo se decidió por sacar fotos nocturnas trepando una montaña que los acercó aún más a su deseada vía láctea, mientras otros empezaron con el armado de carpas y una fogata donde narrar las experiencias hasta ese momento vividas.

“Es muy importante este intercambio, en Bolivia tenemos paisajes increíbles que nos invitan a explotar este arte. Lo más enriquecedor es que estamos compartiendo entre amantes de la fotografía y la naturaleza y uno nunca termina de aprender”, señala Helmut Kohlberg, de la afamada familia productora de los vinos tarijeños, quien arribó desde su hermoso valle con una selección de licores que fueron muy bien apreciados por el resto de aventureros. “Qué más se puede pedir: naturaleza, fotografía, y un buen vino”, comenta Javier sosteniendo una copa.

La mañana siguiente nos conduce desde Quewaya hacia el nevado Condoriri, otra vez en plena Cordillera Real. Lo más llamativo para quienes advierten esta montaña por primera vez es su formación con tres picos muy parecida a un cóndor con las alas extendidas. Una majestuosidad propia de los Andes.

“Es la primera vez que participo y la verdad me parece una experiencia espectacular. Me enteré por la prensa y lo que más me ha gustado es, sin dudas, el paisaje”, menciona Cornelio Martínez, exmilitar y amante de la fotografía desde los tiempos de las máquinas analógicas. El Condoriri ofrece la posibilidad de ascender a distintos picos, entre ellos el Pequeño Alpamayu, Ilusión y Cabeza de Cóndor, todos con un grado de dificultad media y alta. Pero se nos viene la noche y es oportuno el retorno a la ciudad antes que oscurezca, aconsejan los choferes de la caravana.

El domingo 19 espera por la caminata-despedida. El lugar elegido es el Valle de las Ánimas, ese paisaje geológico de gran magnitud e imponencia que conforma la cima de las serranías del sureste de la hoyada paceña, y donde los Fotógrafos de Naturaleza “dispararon” sus últimos “cartuchos de luz”. Tras ello, el acostumbrado ritual de camaradería entre los artistas anunciando un nuevo encuentro que maneja como idea tentativa los paisajes tarijeños para 2015. En nombre de la fotografía. Amando la naturaleza.

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