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Navidad y equidad

A pocos días de la Nochebuena, se requiere más que nunca que los valores de renovación y esperanza que trae consigo la Navidad impulsen un cambio en la población que le permita vivir efectivamente el mensaje de paz, anunciado con el nacimiento de Jesús en Belén. Como todos los años, entre juguetes, danzas y villancicos, se presentan muestras de personas que creen en la solidaridad como un valor para acercarnos a quienes se encuentran excluidos por un sistema que otorga mucho o no otorga nada.

En la celebración del nacimiento simbólico de Jesús organizamos reuniones de confraternidad, que nos permiten consolidar afectos y fortalecer amistades, especialmente en la Nochebuena. Así, diciembre es conocido como el mes de la paz y el amor. Cabe preguntarse si ¿la Navidad es motivo de felicidad? Los buenos deseos, felicitaciones y parabienes se extienden entre los familiares, compañeros de trabajo, los amigos y también entre quienes no lo son. Felicidades y más felicidades; y debería ser así, la Navidad sí puede ser motivo de felicidad.

Somos testigos de cómo las familias se preparan para expresar su fe en la festividad más representativa de la fraternidad. Las instituciones tampoco son ajenas a esta celebración, y se esfuerzan por propiciar un ambiente navideño. En La Paz, la plaza Murillo y otros espacios son adornados con representaciones de María y José, los pastores y los tres Reyes Magos; entretanto, en el resto de la ciudad asoman luces de diversos colores, que brillan en la noche en señal de festividad.

La celebración de la Navidad es una oportunidad para la renovación y la esperanza. Las primeras palabras que los ángeles pronuncian en los evangelios tras el nacimiento de Jesús es el deseo de “paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”. La renovación es posible con la puesta en práctica de los grandes principios de solidaridad y amor a nuestros semejantes. La esperanza se anuncia con el nuevo ciclo que comienza para la humanidad con el nacimiento del Mesías, acontecimiento que divide la historia en un antes y un después.

Si para muchos la Navidad es felicidad y alegría, bastaría mirar a nuestro alrededor para ver que existen miles de niños, jóvenes y adultos que llevan la pesadumbre de saberse excluidos, no solo económicamente, sino también de oportunidades. Es que en Bolivia está el otro niño que pide limosna, aparece la madre que no puede ser como esas otras, padres que aún en Nochebuena bregan duro para obtener ese mínimo ingreso que les facilite siquiera tener no para un pavo o un panetón, sino para garantizar su subsistencia honesta y decorosa.