Me veo a mí mismo primero que todo y principalmente como estadounidense. Estoy orgulloso de esa identidad, dado que, como inmigrante, la obtuve gracias a una fuerte convicción y trabajo duro, no como consecuencia del accidente del nacimiento. También pienso en mi persona como esposo, padre, hombre de la India, periodista, neoyorquino y —en mis buenos días— intelectual. Sin embargo, en el ambiente político actual debo aceptar otra identidad. Soy un musulmán.

No soy un musulmán practicante. La última vez que fui a una mezquita, excepto como turista, fue hace décadas. Mi esposa es cristiana y no hemos criado a nuestros hijos como musulmanes. Mis visiones acerca de la fe son complicadas, se ubican en algún lugar entre el deísmo y el agnosticismo. Soy completamente secular en mi punto de vista. Sin embargo, al observar la manera en la que los candidatos republicanos están dividiendo a los estadounidenses, me doy cuenta de que es importante que admita la religión en la que nací. Pero esa identidad no representa completamente a mis creencias ni a mi persona. Estoy horrorizado por la intolerancia y demagogia de Donald Trump no por ser un musulmán, sino por ser un estadounidense.

En sus diarios escritos en la década de 1930, Victor Klemperer se describe a sí mismo como un hombre secular, asimilado como judío alemán que odiaba a Hitler. Pero intentó convencer a las personas que lo odiaba como alemán; que era su identidad alemana la que le hacía ver al nazismo como una farsa. Al final, desafortunadamente Klemperer fue solamente visto como un judío. Éste es el peligro real de la retórica de Trump: fuerza a las personas que desean asimilarse a la sociedad estadounidense y se ven a sí mismas con múltiples identidades a ubicarse en una sola caja. Los efectos de su retórica ya han envenenado la atmósfera del país. Los estadounidenses musulmanes están más temerosos y se aíslan cada vez más. La comunidad en general los conocerá menos y confiará menos en ellos. Una espiral negativa de segregación se pondrá en marcha.

La tragedia es que, a diferencia de Europa, los musulmanes en Estados Unidos en general se han asimilado a la sociedad. Recuerdo que el año pasado hablé con un inmigrante marroquí en Noruega que tenía un hermano en Nueva York. Le pregunté cómo diferían sus experiencias. Me dijo: “Aquí, siempre seré un musulmán o un marroquí, pero mi hermano ya es un estadounidense”.

En un ensayo para la revista Foreign Affairs, el escritor británico Kenan Malik señala que en Francia en los años 60 y 70 los inmigrantes del norte de África no eran vistos como musulmanes ni llamados de tal manera. Eran descritos como norteafricanos o árabes. Sin embargo, esto cambió en las décadas recientes. Él cita a un cineasta que se pregunta: “¿Qué une en la Francia actual al piadoso jubilado argelino; al director ateo franco-mauritano, que soy; al empleado del banco fulaní-sufí de Mantes-la-Jolie; al trabajador social de Borgoña que se ha convertido al islam; y al enfermero agnóstico que nunca ha puesto un pie en la casa de sus abuelos en Uchda?”. Y responde: “Vivimos dentro de una sociedad que nos ve como musulmanes”.

Cuando las personas comienzan a etiquetar a un grupo de ciudadanos por características como la raza o la religión, y luego ven a todo el grupo como sospechosos, necesariamente comenzarán a desarrollarse tensiones en la sociedad. En un artículo conmovedor acerca de los soldados musulmanes-estadounidenses, el Washington Post entrevistó al sargento Emir Hadzic de la artillería marina, un refugiado de Bosnia, quien explicó cómo comenzó la brutal guerra civil entre las comunidades religiosas en los Balcanes en los años 90. “Eso es lo espeluznante de las cosas que (Donald Trump) está diciendo”, señaló Hadzic. “Sé cómo funcionan las cosas cuando uno comienza a despertar desconfianza entre sus vecinos y amigos (…) Los he visto atacarse entre sí”.

Sigo siendo un optimista. Trump ha tomado al país por sorpresa. Las personas no entienden mucho cómo responder a sus propuestas vagas y no viables: “¡Debemos hacer algo!”; a las estadísticas falsas, a las insinuaciones de oscuras conspiraciones: “Hay algo que no sabemos” dice respecto al presidente Obama y a las apelaciones desnudas de los prejuicios de las personas. Sin embargo, no estamos en la década de 1930. Individuos de todos los puntos del orbe están condenando a Trump, a pesar de que hay varios Trump-lites (pequeños Trumps) entre los candidatos republicanos. El país no permanecerá aterrado. Incluso luego de San Bernardino, el número de estadounidenses asesinados por terroristas islámicos en tierra estadounidense desde el 11 de septiembre de 2001 suman 45, un promedio de tres personas por año; en cambio el número de muertos en homicidios con armas de fuego este año solamente rondará los 11.000.

Al final, Estados Unidos rechazará este alarmismo y esta demagogia, como lo ha hecho en el pasado. No obstante, estamos frente a una importante prueba de carácter político y moral. Espero que en las décadas por venir la gente mire hacia atrás y se pregunten: “¿Qué hiciste cuando Donald Trump propuso pruebas religiosas en Estados Unidos?”.