Que gane la esperanza
Más de 16 millones de bebés nacieron este año en medio de guerras, hambre y desastres naturales
Es muy difícil ser una mujer en tiempos de guerra. No quiero que me obliguen a casarme y que me viole un hombre de 49 años”, dice una joven somalí. Su país está en guerra desde 1991, y como consecuencia del conflicto armado ya son cientos de miles los muertos por hambre. Es uno de los testimonios del millón de refugiados que huye de Somalia, Siria, Afganistán, Eritrea, Nigeria, Pakistán, Irak, Sudán del Sur, Gambia o Bangladesh. Es imposible dejar de pensar en ellos tan cerca de la Nochebuena, cuando el mundo católico recuerda el peregrinaje de María y José en búsqueda de un refugio para que nazca su hijo.
“Tenemos dos opciones: empuñar un arma o morir. Decidimos abandonar nuestro hogar para vivir”, quien lo dijo es sirio y tiene 24 años. Los refugiados de Siria representan el 54% de quienes han cruzado el mar este año rumbo a Europa. Un buen porcentaje de los desplazados, principalmente quienes proceden de Eritrea, son víctimas de las mafias de traficantes de personas, quienes los extorsionan y esclavizan cuando migran hacia el Sinaí. Seres humanos que buscan paz.
Puede ser que estos problemas estén muy lejos de nuestro continente, de nuestro país, pero estoy segura de que aún tenemos la capacidad de conmovernos cuando recordamos la fotografía del niño sirio muerto en una playa de Turquía. Había demasiada desolación en ese cuerpecito tendido en la arena. La desolación de un mundo que necesita cada vez más de consecuencias extremas para reaccionar ante el dolor, la desesperación.
Más de 16 millones de bebés nacieron este año en medio de guerras, pobreza, hambre, desastres naturales. En este diciembre también nos enteramos de que en Estados Unidos cada 19 minutos nace un bebé con dependencia a las drogas que consumieron sus madres adictas durante el periodo de gestación. Estos bebés tiemblan incesantemente, lloran sin parar, tienen diarreas severas, son los síntomas que presentan los recién nacidos con síndrome de abstinencia neonatal.
Más cerca nuestro, en nuestras calles, escuché una conversación entre niños, de esos pequeños que acompañan a sus madres en los puestos de venta callejeros. “Soy mala, bien mala cuando me hacen renegar, cuidadito, cuidadito conmigo (…)”, decía la niña de unos nueve años a los otros cuatro chiquillos que la miraban con los ojos abiertos como platos, siguiendo el dedo amenazante de la que parecía su comandante.
Este es otro síndrome, el de la violencia cotidiana. Ella repetía las palabras que seguramente escuchó cientos de veces en la voz de su madre. Ser mala, muy mala era expuesto como un valor, saber amenazar y asustar, una cualidad. Estas palabras tienen la intención de despertar nuestra capacidad de conmovernos, de no ser indiferentes y renovarnos en la esperanza. ¡Feliz Navidad!