Haciendo eco a Joseph Goebbels (el maestro de la propaganda política del nazismo, quien decía: “Miente, miente, que algo queda”), los políticos de hoy en día mienten con bastante normalidad, es su “publicidad” efectiva. De todas maneras fue bueno escuchar a Mauricio Macri, recientemente elegido presidente de la Argentina, prometer “decir siempre la verdad”.

En el marketing la mentira también es algo corriente, pues se trata de una “herramienta” que ayuda a vender productos. No obstante, huelga señalar que cada uno de nosotros también miente, y muy a menudo, ya sea en la casa o en el trabajo, ya sea a la hora de enunciar pretextos o por necesidad, o simplemente porque se trata de una costumbre profundamente enraizada en nuestro imaginario cotidiano.

Hace algunos años, rumbo a la Universidad Privada Abierta Latinoamericana (UPAL), en la ciudad de Cochabamba, escuché la conversación, vía celular, de un individuo que sin sonrojarse siquiera afirmaba que se encontraba en Sucre; respuesta que naturalmente llamó fuertemente mi atención, pese a que ahora es común decir que se está en un lugar estando en realidad en otro. Las mentiras, por muy pequeñas que sean, forman parte de nuestra cultura popular.

Una vez en la infancia escuché a mi madre afirmar: “Mi hijo puede ser lo que sea, pero él no miente”; y hoy, de adulto, me esfuerzo por no caer en la trampa de la mentira. Aunque, pensándolo bien, lo cierto es que muchas veces mentimos sin darnos cuenta. Mentimos por no quedar mal, por eludir alguna responsabilidad…

En la conmemoración del aniversario del departamento de Potosí escuché al Vicepresidente del Estado señalar: “Pido disculpas al pueblo potosino, pero no pido disculpas a algunos dirigentes cívicos que han mentido (…)”. Sin embargo, el Gobierno también miente permanentemente, y nosotros, ciudadanos y ciudadanas de a pie, se lo hemos permitido. Son personajes que hacen como si fueran de izquierda, cuando no lo son, y ni siquiera saben qué es ser un revolucionario de verdad, ni tampoco conocen el principio de servicio a la sociedad.

La mentira nos afecta como individuos y a la sociedad en la que vivimos; perjudica a nuestras familias, a nuestra propia vida y al futuro de nuestro país. Recuperar la sabiduría de la verdad podría hacernos más felices. En la Biblia leemos que ¡la verdad nos hará libres! Y en efecto, la verdad resulta esencial para alcanzar la libertad y así poder avanzar como especie.