De imperios y otros demonios
El imperio, más que nunca, es esencialmente capitalista y supranacional
Históricamente la izquierda que se apreciaba como tal en América Latina era porque asumía, casi como un lamento de Sísifo, su lucha contra el antiimperialismo. En rigor, este discurso era parte indisoluble de su horizonte ideológico y le otorgaba, por lo tanto, sentido a sus acciones políticas. Ese imaginario izquierdista deviene de los años 60 y 70, asociado fundamentalmente a la resistencia contra el intervencionismo norteamericano. Desde aquellos tiempos ese imaginario izquierdista de que Estados Unidos era la encarnación del capitalismo se convirtió en una “verdad” casi irrefutable, con ecos incluso hasta el presente.
Si bien el imaginario de la izquierda en torno al imperio personificado por Estados Unidos sigue vigente, el sentido del imperio como tal se ha modificado sustancialmente en el decurso y vertiginoso tiempo. Esa visión antiimperialista legada por la izquierda marxista de otrora y asumida por los últimos defensores del nacionalismo no tiene ningún correlato con la realidad de hoy, ya que el imperio, más que nunca, es esencialmente capitalista y supranacional.
En su libro Imperio, Toni Negri y Michael Hardt dan cuenta de que “el Imperio no es norteamericano; además, en el transcurso de su historia, Estados Unidos ha sido mucho menos imperialista que los británicos, los franceses, los rusos o los holandeses. No, el Imperio es simplemente capitalista”.
Ciertamente, los tentáculos del imperio capitalista se han extendido de tal manera que hace imperceptible incluso el propio dominio norteamericano. Por lo tanto, asociar el discurso de lucha antiimperialista inquebrantable solo contra Estados Unidos es realmente ingenuo o posiblemente políticamente instrumental, ya que esta lucha en nombre del Estado-nación, como dicen Negri y Hardt, solo “pone de manifiesto una total incomprensión de la realidad del mandato supranacional, de su imagen imperial y de su naturaleza de clase: es una mixtificación”.
Esa expansión del tentáculo del capitalismo va más allá de Estados Unidos. Por ejemplo, la causa principal, a mi juicio, porque el Gobierno boliviano se aferró a la construcción de la carretera San Ignacio de Moxos y Villa Tunari, que amenaza con afectar —según el discurso conservacionista ecologista— decisivamente el Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), es la imposición del proyecto de la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana, mejor conocido como IIRSA. Por supuesto, esta imposición del poder del capital al Gobierno boliviano estaba asociada indisolublemente a las economías (capitalistas) emergentes del Brasil y a su articulación, por la vía de los corredores bioceánicos, con la China. En todo caso, el capitalismo en cualquiera de sus rostros es perverso, ya que tiene la (cosmo)visión de someter a la naturaleza bajo los designios del capital, y el conflicto del TIPNIS reveló de manera descarnada este propósito del capital supranacional.
Ahora bien, en el contexto del combate al imperialismo, reencarnar ese viejo discurso izquierdista incluso con tintes de un discurso nacionalista, como lo hace el gobernante Movimiento Al Socialismo (MAS), y asociando únicamente a Washington, es un mero espejismo discursivo, ya que el demonio del capitalismo no solo tiene una cabeza, sino que es una bestia con múltiples cabezas.