El MAS, sus estigmas y sus desafíos
A pesar de luces y sombras, el MAS tiene ventaja sobre esa oposición dispersa
Todavía los ímpetus electorales con miras al referéndum constitucional del 21 de febrero de 2016 no cobraron vigor en las calles y en los medios de información. Apenas —y siempre de mal gusto— hay paredes pintarrajeadas con el No (algunos muy creativos le pusieron a esa negativa un “No nos dejes, Evo”) y el Sí, además de la propaganda a favor y en contra de la gestión de casi 10 años de Evo Morales en las redes sociales.
A pesar de las encuestas publicadas por algunos medios de información, a diferencia de anteriores comicios generales, los resultados son imprevisibles más que nunca con relación a la acostumbrada supremacía del Movimiento Al Socialismo (MAS), el partido de gobierno: el oficialismo acaba de salir de una derrota política en las consultas autonómicas de septiembre, al menos un caso de corrupción (el desfalco del Fondo Indígena) ensombrece la gestión de Morales con serios riesgos de incidir en sus propósitos electorales y políticos, y las olas de las victorias de las fuerzas conservadoras en Argentina y Venezuela que aparentemente se ciernen sobre Bolivia.
El 21 de febrero, el MAS se juega su futuro. Su victoria —que implica el Sí a la modificación constitucional para una segunda repostulación de Morales y del vicepresidente Álvaro García Linera— puede prolongar su supremacía política y su derrota puede acabar abruptamente con sus estructuras, ahora debilitadas por la pérdida de credibilidad de los movimientos sociales, especialmente los indígena originario campesinos.
No son casuales, por ejemplo, la tensión del MAS con el Tribunal Supremo Electoral (TSE) sobre los límites de tiempo a las transmisiones televisivas de la entrega de obras o la línea gráfica de la estrategia electoral, que optó por el verde y prescindió de la sigla política. Es que, así, necesita mantenerse vigente en la opinión pública y siente necesario despojarse del estigma que, ahora, caracterizan los colores del partido. Hasta Morales leyó la actual condición de su partido. Así, no es casual también su reclamo sobre la ausencia de masas en las concentraciones políticas de su partido.
A esos elementos hay que agregarle el constante afán del oficialismo de vincular a las incipientes campañas por el No y a sus detractores con el pasado político del país, representado —como dicen el líder del MAS y las autoridades del Gobierno— por Gonzalo Sánchez de Lozada, Carlos Sánchez Berzaín, el “imperialismo norteamericano” o el neoliberalismo, que aún pesa en la gente.
Sin embargo, su nicho electoral y social parece mantenerse intacto. A juzgar por las transmisiones de su “gestión”, como dice el rótulo en las pantallas de la televisión estatal, Morales mantiene una fuerte presencia en las comunidades a donde asiste de manera maratónica, de las que siempre sale vitoreado.
Aunque descalificada con fragor por la oposición y algunos analistas, que tienen vigencia en los medios de información y en la opinión pública, la gestión de Morales y del MAS cuenta a su favor con logros importantes con relación a políticas sociales, económicas y políticas en esos casi 10 años, que la población percibe y los diferencia con el pasado.
A pesar de luces y sombras, el MAS tiene ventaja sobre esa oposición dispersa y sin propuestas, que tampoco se ha puesto de acuerdo por coordinar y sistematizar una estrategia electoral para evitar el No. Sin embargo, tiene un camino electoral más difícil que en otros comicios, a diferencia de las fuerzas de oposición, que encuentran una adhesión menos complicada de sectores de clase media que otrora votaban por el MAS. Aparentemente, cala mejor evitar una nueva repostulación que apoyarla. A ver cómo serán estos menos de dos meses cruciales antes de la consulta.