Dar tiempo al tiempo

Fin de año, recuento de daños. Es una costumbre que practico desde hace más de una década pero, en esta ocasión, decidí dejar a un lado los balances de rigor y las evaluaciones de “lo bueno, lo malo y lo feo” para reflexionar sobre el tiempo desde otra perspectiva: el tiempo y la política; el tiempo en la política; el tiempo y el tempo (su velocidad); con la mirada puesta en el referéndum del 21 de febrero de 2016.
Como señala Andreas Schedler, el tiempo se puede concebir como un horizonte y como un recurso. En el primer caso implica la adopción de una perspectiva acerca de las relaciones entre pasado, presente y futuro. En el segundo caso, exige advertir que se trata de un elemento escaso porque, en democracia, el tiempo es un factor que restringe el manejo del poder mediante reglas (periodo de mandato, reelección, revocatoria) que inciden en la conducta y los planes de los actores políticos.
El discurso del MAS articula ambas perspectivas para impulsar su propuesta de reforma constitucional. La visión oficialista concibe el “proceso de cambio” como una ruptura con el pasado neoliberal en lo coyuntural y con el pasado colonial en lo diacrónico. Esta doble condición de ruptura exige su continuidad como proceso y la garantía de su persistencia está ligada a la permanencia de Evo Morales en la presidencia hasta 2025, el año del bicentenario de la fundación de la República (¿el tiempo es circular?). Esta estrategia enfrenta una restricción temporal (la CPE establece la reelección presidencial continua por una vez) que pretende ser ampliada con una reforma constitucional parcial mediante el referéndum del 21F. Es una apuesta que denota que el MAS y, particularmente, Evo Morales no tienen aversión al riesgo, considerando que una derrota en el referéndum no solamente puede interrumpir la permanencia del MAS en el gobierno después de 2019, sino que exigirá acelerar la configuración de una candidatura sustitutiva y aguardar el retorno de Evo Morales recién en 2025, aparte de que impondrá una presión al curso de la actual gestión gubernamental. Esta posibilidad, al parecer, no tiene fuertes costos negativos para el MAS en comparación con las ganancias que otorgaría una victoria del Sí en el acto electoral de febrero.
Es obvio que el MAS no juega en solitario en el escenario político y, por ende, las posibilidades de que su estrategia sea victoriosa depende del comportamiento de las fuerzas políticas que conforman el campo opositor (¿quién dijo que la campaña por el No sería una tarea de la “sociedad civil organizada”?). Por lo pronto, los opositores enfrentan el factor temporal (como horizonte y recurso) de manera heterogénea, porque sus estrategias políticas son diversas: ¿derrotar al MAS? ¿Reconducir el proceso de cambio? ¿Restituir el Estado de derecho? ¿Achicar y descentralizar el Estado? ¿Extirpar el populismo? ¿Una nueva oportunidad? Aunque parezca anacrónico, es posible ordenar las posiciones opositoras a la izquierda y a la derecha del MAS trazando una línea que tiene en polos opuestos al Estado y al mercado, algo similar ocurre si se utiliza comunitarismo y liberalismo como antípodas. Cualquier lector(a) informado(a) sabe dónde situar a Sol.bo y Unidad Nacional, a Félix Patzi, Rubén Costas y Jorge Quiroga, a “disidentes” y a Demócratas.
Aparentemente las diferencias en el campo opositor se desvanecen ante una postura común por el No. Es aparente porque esas diferencias tienden más bien a exacerbarse puesto que el factor temporal exige el despliegue de estrategias de diverso cuño que deben prever dos momentos electorales futuros: 2019 y 2024. Una derrota del MAS en el referéndum definiría un escenario electoral en 2019 más propicio para una eventual victoria de un candidato opositor, puesto que no enfrentará a Evo Morales, en tal sentido, las figuras de la oposición (¿quién dijo que la personalización o el caudillismo es prerrogativa del MAS?) empezarán a jugar sus cartas e ingresarán en una competencia discursiva para disputar el mando simbólico de la campaña por el No.
En estas circunstancias, Jorge Quiroga puede polarizar el debate porque es el actor político que tiene menos restricciones temporales, puesto que actúa en el presente, no reniega de su pasado y no traza un derrotero porque carece de organización política. Su consigna es combatir el “populismo” en todas sus manifestaciones (a eso responde su intento de protagonismo en las elecciones parlamentarias de Venezuela); y por eso puede cuestionar de manera radical el “proceso de cambio” y articular un discurso que combine las críticas al MAS que provienen tanto de la izquierda como de la derecha. Los demás actores carecen de esta flexibilidad discursiva porque miran el presente y el futuro. Y el futuro, como dijimos, tiene dos coyunturas críticas en la próxima década (elecciones de 2019 y 2024) y no es difícil suponer cuál es el cálculo estratégico de Samuel Doria Medina y Rubén Costas, o de Félix Patzi y Luis Revilla. Se trata de cálculos disímiles, sin duda, y que sufrirán mutaciones debido a su inevitable incursión a una disputa discursiva que ingresará en fase de aceleración y polarización después de los festejos de Año Nuevo. Pero eso es tema de otra columna y requiere más tiempo de reflexión.