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La fuerza de lo simbólico y lo visceral

Hacia 2007, estando en Mérida, la histórica ciudad romana, capital de Extremadura (España), para un encuentro internacional con indígenas de varios países latinoamericanos, me tocó desayunar con un sefardita israelí que había sido incluso ministro en su país. Él fue quien me hizo caer en la cuenta de la importancia fundamental que a veces adquieren elementos más simbólicos que objetivos para tomar determinadas decisiones. Su ejemplo era la histórica mezquita de Omar (o Al-Aqsa), un lugar histórico sagrado para judíos e incluso cristianos, pero sobre todo para los musulmanes que han mantenido cierto control del lugar, en medio del igualmente histórico templo de Jerusalén, frente al plan israelita de construir un túnel que pasara por debajo de ambos, con diversos ecos simbólicos. Al final ese plan se archivó ante todo por la susceptibilidad causada en los musulmanes.

Me acordé de esa conversación estas semanas con las controversias causadas por el evento protagonizado por un sector del municipio de Caquiaviri, que vistió de pollera al Alcalde para reclamarle sobre un determinado proyecto archivado que debía favorecer a ese sector (ver la prensa a partir del 8 de diciembre de 2015). Hasta el presidente del Senado, el Gringo González, se vistió de pollera para desagraviar a las mujeres (aunque lo hizo solo en la parte inferior de su cuerpo, sin la manta ni el sombrero).  

Es otro típico caso en el que un simple símbolo trae aparejado mucho más de lo que el gesto físico muestra. Y claramente va en la línea hoy públicamente repudiada de discriminar a las mujeres por el simple hecho de serlo, y, peor aún, serlo en esa categoría social y culturalmente más desvalorizada de “mujer de pollera” (en contraste con otra de vestido), o en esta categoría intermedia de las mujeres birlochas, que eran de pollera y se pasaron al vestido.

En un pasado muy cercano vestir a los conscriptos con pollera era un castigo frecuente en los cuarteles contra quienes, por algún motivo, eran considerados “cobardes”, “desertores”, etc. Espero que ya no ocurra ahora, aunque se pueden encontrar todavía ejemplos bastante recientes.
Hoy (jueves, 24 de diciembre) he repasado dos periódicos de La Paz (La Razón y Página 7) y he encontrado otros ejemplos comparables. Por ejemplo, el subeditorial de La Razón, titulado “Chocolates Para ti made in China”, donde el asunto va mucho más allá del hecho objetivo, por razones puramente comerciales. O, siguiendo en el tema de la discriminación a la mujer, la odisea de Litzi Rasguido, pareja del otrora presidente de la Asamblea Legislativa de La Paz, Marín Sandoval, a la que ése golpeó brutalmente y ella, por simple temor, después decidió desmentir lo antes probado con pruebas contundentes, por suerte sin lograrlo (Página Siete, pg. 4 y 14; cf. LR, pg. 20). Este último caso nos muestra de paso el peso de los factores más viscerales, difíciles de reducir a términos solo conceptuales.  

Tengamos siempre también en cuenta esos factores simbólicos y viscerales. Pensemos, por ejemplo, en las tensiones acumuladas entre Víctor Paz Estenssoro y Hernán Siles Suazo, que a la larga hicieron casi imposible el entendimiento entre ambos; o entre Juan José Torres y Alfredo Ovando; o entre Filemón Escobar y Evo, para mencionar ejemplos más recientes en otros contextos.

En todos ellos hay un plus visceral, ligado con frecuencia a determinadas experiencias personales, que pueden desembocar en fobias y filias acumuladas que nos explican ciertas actitudes y decisiones posteriores mejor que sofisticadas conceptualizaciones.