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Las urnas: ficción y realidad

Reiteradamente he sostenido en esta columna que si hay algo que los ciudadanos descubren con extrema facilidad y repudian es la falta de coherencia. Es decir, cuando lo hecho no concuasa con lo dicho, la gente se da cuenta muy pronto. Decir una cosa y hacer lo contrario es la mejor manera de anotarse puntos en contra; y esto no se arregla con abusivas, millonarias y machaconas campañas de propaganda en los medios. La afirmación es más cierta aún si hablamos de grupos o sectores sociales organizados en los que de alguna manera se reflexiona y debate buscando forjar determinaciones políticas más o menos colectivas, corrientes de opinión o tendencias que luego se traducen en las urnas.

Las estrategias que venden gato por liebre, propias del “marketing” político, pueden alcanzar logros parciales, son capaces de obtener “resultados” a pedido de sus clientes, pero a la vuelta de muy poco tales éxitos se muestran efímeros e ineficaces. Se cumple el viejo adagio atribuido a Lincoln de que se puede engañar todo el tiempo a una parte del pueblo, o una parte del tiempo a todo el pueblo, pero nadie puede engañar todo el tiempo a todo el pueblo.

Sánchez de Lozada tuvo que aprender en carne propia la lección en 2002. Atenido a su millonaria chequera, contrató los servicios de los más capos estrategas norteamericanos y consiguió volcar transitoriamente los resultados a su favor, de la misma forma que algunas campañas publicitarias posicionan momentáneamente determinado producto, hasta que los propios consumidores comprueban que éste no es como lo pintan.

¿De qué les sirvió a Goni y su grupo volver al Palacio Quemado? Recordemos simplemente que poco más de un año después tuvieron que huir en helicóptero dejando atrás un tendal de cadáveres. El evento inicial de estos trágicos acontecimientos fueron precisamente las elecciones de 2002, en las que los bolivianos y bolivianas fuimos una masa manipulable en manos de expertos marketineros de la política. La manera en cómo lo hicieron se relató en un documental que circuló hace algunos años con cierto impacto. Ahora el tema vuelve a la pantalla grande en un filme típicamente hollywoodense protagonizado por grandes estrellas como Sandra Bullock.

Según Pedro Susz, presidente del Concejo Municipal de La Paz y persistente crítico cinematográfico, la película resulta una caricatura de la realidad, puesto que los dogmas de los realizadores, tanto estético-expresivos como también ideológicos, los conducen a recortar esa realidad para encajarla en sus moldes preconcebidos. Una humorada de enredos, opereta típica del subdesarrollo que relata un episodio nada risible para Bolivia. En palabras de Susz: “La disputa resulta ser nuestras elecciones de 2002, último capítulo de un proceso democrático en estado terminal, agravado con llamativa vocación suicida por un sistema político igualmente exhausto, cuyos protagonistas hicieron todo lo preciso para que el diagnóstico de muerte inminente acabara nomás en óbito”.

A quienes hacen el filme, enfatiza Susz, les importa un comino que en las urnas se juegue el destino de un país sumido en la peor crisis política de su historia o que el candidato de acento gringo a vender sea un personaje resistido por el grueso de la población, adversa a su programa de privatización que aplica a fardo cerrado las fórmulas del FMI. Solo les interesa ganarle la pulseada a otro perito en los mismos sucios menesteres contratado a su vez por el principal candidato opositor. Pedro tiene toda la razón, pero por eso mismo es recomendable en estos tiempos ver y analizar esta película. No necesito insistir por qué. ¡Feliz 2016!